El canto de los pájaros y el frondoso bosque me abrazan. Sigo el sendero que me lleva a la laguna cercana al pueblo para buscar agua. Al llegar me arrodillo en el borde, con mis manos en forma de tazón agarro un poco de agua y me las llevo hacia la boca. Luego de refrescarme un poco, me dispongo a llenar el cubo de madera con agua.
Un sonido de hojas moverse y ramas partirse me distraen, me enderezo y miro hacia el interior del bosque con curiosidad. Escucho unas pequeñas pisadas, seguido de gruñidos. A mi vista aparecen entre los arbustos unos cachorros de lobo que jugaban entre ellos, al percatarse de mi presencia, los cuatro me miran. Son hermosos.
Me animo a acercarme a ellos, pero al hacerlo tres de ellos salen corriendo hacia los árboles, logrando perderlos de vista. El pequeño lobo de matices marrones se levanta y se acerca a mí con precaución y curiosidad. Me agacho a su altura, quedando su rostro peludo cerca del mío.
A mis cortos siete años, es la primera vez que me encuentro con un lobo. Mis padres me han dicho que son peligrosos y que si algún día me encuentro con uno, no dude en correr rápido hacia el pueblo. Pero él no parecía querer hacerme daño.
Me pierdo en sus ojos verdes, transparentes como el agua y brillosos como las estrellas.
Un aullido se escucha a lo lejos. El pequeño lobo mira en dirección al llamado y antes de irse me regala una mirada fugaz.
Me quedo hipnotizada viendo por donde se ha ido el cachorro, dejándome una sensación rara pero a la vez agradable recorriendo mi cuerpo. Me levanto y sacudo la tierra de mi vestido rojo, para poder irme a casa.
El sol comienza a esconderse cuando llego a casa. Al entrar mi madre se acerca.
—Te tardaste mucho, Emily —dice fingiendo estar enojada—. ¿Con que te has entretenido en el camino esta vez pequeña curiosa?
—Me he encontrado con un cachorro de lobo —le comento emocionada—. Ojala lo hubieras visto, era hermoso.
Su rostro muestra miedo y preocupación. Empiezo a arrepentirme de haberle contado.
—¡Emily, te he dicho que no debes acercarte a los lobos!
—Pero madre, era un cachorro —le explico para calmar su cólera. Aunque parece no haber funcionado.
—¡No importa, su madre podría haber estado cerca!
Agacho la cabeza y me limito a asentir, aceptando el castigo que amerita haber desobedecido.
Ya en mi habitación me acomodo en el borde de la ventana y admiro a la luna, la cual, hoy está más bella que nunca.
—Espero volver a verte, pequeño lobito —susurro para mí misma.
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El gélido aullido
Manusia Serigalauna antigua advertencia sobre los lobos que habitan en el bosque la mantenía alejada de la verdad sobre ellos.