2. Chica de cabello rojo

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No recordaba cuándo fue la última vez que se sintió de esa manera: tan puro, libre y sin presión. Las
cuentas iban mejorando. Le había comentado todas las buenas nuevas a su madre en una llamada
telefónica y como ahora vivía cómodamente en una casa mediana.
—Tal parece—habló la señora con orgullo— que por fin reconocieron tu trabajo, Beka.
—Me esforcé mucho mamá—contestó—, pero lo importante fue que lo logré y ahora está mejor por
allá.
—¿Estás bien en ese extraño país, hijo?—la preocupación de su madre era evidente. Odiaba
mentirle pero todo era para su bienestar. Él podría pudrirse en el infierno si eso significaba que su
madre estaba completamente a salvo— Sabes que puedes volver y estar al cuidado de ésta vieja que
te quiere.
Volver a su país con un nuevo tipo de vida era una oferta demasiado tentadora pero no podía volver,
ahora solo quedaba una promesa vacía de regresar. Salió al balcón a tomar el aire y llenarse del
bullicio de la ciudad. Delgados brazos pasaron alrededor de su cintura y una barbilla descansaba en
su hombro. Mila escuchaba la anécdota de la madre de Otabek. Cada vez se acostumbraba más a
ella pero no podía quererla. Mientras escuchaba como su madre entró a un curso de repostería, el
sol se ocultaba y poco a poco las farolas en las pequeñas calles y grandes avenidas se encendían para
aceptar la noche una vez más. El cuerpo de la chica de cabello rojo le transmitía el calor para esa
noche tan fría pero lamentablemente no era suficiente. Su vida cambiaba a tal velocidad que ya ni
siquiera notaba el cambio. Recordaba que ya no era el mismo de la semana pasada, mucho menos el
de hace seis meses.
—No te preocupes, madre—regresó a la conversación—. Estoy bien, además, no puedo volver pero
recuerda que falta poco para que estemos juntos, aquí en América.
Mila rió después de que Otabek terminará la llamada. El Kazajo la observó con el ceño fruncido
cuando ésta entró de nuevo al departamento como si estuviera en su casa. La pelirroja se acomodó
en el sofá y extendió sus largas piernas en la mesita del centro.
—Sí te das cuenta que traer a tu madre aquí es riesgoso ¿verdad?.—
Otabek suspiró. Era más que obvio que lo sabía y se recriminaba por ello pero no había marcha
atrás. Traer a su madre a su departamento era peligroso, no quería tener a su única debilidad cerca,
no quería que supieran cual era su talón de aquiles y aunque sabía que todo lo que pasaba era
riesgoso, no podía negar que no era conveniente porque, vaya, el pago era excesivo. La primera vez
que lo hizo ganó lo del salario de un mes como DJ.
—Lo sé, pero no puedo decirle que no la volveré a ver.—
Mila le dio una mirada compasiva y una sonrisa llena de tristeza. Lo entendía pero no debía
involucrarse tanto, su trabajo estaba hecho.
—Por ahora, las cosas están ligeras— suspiró la chica levantándose del sofá y tomando su bolso de
mano dispuesta a marcharse—, pero sabes que estás pronto a que te den un trabajo grande. Nos
vemos en el bar, Guerrero.—Se despidió y se fue. Dejó a Otabek sumido en sus pensamientos y la terrible soledad lo envolvió una
vez más al igual que cada noche. Un trabajo grande, eso significaba que tendría que vaciar el bolsillo
de algún empresario, y tal vez podría retirarse, ese debía ser su último "trabajo", su última vez en
América y regresar a Kazajistán, tener tranquilidad, una familia y estabilidad. Quería ser libre al fin.
Pero, ¿por qué le costaba trabajo ese sueño? ¿Qué era lo que lo hacía cuestionarse sobre sus
acciones? Si no había nada ni nadie a quien aferrarse salvo su madre, ¿que podría hacer que su vida
tuviera más sentido?


✖✖✖


La casa de los Nikiforov era demasiado cálida y ruidosa, le traía cierta paz y envidia al joven ruso. No
le gustaba admitir que se sentía feliz por tener un espacio importante en la vida y hogar de Viktor y
Yuuri. Siendo sincero, ellos fueron los únicos que estuvieron con él cuando su abuelo dejo esta vida.
No le preguntaron nada, no le juraron ni hicieron falsas promesas. Simplemente ambos le abrieron
las puertas y con ese hecho, sin reprimendas lo aceptaron y por eso les estaba agradecido.
Pero envidiaba sus muestras de amor públicas. A la pareja no le importaba donde y quien los viera,
era como si con tomarse de la mano se encerrarán en su propio mundo y eso es algo que Yuri no
podía hacer con JJ. ¿La razón? JJ era un estrella de rock perseguida por sus fans y los paparazzis.
Se veían cuando JJ volvía de sus giras y procuraban salir de noche a lugares no tan conocidos. En
cierta parte eso lo molestaba, él era una estrella del patinaje artístico, merecía ser presumido por la
estrella de rock y que éste le dedicara tiempo y no solo migajas. Pero le quería y eso lo hacía aceptar
sin refutar.
Se recostó en el suave sofá de la sala de estar, con sus pensamientos consumiendolo y un minino
dormido sobre su vientre que no hacía más que ronronear. Sacó su teléfono para comenzar a jugar
pero unas risas estallaron y eso lo molestó más.
—Yurio, pensé que estarías con tu novio.
Yuuri Katsuki entró a la habitación con un pequeño en brazos mientras otro estaba justo detrás de él
con una risa estridente, Viktor se escondía entre las paredes y plataformas para después salir
haciendo una mueca graciosa. Yurio frunció el ceño.
—Está de gira en Canadá—Volvió su atención a su celular pero dirigió una mirada a la pareja— ¿Les
dieron respuesta?
Eso pareció desanimar un poco a ambos ya que Viktor dejó de jugar con el pequeño y casparreó,
Yuuri volteó hacia otro lado.
—Nos negaron la petición. No podremos adoptar por ser un matrimonio homosexual.—
Yurio sabía lo importante que era para ellos el poder formar una familia, ambos eran rebosantes de
amor ¿Por qué les negaban ese derecho? Si había parejas heterosexuales que los abandonan y
maltratan, seguía sin entender la estupidez humana.
—No lo entiendo... El cerdo y tú son las personas más diabéticas que puedan existir.—
Ambos sonrieron y se miraron con esa complicidad. Yurio hizo una mueca y se levantó.
—Como sea, voy a salir.— Estiró un poco su cuerpo y caminó hasta la salida. Cuando estaba a punto
de cerrar escuchó la voz del viejo.—Llegas temprano, hijo.—
Y entonces azotó la puerta con el rostro en llamas.


✖✖✖


La tranquilidad del jueves era maravillosa. Sólo se dedicaba a poner las canciones que le pedían o
experimentaba un poco con los mezcladores. Ese jueves todo era lento, música lenta, y algunas
parejas sonreían con esa complicidad. Otabek pensaba que todas las personas enamoradas se veían
con ese brillo único en los ojos y se tomaban de la mano apartándose del mundo pero creando su
propio universo. Se encontró deseando eso.
De repente una cabellera rubia entró en su campo de visión, vistiendo de animal print. Se preguntó
cómo sería si aquellos orbes verdes lo vieran y sonriera sólo para él, después sacudió su cabeza. No
podía pensar en eso, aquel chico salía con alguien y él... tenía un trato con la chica de cabello rojo.
Deseó que todo fuera diferente, que estuvieran en otras circunstancias y que, claro, su suerte no
fuera tan jodida.
—Es momento de tu descanso.—
Seung-Gil estaba a su lado con una mirada de reproche. Él odiaba esa música lenta y Otabek sólo se
encogió de hombros. Caminó hacia la barra pero una mano detuvo su paso. Volteó para enfrentar a
la persona que le impedía seguir con su camino. El color verde de aquellos ojos le quitó el aliento.
—Tengo que hablar contigo.—
—¿Acerca de...?—
—Una propuesta.—

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