Capítulo 6

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- Te lo advertí - dijo, y con una sobrenatural fuerza me sujeto del cuello, tirándome contra una pared y haciendo que me quejara del dolor.

Ladeó la cabeza para gozar de mi dolor y le di un puntapié.

Nada.

No me quedaba otra. Tenía que usar mi don.

Sin pensarlo más, le generé una descarga eléctrica. Haciendo que me soltara y se alejara dejándome caer. Instintivamente llevé una mano a mi pecho e intenté regular mi respiración.

Él seguía paralizado a unos metros de mi.

" Oh, vamos. Tampoco era para tanto"  pensé y me incorporé.

Dante me miró directamente a los ojos, lo cual me provocó un escalofrío. Lo noté distinto, familiar. Sus uñas dejaban ese color oscuro y volvían al color de su piel.

- Sa...- no terminó de completar la frase, que se desmayó.

En el mismo instante en el que el señor Dante tocara el suelo, todas las luces de su habitación y el baño, se encendieron, mostrando un lugar reluciente y tal como yo lo había dejado la vez que limpié. Imposible.

" Yo sabía que algo raro pasaba. Pero no era tan riesgozo" pensé y me reí sola al recordar que casi me mata asfixiada.

Volví la atención al señor Dante. En el suelo se encontraba tendida una persona muy diferente a la que me había atacado. Era como si la peste, al transformarlo, lo convirtiera en un monstruo. Un monstruo que, notablemente, no era.

El muchacho, que se encontraba en el suelo, poseía un cabello castaño claro. Seguía teniendo el físico extremadamente atlético y su espalda bien trabajada. Estaba demasiado bueno.

Me acerqué para socorrerlo y apolle su cabeza sobre mis piernas. Verifiqué su pulso. Seguía vivo. Intenté llamarlo pero no reaccionada. Le pegué varias palmaditas en la cara pero no funcionaban. Hasta que recordé mi don y con una sonrisita pícara le toqué el pecho generándole una muy pequeña descarga eléctrica.

Me puse contenta cuando reaccionó. Abrió los ojos y me encontró mirándolo desde arriba. Sus ojos color miel lo hacían verdaderamente irresistible.

- ¿Qué pasó? - preguntó con voz adormilada y ronca.

- Nada, solo se desmayó - mentí. Pero al instante recordé lo que me había dicho Meli: " lo peor de todo, es que sos consciente de lo que hacés". Entonces no sabia si seguirle mintiendo o decirle la verdad.

- ¿Ah, si? No me acuerdo de nada- dijo sobándose la cabeza.

Le seguí el juego.

- Yo entré y lo encontré tirado -mentí.

- Son muy cómodas tus piernas, pero lamento decirte que me tengo que levantar - dijo y sonreímos. Sus dientes eran perfectos, una sonrisa envidiable.

No se como "Aby" lo pudo dejar. Yo lo esperaría toda la vida a semejante bombón.

- Veo que su sentido del humor no se ha dañado - dije y lo ayudé a incorporarse.

- Muchas gracias... - añadió e hizo un gesto con las manos para que dijera mi nombre.

- Amy. Amy es mi nombre. Y no tiene porque agradecer.

Se levantó y me tendió la mano para ayudarme. Al salir del baño, la carta seguía en donde la había dejado. Él la miró, la estrujó en su mano y la tiró por la ventana, que se encontraba, mágicamente, abierta.

Me detuve y analicé todo lo que sucedió.

- ¿Qué te pasó en el cuello?- dijo deteniéndome antes de salir del cuarto.

Él me había agarrado muy fuerte, por lo cual, al tocarme, me dolía. Solo negué y le pedí que no lo mencionara más.

Dante se quedó en la habitación para ducharse y yo no paré de pensar en ese raro acontecimiento. Era totalmente irreal. Podría asegurar que lo había soñado, pero mi cuello... Estaba marcado, y el dolor era intenso.

Ya lo tenía, lo había descubierto. Era él el causante de todo. Pero algo me decía que todavía me faltaba descubrir algo...

Hasta la hora de la cena no me había vuelto a cruzar con los patrones menores, ya que estaban tomando una siesta para reponerse del cansador viaje.

Unas horas antes, había tenido el placer de conocer al señor Sergio. Un hombre verdaderamente agradable, alto y, dentro de todo, delgado. Poseía un cabello rubio y unos ojos marrones, intensos. Al parecer, toda la familia se había ganado la lotería genética.

Había subido en varias oportunidades para ver si el señor Dante estaba bien, pero no logré verlo en ninguna de las oportunidades. Ni siquiera para ir a ver como se encontraba el hijo. Que lo estaba cuidando Sol. Y que a decir verdad, era muy bonito. Un pequeñito cachetón, de ojos brillantes y bien oscuros y con los poquitos pelos que tenía, color castaño claro.

Mientras cenaban, mantuvieron un silencio que hasta para mi era incómodo. No se miraban, no se hablaban, solo comían. El primero en irse a su cuarto fue el señor Dante con el hijo, que se excusó diciendo que estaba demaciado cansado y no tenía ganas ni de vivir, para ser exactos. Luego le siguieron la señorita Brenda y los señores Sergio y Samanta. El señor Demian se había quedado hablando con Sol y luego me ayudaron a ordenar todo.

Se había terminado mi turno y tenía que cruzar al patio del fondo de la casa hasta llegar hasta un acogedor quincho. Era calentito y con el espacio justo y necesario. Poseía una pequeña cocina con una mesa en el centro. También contaba con un baño y unas cinco habitaciones. Una pertenecía al mayordomo Ricardo, otra era mía, y el resto para el futuro personal.

Mi habitación era perfecta y a la vez sencilla. Tenía una cama, un placard y una mesa de luz. ¿Por qué dije "perfecta"? Porque la ventana daba a la parte trasera de la casa, y me dejaba a la perfección la vista de la ventana del cuarto del señor Dante.

Solo quería salvarte (EDITANDO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora