Prólogo

2 2 0
                                    

¿Nunca has sentido, que el tiempo pasa muy rápido?

¿Nunca has sentido, que todo lo bueno que te pasa no dura?

¿Por qué el tiempo es tan cruel? Las cosas buenas no duran lo que nosotros quisiéramos que durarán, y las malas cosas prevalecen más de lo que deseamos.

Suena muy caprichoso y egoísta desear que aquellos buenos momentos duren para siempre, ¿Cierto?

Pero, todos somos algo egoístas y para ser feliz, se necesita un poco de egoísmo.

— Chelsie, niña —. La canturrona y simpática voz de Cristina, me saco de mis profundas cavilaciones.— Te he traído tu comida.

Aquella mujer de tez blanca con algunas arrugas, castaños cabellos, ya con una buena cantidad de canas entre ellos, ojos café y ropajes blancos -que antes se encontraba en la entrada de mi habitación-  había avanzado hasta llegar a mi lado, y con sumo cuidado colocó la bandeja con comida en un mueble, que estaba ubicado al costado derecho de mi cama; dicho mueble sólo contenía encima suyo, una pequeño foto enmarcada que estaba al revés.

Cristina, era una enfermera que ya a sus 47 años de edad aún desempeñaba su labor de un modo efectivo y efusivo, incluso se podría decir que ponía más empeño que la mayoría de enfermeros jóvenes.

— Gracias, Cris —. Dije, con una leve sonrisa. Mi mirada se dirigió a la comida, con cierto desdén.

La verdad, hoy no tenía mucha hambre, porque suelo comer como cerdo.

— Oh, ¿Pero qué le sucede a mí pequeña niña? —. Me preguntó, mientras posaba su mano en mi frente; estaba comprobando que no tenía fiebre.— ¿Te sientes mal, dulzura?

Negué con la cabeza, no sentía malestar alguno.

— Entonces, ¿Porqué no quieres comer? Siempre te quejas de que tienes hambre —. Se notaba la preocupación en su tono de voz. — O es que hoy sólo quieres el postre, ¿Sabes qué, es malo comer helado sin antes haberse alimentado bien?

Por estas razones, Cristina era para mí una amiga, además de una enfermera.

— No, no te preocupes simplemente hoy no tengo hambre —. Respondí.— Ya puedes retirarte.

—¿Me estás corriendo, niña? —. Preguntó, llevándose una mano al pecho en señal de indignación.— Pues si es así, ¡A mi nadie me corre, yo me voy sola!

Yo comencé a reír, la verdad su actitud de diva hacía mis días alegres.

— ¡¿Y te parece gracioso?! —. Exclamó, con un muy fingido enojo.— ¡De una reina como yo, no se ríe nadie! ¡Nadie! ¿Me oíste?, me voy.

Me senté -aún riendo- rápidamente y la tomé de la mano para evitar que se fuera.

— Lo siento, lo siento. No fue mi intención insultar a tan grande y fabulosa diva —. Me disculpe, entre risas y ella rió conmigo.

— Bien, acepto tus disculpas —. Cristina sonrió, pero luego desvió su mirada al mueble que tenía la bandeja de comida y también la foto.

Cristina, al ver la foto volteada a modo que la imagen no se vea, la tomó entre sus manos y dándole la vuelta, la colocó correctamente en el mueble.

— Así está mejor —. Sonrió, satisfecha por su trabajo, el cual a mi no me gustó.— Ahora sí, ¡Esta diva se va!

Y haciendo una pose muy cómica, salió como toda una estrella de cine.

Solté una carcajada, sin duda esa mujer es única.

Regresé mi vista hacia esa foto, realmente odiaba esa imagen.

Aquella foto mostraba a 3 personas: Mi padre que vestía un elegante traje negro, mí madre con su galante, pero formal vestido de color rojo y finalmente, a mi de una edad más joven, sí mal no recuerdo de 6 años; salía retratada con un hermoso y algo ñoño vestido rosado.

Observe aquel pedazo de papel y puede notar que:

Mi padre se miraba mucho más joven y diferente en esa imagen, sus cabellos eran completamente castaños en aquel tiempo, su blanca tez no mostraba ni una arruga y sus ojos de color avellana mostraban alegría.

Después, pase de concentrar mis ojos de mi padre a mi madre... oh, mí dulce madre.

Mamá no se encontraba con nosotros desde hace 7 años, ella sufría Infarto de miocardio, más conocido como ataque al corazón; enfermedad que desgraciadamente, yo herede.

Mi querida madre, también lucía muy alegre y diferente en esa imagen que en sus últimos años de vida: sus negros cabellos se veían hermosos, sus ojos de un lindo color azul transmitían alegría y su reluciente sonrisa daba cierta calidez.

Finalmente miré a esa joven versión mía, en ese ya viejo retrato.

Mis cabellos eran más cortos, que como actualmente lo tenía, y negros al igual que mi progenitora, mis ojos de color avellana -como los de mi viejo- literalmente gritaban: Felicidad, y mis labios estaban curvados en una sonrisa.

Sí, no cabe duda alguna, odio esta foto.

¿El porqué? Porque me recuerda aquellos buenos tiempos que nunca volverán, momentos que sólo viven en mis recuerdos y que irónicamente, a pesar de ser felices memorias sólo me producen un fuerte dolor.

Ese retrato se burla de mi, su simple presencia en mi habitación es una constante remembranza de que nada se solucionará, de que voy a morir sin haber realizado ni una de mis metas; esa imagen se ríe y se regodea de mi sufrimiento.

Tomando la foto en mis manos la voltee, arruinando así el trabajo de Cristina.

A veces me pregunto: ¿Porqué simplemente no rompo esa tonta imagen? Y como siempre, llegó a la misma respuesta.

Soy masoquista, aunque odie ese maldito recuerdo no soy capaz de alejarlo, porque patéticamente me refugio en el, para poder revivir los muertos recuerdos de felicidad.

Pero ya no importa que se burle, de todas formas es cierto. De nada sirve negar lo innegable, voy a morir.

Voy a morir siendo una inútil.

Voy a morir siendo infeliz.

Voy a morir faltando a esa promesa que se convirtió en mi vida entera.

Voy a morir siendo absolutamente nada, y convirtiéndome en un recuerdo que no vendrá a la memoria de nadie.

Y ya nada lo puede cambiar.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 17, 2017 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Hasta Que Todo se Vuelva OscuroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora