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Eran las 02:00 am. Yo dormía en la habitación de mis padres y mis hermanos mayores dormían en la habitación de al lado. Desperté llorando. No fue por pesadillas ni por un dolor físico, supongo que fue por un sufrimiento interno, en el medio, justo en el pecho. Mamá no pudo tranquilizarme, lloraba con mucho sentimiento, como si me hubiesen arrebatado algo. Pasaron cinco minutos y llamaron por teléfono. Papá lo atendió. Mi abuelo paterno había fallecido a tan solo tres meses de mi tercer cumpleaños. Cuando regresó con nosotras, yo ya dormía como un angelito, como si nada hubiese pasado. Hasta el día de hoy mi familia cree que mi abuelo se despidió de mí en mis sueños.

Así comienzan mis recuerdos, con una tragedia que, de alguna manera, marcó mi vida. Yo era muy pegada a mi abuelo y, a pesar que pasó mucho tiempo, lo sigo extrañando mucho.

Mi nombre es Tatiana, tengo 16 años y les puedo asegurar que ya entendí el sentido de la vida. Cuando uno tiene decepciones improvistas de personas inesperadas, se va volviendo "frío" y comienza a entender lo que hay a su alrededor: la cruda realidad. A lo largo de los años se van cambiando los sentimientos, pensamientos e incluso la manera de ver la vida. Con nuestras propias caídas, aprendemos más y tratamos de no volver a pasar por lo mismo. Lamentablemente (o no), tuve una etapa en la que tropezaba una y otra y otra y otra vez con la misma piedra hasta que entendí que no me llevaba a ningún lugar y comencé a ir por otro camino.

Memorias de un corazón roto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora