Nosotros

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Todos deberíamos tener un cajón 
en el que guardásemos nuestros momentos preferidos.



   –¿Por qué?   

   –Ya sabes por qué, por no haber ido contigo a la parada. Pero te prometí que hoy nos íbamos a ver y aquí estoy—me dio dos besos y luego me agarró de la mano.

   –Qué manía tienes con cogerme de la mano—afirmé un poco molesto.

   –Qué manía tienes tú con que no te cojan de la mano—me soltó y metió la mano en su bolsillo intentando sacar algo.

   –¿Qué haces ahora?   

   –Sacar un condón—dibujó una sonrisa picante en su cara y me levantó un ceja.

   –¿¡Qué dices!? ¿¡Eres tonto!?—Crucé los brazos y miré hacia el cristal un poco enfadado.

   –Que es broma–se rió y me cogió de los mofletes para girar mi cabeza y que pudiese mirarle a los ojos—. Toma—sacó un paquete de tabaco y me lo dio—. Falta uno, pero no pasa nada, es que me lo he guardado de recuerdo, siempre hay que tener recuerdos de las cosas buenas que te pasan.

Le miré a los ojos y le di las gracias. Me volvió a coger de la mano, pero esta vez no le dije nada. Me sentía cómodo estando con él y ya no tenía el agobio que había tenido antes. Es más, necesitaba estar con él y que ese viaje en autobús no acabara nunca.

   –¿Qué pasaría si te besara?—Me susurró al oído.

Su voz hizo que me entrase un escalofrío y que me empezase a latir el corazón más rápido que nunca.

   –Eh... No sé... —Miré hacia el suelo sonrojado y con un poco de vergüenza.

   –¿Cómo que no lo sabes? ¿Te lo tengo que decir yo?

   –Supongo que sí.

   –Es fácil: cerraríamos los ojos y nuestros labios se juntarían, también nuestras lenguas. Empezaríamos a sentirnos genial, los besos de la persona adecuada son como la droga, no puedes dejarlos. Mi corazón aumentaría el ritmo hasta conseguir alcanzar al tuyo y nos haríamos nosotros.

   –¿Por qué tienes que hacerme esto?—Le dije nervioso, avergonzado, con unas ganas increíbles de pincharme sus besos en la vena.

   –¿El qué? Solo te he explicado cómo sería, pero como no lo quieres.

   –Sí.

   –Sí, ¿qué?

   –Sí quiero hacernos nosotros.

Sacó una de sus sonrisas. Parecía que estaba orgulloso de mí. No entendí nada. Simplemente vi cómo se acercaba a mí y cómo cerraba los ojos. Estaba a punto de darme un infarto, el corazón me iba a mil. Y sentí sus labios sobre los míos. Y sentí nuestras lenguas intentando juntarse. Y sentí su corazón a la vez que el mío. Y le sentí a él y a mí juntos, sentí ese nosotros que me había dicho. No queríamos terminar eso, no queríamos dejar de ser nosotros. Lo sé. Pero aquella parada cerca de la plaza nos hizo separarnos de nuevo. Y se separó de mí. Le dio al botón para poder bajarse del autobús y se acercó a mí oído.

   –Te quiero —me volvió a entrar ese escalofrío con su susurro, un susurro que me daba la vida.

   –Te quiero...—le correspondí aquel susurro y le di un trocito se mi alma para que no se olvidase de mí.

Me dio un beso y se despidió de mí con un adiós. ¿Por qué con un adiós y no un hasta mañana o un hasta luego? ¿Se habría confundido? En ese momento me preocupé mucho por esa despedida. No me gustan los adioses, desde que pasó lo que pasó, no eran mi palabra favorita, desde luego. Pero eso es otra cosa a parte de esto.

Miré por el cristal y vi que me estaba mirando. Sacó la mano de su bolsillo y se despidió. Hice lo mismo. El bus se puso en marcha y me llevó a casa. Pero no me llevó entero. Una parte de mí se había quedado en el bolsillo del chico del piercing en la nariz.

Me quedé en el jardín de casa, sentado en el suelo. Saqué la caja de cigarros que me había dado y vi que algunos estaban numerados. Cogí el que tenía una pegatina con un uno dibujado.  «Alex». 

En realidad, eran cigarros sin tabaco. Supongo que Alex, si era así como se llamaba, los habría vaciado para meter las notitas dentro de ellos. Pero esos cigarros eran especiales. Mataban más de lo normal. Por lo menos a mí me mataron un poquito más que de costumbre.

Tenía intriga por saber qué había en los otros cigarrillos. Cogí todos, uno por uno, y saqué todas las notitas que había ahí.

   2. «¿Tú crees en el amor a últimas caladas?»

   3. «La otra noche no podía parar de pensar en ti mientras miraba a las estrellas»

   4. «Pedí el deseo de poder estar contigo el resto de mi vida»

   5. «Ahora vuelvo a creer en las estrellas fugaces, todo gracias ti»

   6. «Pero hay un gran problema que no puedo contarte»

   7. «Pero ese problema no va a evitar que seamos nosotros»

   8. «Recuérdalo»

   9. «Recuérdame»

   10. «Recuérdanos para siempre»
  
   11. «Lo siento»

   12. «Te quiero»

¿De qué cojones estaba hablando? ¿Qué problema? No entendía nada de nada. Necesitaba hablar con él. Que me explicase todo este juego. Y empecé a llorar de la angustia, de la impotencia. Pensé que le iba a perder, que no iba a verle más. Que me iba a quedar sin él. Que había dejado de quererme. Que todo esto había sido una mentira. Bueno, no; él nunca miente, lo vi en su mirada. Pero ahora podría haber empezado a mentir. Empecé a morderme las uñas. Me puse muy nervioso. Me rascaba las manos con fuerza y se me quedaban rojas y doloridas. Sufrí. Cinco segundos eternos de sufrimiento incomprensible. Me había matado mucho más que un cigarro normal.

Pero releí las notas y me consoló el recordar la nota número siete. Entonces, le creí. Y le perdoné por lo que sea que tuviese que perdonarle. Pero en ese segundo momento me faltó algo, o más bien alguien. No podía soportar no estar con él, que no me agarrase de la mano aunque no me gustase que lo hiciera, que no me sacase una de sus sonrisas  y que no me diese más besos como el que antes me había pinchado en las venas. Tenía razón, había un problema: él es droga para mí.

Pero, sinceramente, no creo que eso fuese el problema al que se refería.

40 minutosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora