-¿Me da una caja de Marlboro? -dije mientras masticaba impaciente mi goma de mascar, ya casi sin rastro de azúcar.
-Ruth, ya es tu segunda cajetilla del día. Eres una chica muy joven y bella... Tu cuerpo no merece que lo trates así. -repuso Donna, la cajera del minimarket de la gasolinera en la que me encontraba. Frunció sus labios en una línea, y suspiró.
-Donna, no me vengas con tus charlas sobre mi bienestar.
-Está bien, está bien.
Saqué los arrugados y verdes billetes de mi bolsillo, cuando Donna dijo: -Tu mamá me dijo que te dijera que fue a la casa de un amigo de ella... Jonathan, creo que se llamaba. Dijo también que hay un vaso de sopa Maruchan en la despensa, por si tenías hambre.
Jonathan... odiaba a ese hombre. Él prácticamente destruyó la relación entre mis padres. Por culpa de él mi papá se fue a Colorado con su nueva familia, y mi mamá y yo nos quedamos aquí en el frío Denver.
Cuando tenía 9 años, descubrí a mi mamá besándose con Jonathan; desde aquél momento, juré que apenas pudiera, me iría con mi papá. Y, a partir de ese momento, había tenido que madurar muy rápido: mi mamá ya no estaba en mi casa, y tenía que hacer todo sola. La amo, y daría mi vida por ella, pero nunca se me borrará de la memoria aquél recuerdo de Jonathan restregando sus labios contra los de mi mamá. Pero lo peor de todo, era que ese desgraciado quería -y aún quiere, asco- reemplazar el lugar de mi papá en mi hogar.
-Eh, gracias Donna. Digo, gracias por avisar. -le di una sonrisa forzada, tomé mi caja de cigarros, y me retiré de la tienda.
Puse a andar mi viejo Toyota Yaris y encendí la radio, deteniéndome en una estación de rock de los 80's.
Noté un bulto que se asomaba por la guantera: una caja gris con letras blancas que indicaba "Lifestyle". Otra vez mi mamá y Jonathan se habían metido a mi auto a... ay, santo Dios. Qué asco.
Conduje lo que se me hizo una eternidad hasta casa. Y, tal como había dicho Donna, mi mamá no estaba. Ya me había acostumbrado a su silueta ausente en la casa.
"Cariño, no me esperes despierta; Jonathan me invitó a un casino. Hay un vaso de sopa Maruchan de queso en la despensa. Sólo hierve un poco de agua, y ya tienes lista la cena. Nos vemos mañana. Te ama, mamá." Y eso era lo que decía la nota pegada en la mesa de mármol de la cocina.
Saqué mi celular del bolsillo trasero de mi pantalón y llamé a mi mejor amiga, Vinka.
-¿Qué te sucede ahora, Ruth? -preguntó Vinka, pero no de una manera grosera, sino como normalmente lo hacen las amigas -las mejores.
-Ay, Dios santo, qué forma de saludar tienes.
-Dios no tiene culpa de nada -rió, pero sin ganas-. Ya, pero en serio, ¿por qué me llamaste?
-Escucha, ésta es la cuestión: tengo la casa sólo para mí, un termo lleno de té, y mi mamá se fue de nuevo con ese desgraciado de Jonathan.
-Suena prometedor, pero... ¿no tienes algo más interesante que té?
Rodé los ojos. -Vodka.
-Me lo hubieses dicho de un principio. Estaré en tu casa en 15 minutos.
-Excelente.
Sé que doy una no muy grata primera impresión: exceso de delineador negro, y una caja de cigarrillos siempre presente en el bolsillo de mi pantalón, pero no soy de esas chicas que van de fiesta en fiesta cada fin de semana. La única que me impulsaba a tener algún tipo de conexión con el resto de la civilización adolescente, era Vinka. Y con ella me di cuenta de que no busco a alguien igual a mí, sino a alguien que me complemente. Esa era Vinka para mí: mi otra mitad.
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El día en que el agua se mezcló con el aceite
Novela Juvenil¿Aburrida de la típica novela de la típica novela de el chico malo y la chica buena? Pues aquí decidí dar vuelta aquella ridícula perspectiva de las chicas. Disfrútenla=)