Capitulo 5.

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Si ya no dormía. En el día, cayéndome de sueño, y por las noches, nada, sin pegar los ojos hasta quién sabe qué horas. Pero ¿estaba tonto?,-digo yo. ¿Cómo no se me ocurrió antes? Una cosa tan sencilla. Un poquito de nervios, y listo. A las cinco, cuando salí del liceo, pasé por su casa. Ella estaba en el balcón. ¡Ay!, en cuanto la divisé desde la esquina,  sentí unos golpee en la cabeza, por dentro, y una falta de respiración, y luego me puse bien frío, bien frío... Y pisaba en el suelo y me parecía que iba andando por el aire, y se me pusieron las piernas agarrotadas. Ya enfrente de su casa, me quité el sombrero, muy serio. Y me iba pasando de largo. ¡Seré bruto! Si no es que algo muy extraño me sujeta como un resorte, me paso de largo... ¿Cómo fue?... No me acuerdo, casi... Angélica me habló del balcón, creo. Sí, así fue. Yo estaba tiritando, de ese frío tan helado que me entró, y no oí sino un ruido, un enredo en los oídos que me estremeció y por poco me hace gritar de pura impresión. Entonces, me parece que me acerqué y ella me preguntó que qué hacía por ahí, que si había hecho la cimarra... Y yo, sin contestar una palabra. Hasta que sin saber cómo me subí corriendo a su casa, ¡Qué habrán dicho todos ahí! Pero no me pude contener. Lo que no me dejé fue abrazar. ¡Eso, no! ¡Eso sí que no lo habría podido resistir! Como estaba yo en ese momento, ¡nunca! Me ofreció dulce de membrillo. No quise. Le pedí una rosa que se había puesto en el pecho. Claro que no se la pedí de buenas a primeras. Si estuve muy ocurrente. Le dije primero que a mi mamá le gustaban muchísimo esas rosas que parecen de sangre, y ella me contestó:—Llévasela. — Y me la dio, y yo se la traje a mi mamá; y mañana, antes que la echen a la basura, yo me la guardo y... ¡feliz! Ah, y después le dije lo principal, porque para eso había ido: que a mi mamá le extrañaba mucho que no hubiese ido a verla en tanto tiempo, y ella me prometió venir mañana. Me preguntó también si yo la echaba de menos y si la quería siempre. Yo le contesté que sí y nada más. Y es que estaban ahí las otras, que si no... Pero no importa, otro día será; porque yo le tengo que decir todo lo que tengo pensado, que me muero si ella no me espera, todo, todo... En fin, gocé. Me vine cuando ya estaba obscureciendo. ¿Cómo no se me ocurrió esto antes? Sufrir tantos, tantos días…

Cumplió su palabra. Vino. Eso sí: todo se lo contó a mi mamá, y mi mamá se rió mucho porque lo tomó como una cortesía de mi parte y me dijo «bien educado». Pero, ¡caramba!, pasé mis buenos apuros. Le tuve que decir a mi mamá que me había olvidado de contárselo. Y la cosa no pasó de ahí. Luego, que me ha ido muy bien, lo que se llama muy bien, con Angélica. Le he dicho una porción de cosas, paseando por el patio de las plantas; no muy claras, pero creo que después de esto ya puedo atreverme a decirle lo otro, lo grande. Eso me lo tiene que jurar... Bueno, hoy no necesito escribir nada. Hoy sí que voy a correr y a saltar con gusto después de comida.

De nada puede uno alegrarse, ¡válgame Dios! Ya dejó de venir. No hace muchos días, pero me ha entrado de nuevo el desasosiego por verla. Y van tres tardes que intento volver por su casa, y es inútil, de la esquina no paso. No sé, se me figura que esta vez sí que mi mamá sospecharía. Y al fin y al cabo, digo yo, ¿no sería mejor que se lo dijera yo a mi mamá todo? Lo he pensado; pero no, hay que pensarlo mucho, y ahora más que nunca. ¡Uy, lo que hablaría mi abuela! Que si soy una pobre criatura loca que les voy a costar la vida y que si los niños no deben pensar sino en el colegio. Como si en ese caso no estudiaría yo con más gusto. Estudio ahora... Y es que hay que terminar pronto los estudios para ser hombre... Mañana iré. Es tan sencillo... Sí, de aquí me parece muy fácil; pero luego el miedo me deja como un estafermo. No hago más que llegar a la esquina de su casa y ya estoy tiembla y tiembla. Y temblar no sería nada; el corazón se me salta y todos los que andan por la calle me miran y a mí se me figura que me descubren las intenciones, o si no, que me toman por un ratero. Lo cierto es que ahora no me atrevo nunca a doblar la esquina. A lo sumo, miro por entre las puertas del almacén ese, pero como desde ahí no se ven todas las ventanas de la casa de Angélica, muchas veces me quedo en ayunas, sin saber si está o no. Y luego que el tiempo se pasa volando... Esperemos un día más, y si no…

¡Lo que son las cosas! Ahora está viniendo muy seguido. Sale al centro casi todas las mañanas y después viene acá, y cuando yo llego del colegio, a almorzar, me la encuentro muy sí señora en el cuarto de costura charla y charla mientras mi mamá zurce la ropa de nosotros. No le he podido hablar nada de eso todavía, pero no importa, ¿qué apuro hay? ¿No me va bien así, acaso? Estoy feliz, pero bien, bien feliz. Y por las tardes, me subo al departamento de los sirvientes, porque me gusta ese corredor que da a los tejados, al anochecer, y de ahí veo las copas de los árboles que asoman de los patios y oigo las campanas de San Francisco y de otras iglesias más distantes y las copas de los árboles y las campanadas me parece que flotan en el aire. Por un lado, el cielo se mueve, y van bajando las listas de colores, que unas son como de fuego, y como oro, y rosadas, y verdes; y por el lado de la cordillera, los cerros se ponen color ladrillo primero, y después morados, y el cielo como con una pena muy suavecita. Yo pienso entonces en Angélica y a veces me entra una alegría inmensa, y otras veces me da esa misma pena suavecita del cielo… Por las mañanas me gusta el patio de las plantas. Los pajaritos, llegan hasta la misma ventana del comedor. Conmigo son muy valientes, los caballeros: yo no me muevo y ellos no se vuelan. ¿Sabrán que los quiero? Dice la Juana que qué van a saber y que si no veo que lo que quieren es comerse las migas donde ella sacude el mantel. El chorrito de la pila también parece un pájaro a esa hora, no sé si porque el agua sale como a saltitos o si por lo que suena. Todo es fresco a esa hora, como si el patio, lo mismo que las personas, se lavase y se peinase por las mañanas..

El niño que enloqueció de amor - Eduardo Barrios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora