Prólogo.

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Narra Morgan

—Morgan...

¿Nunca antes habían sentido la necesidad de cambiar su nombre?

Ya sabes, en esos momentos en los cuales cometiste un gran delito y requieres de una nueva identidad para no dar con la policía, casual.

Bueno, sí, era broma.

—Morgan...

¡Agh! Ya estaba cansada de oírle decirlo tantas veces en tan solo un minuto y sólo para comenzar a reprocharme estupideces, Dios. Ni que fuesen a servirme para algo en la vida...

—Debes estudiar más.

O bueno, tal vez sí podría llegar a servirme en mi vida...

¿Pero es que no se daba cuenta que era en vano? A veces hasta me daban ganas de reírme en su cara al ver su insistencia como si yo en algún momento fuese a hacerle caso.

¡Já!

De todos modos, si lo intentaba, no iba a lograr demasiado a decir verdad. No es por ser pesimista pero ya iban todos mis años escolares acostumbrada a mis notas aprobadas casi rasguñando las paredes o directamente desaprobadas. Prácticamente mi rutina de todas las vacaciones era ir a la escuela de verano.

—Morgan..

—¡Hey! Ya para. —di una profunda respiración cuando me encontré con sus ojos y puedo jurar que vi un destello de diversión en ellos. Decidí ignorarlo antes de comenzar una ridícula pelea sobre su pasatiempo favorito de querer hacerme enfadar cada vez que puede. Entrecerré mis ojos hacia él mientras negaba mi cabeza. —No gastes tu tiempo, no te molestes.

Y en verdad esperaba que tuviese en cuenta mi consejo, por el bien de ambos. Si escuchaba algún otro reclamo no sólo iba a explotarme la cabeza, me encargaría de hacerle lo mismo.

—Sí, lo sé... —suspiró con pesar y caminó hacia mí. Seguramente éste era el típico momento de las típicas historias donde las típicas familias se dan un típico abrazo luego de una típica tonta discusión. Mi vida era ridículamente típica. —Debería preocuparme un poco más en mí. —repitió lo mismo que venía diciendo hace días.

Inhalé sus perfumes mientras sentía sus brazos envolverse a mi alrededor empujándome hacia su pecho. Sonreí.

Instantáneamente un recuerdo de cuando era pequeña vino a mi cabeza como diapositivas. Cada vez que papá me apretaba junto a él yo lo sentía como si se tratase de un gran oso teniendo en cuenta mis cortos brazos y su tamaño. Él es mi papá oso.

Casi a los tres segundos sentí sus manos en sus hombros empujándome lejos de él.

—Bueno, ese fue el momento marica de la semana. —sacudió su cuerpo como si estuviera quitando restos de suciedad en la ropa. Sonreí. Él era un idiota. —Tomaré tu consejo ahora mismo, querida hija, y me iré a conseguir chicas.

Reí antes su comentario y los seguí cuando subió las escaleras hacia su habitación.

—Yo en tu lugar no me haría tantas ilusiones si pretendes conseguir a alguien teniendo tu aspecto.

—Morgan, ya estás bastante grandecita como para creerte el cuento de la cigüeña y toda esa mierda ¿No crees?

Sí, a Matthew Steele, el escritor y licenciado en letras le encantaba soltar malas palabras cada vez que tenía oportunidad. Según él, lo prohibido es más llamativo. Una metáfora estúpida para justificar su amor por decir palabras inapropiadas sólo porque sí.

—¿Pretendes tener otra hija? —pregunté confundida.

—Pretendo tener sexo.

Diuh

Un Plan Desastroso ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora