Capítulo 1

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Capítulo 1

Sarah

Un frío soplo de viento del norte azotó con violencia mi rostro, apartando el cabello de mis mejillas heladas. Empujé con determinación el carrito, preocupada por la criatura que llevaba en su interior. Me arrepentí enormemente de salir a pasear por las calles madrileñas, atestadas de trabajadores que regresaban a sus hogares y niños que salían de las escuelas.

Estiré un brazo para cubrir mejor con la mantita rosada y bordada a mi niña, que sostenía un osito blanco con sus manos regordetas. Me dedicó una sonrisa acompañada de risueños gorjeos. Enseguida se la devolví, a la vez que aceleraba el paso para llegar cuanto antes a mi cálida morada.

Cada tarde, después de merendar, nos aventurábamos juntas a dar una larga y apaciguadora caminata; pero hoy habían bajado las temperaturas y el viento no ayudaba en absoluto. Escondí el mentón en la bufanda, refugiándome del frío. Eran las siete de la tarde y estaba anocheciendo, como era típico en los gélidos días de febrero.

Por fin llegué a la puerta de la urbanización en la que vivía con mi madre. No hizo falta que sacara las llaves, pues el conserje enseguida me reconoció y abrió la puerta con el portero automático. Le saludé y atravesé el camino de árboles hasta llegar a mi portal, donde esperé pacientemente al ascensor y subí a la tercera planta.

Abrí la puerta de madera y pasé a la cálida entrada de paredes y parqué claros. Rápidamente, me quité las botas y el largo abrigo de crepé blanco. Mis pies acariciaron la nívea alfombra de pelo largo, mientras observaba mi pelo oscuro revuelto y pómulos sonrosados en el gran espejo que ocupaba la pared. Mi madre no se encontraba en casa, pues había ido unos meses de viaje a México para celebrar su jubilación.

Me apresuré a coger a Alba en brazos, que estiraba sus bracitos en mi dirección y protestaba débilmente. Murmurando palabras de infinito cariño, le quité el abrigo rosa y planté un beso en su mejilla aterciopelada. Fuimos a la cocina y la situé en la trona.

Le di una ranita de plástico para que se entretuviera mientras calentaba su papilla de cereales. La cocina, de azulejos rojos adornados con cerezas y muebles blancos, no era muy grande, pero como sólo la utilizábamos mi madre y yo, bastaba. Le puse a Alba un babero con una fresita sonriente para no manchar su vestido de florecillas rosas y mangas abullonadas. Removí la papilla.

-Abre la boca, mi amor- le pedí con la cuchara rebosante. La bebé obedeció y hambrienta engulló la ración.

Alba era una tierna niña que nunca daba guerra y tenía un gran apetito. Era muy curiosa y juguetona, y siempre dormía del tirón. En eso había tenido mucha suerte.

Después de la cena, la llevé a la habitación que compartíamos. La situé sobre el cambiador y le quité el vestido, los leotardos y el body. Al mirar el pañal, vi que se había hecho pipí, por lo que la aseé, cogí las cosas necesarias y me dirigí con ella al baño.

Tenía una bañera especial para la bebé, pues en la grande podía resbalar y hacerse daño. La llené de agua templada y esparcí sus juguetes. Alba rió al entrar en contacto con el agua, y chapoteó con ganas. La embadurné con jabón de olor a melocotón, mientras jugaba con su patito de goma. Al enjuagarla se quejó, pero su tortura no duró mucho y enseguida la rodeé con una toalla suave.

De vuelta al cambiador, después de secarla, le eché polvos de talco y crema para que no se le irritara la piel con el roce del pañal. La vestí con un pijama de cuerpo completo de color rosa claro y adornado con pequeñas nubes. A continuación, la tomé entre mis brazos, me senté en la cama y le di el pecho.

Cuando hubo terminado, la acuné y le canté una nana para que lograra dormir. No tardó en bostezar tiernamente, y cuando se sumió en un sueño profundo y apaciguador, la introduje en su cuna. Tras arroparla de manera que no pasara frío y poner cerca su osito de peluche, apagué la luz.

Cené sopa y tortilla y no tardé en irme a dormir, pues al día siguiente tendría que madrugar.

Diego

Eran las nueve de la noche y seguía en la dichosa conferencia. Nos habíamos reunido los directores de las empresas dedicadas al marketing para discutir el sueldo mínimo de los trabajadores. Llevábamos cinco horas intentando llegar a un acuerdo, pero habíamos llegado a un punto sin retorno en el que todos sabíamos de sobra que no íbamos a alcanzar ningún acuerdo. Hacía media hora que había dejado de participar en la junta, y ellos seguían erre que erre, sin fijarse en la hora que era.

Finalmente, tras un rato de disputas, se percataron de la situación y acordamos otro día para reunirnos de nuevo. Fui el primero en salir de la sala y bajar al garaje donde tenía aparcado mi Mercedes Benz AMG plateado. Arranqué y el ronroneo del motor me relajó al instante. Recorrí las calles a la máxima velocidad permitida, deseoso de llegar a casa.

Al abrir la puerta, Aria me recibió brincando entre ladridos. Era una preciosa Braco de Weimar increíblemente suave y sensible. Todavía era un cachorro, por lo que era traviesa y juguetona. Fui a pasear con ella para que hiciera sus necesidades, y logré despejarme mientras lanzaba palos que Aria se encargaba de devolverme moviendo alegremente la cola.

Me duché provocando que el agua caliente destensara mis músculos y después de cenar me fui a dormir extenuado por el día tan ajetreado que había tenido.

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⏰ Última actualización: Feb 27, 2017 ⏰

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