Capítulo Final - Es un placer conocerte

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«Me alejé de mis padres y de mis hermanos. Perdí a mi esposa y amigos. Dejé que una mujer pierda la vida causando el sufrimiento de sus allegados. Perdí mi trabajo y luego volví a cometer los mismos errores. Es toda mi culpa, ¿verdad? Ya veo, no son los demás los que me molestan. Todo lo contrario: soy yo el que es una molestia para todos los demás. Todo esto es mi carga, mi peso. Mi presencia en este mundo es la que está mal, no el mundo en sí mismo. Soy yo el que le trae tragedias a la gente, soy yo el que no debería existir. ¿Verdad, Victoria? ¿Qué debería hacer?».

~

El ambiente en la comisaría se sentía extraño, pesado. Los bancos de espera estaban ocupados por numerosas personas, algunas de ellas llorando y otras mirando a Ignacio con desdén. Sus ojos juzgadores parecían querer desquitarse con él para dejar salir su furia y frustración. Tratando de ignorar esas miradas, se dirigió hacia una sala en donde pudo hablar con un policía, brindando algo de información relevante para el caso, pero omitiendo algunas cosas. Era un policía joven, lleno de vida. «Me gustaría volver a ser un joven».

-Salí con ella durante un corto tiempo -informó Ignacio-. Luego, terminé la relación.

-¿Por qué se terminó esa relación? -Preguntó el oficial-. ¿Se puede saber?

-Porque... me di cuenta de que no la amaba.

Ya lo tenía claro: no la amaba. No la amaba como para compartir su vida con ella, pero la quería. Le tenía cierto aprecio y respeto, se había sentido bien estando junto a Bárbara. Pero era demasiado desafortunado, pues la mujer que amaba era otra. Recordar eso le dolía mucho, y por eso odiaba no poder olvidar a esa otra mujer.

«No tenías que morir, Bárbara», pensó Ignacio mientras hablaba con el policía. Aún no podía creerlo. Todo parecía parte de aquellas visiones que había tenido desde que vio a Victoria. «Si tan solo te hubiese explicado las cosas...»

Al terminar su declaración, caminó hacia el vestíbulo de la comisaría. Las miradas de odio hacia él se hacían más numerosas. Los que lloraban dejaron sus lágrimas de lado para posar sus ojos furiosos sobre él. Algunos comenzaron a ponerse más agresivos y, de a poco, los insultos que recibía se hacían más intensos.

-Nunca la mereciste -dijo uno de los hombres allí sentados.

-Basura -dijo una mujer mayor con un cabello corto y rizado de color dorado.

-¡Barbi estaba triste por tu culpa! ¡Barbi murió por tu culpa!-dijo una jovencita con un vestido celeste y una mirada llena de odio-. Ojalá te hubieses muerto tú.

Y en eso estuvo de acuerdo, «¿Por qué no habré muerto yo?». Salió de la comisaría con la cabeza a gachas sintiéndose humillado, impotente y con un nudo en la garganta. La culpa lo agobiaba y con cada paso que daba revivía el dolor de los golpes de Carlos.

Incluso aquella calle tan transitada le parecía extraña. Las luces lo enceguecían, los murmullos de la gente lo ensordecían, la música de los locales parecía distorsionarse. Bajó nuevamente su cabeza y comenzó a caminar, dejando su auto al frente la comisaría. Necesitaba distraerse, necesitaba tomar aire. Se sentía algo deprimido y fuera de sí. La gente pasaba de un lado al otro, pero Ignacio no le prestaba la más mínima atención; estaba sumido en sus pensamientos, en sus culpas, en sus recuerdos. Caminó a lo largo de la avenida principal, siendo evitado por otras personas, hasta que chocó con su hombro a una joven que se encontraba charlando en un pequeño grupo.

-Disculpa -dijo, sin mirarla ni siquiera por un momento.

-Tenga cuidado, por favor -respondió la joven.

Y entonces se detuvo. Miró hacia atrás, abriendo sus ojos por completo, y noto a la joven vestida con un suéter celeste y un pequeño gorro de lana azul. Vio sus ojos, su cabello, su piel, escuchó su voz. Todo concordaba, todos esos rasgos, eran como los de Victoria. Frotó sus ojos, pero su visión no parecía estar engañándolo. Entonces, se acercó a la joven.

Los tristes ojos de VictoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora