La novicia

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1948. Llevo dos meses llevando pan y otros suministros a las monjas del convento del pueblo. Me gusta esta tarea que me ha encomendado mi socio. Le ayudo en todo lo que puedo ya que el pobre hombre no da a basto con tantos pedidos. Bueno, a lo que iba. Todos los días me levanto temprano para llevar la comida y la bebida a las monjas. Cuando llego a la cocina del convento una joven novicia siempre me recibe sonriente. Estoy prendado de esos labios rosados y carnosos y de esos ojos verdes que me miran con curiosidad cuando coloco los botes pesados en la estantería.

Al principio se escondía de mí. Era muy vergonzosa. Pero poco a poco fue haciendo acto de presencia hasta que finalmente me saludó y me ofreció su ayuda. Su voz es algo indescriptible. Es como escuchar a un ángel. A veces he pensado quede qué color será su cabello pues como siempre lo lleva tapado no he tenido oportunidad de verlo. Estoy convencido de que su pelo es castaño.

Sé que un hombre de 35 años como yo no puede decir esto pero.... Creo que me he enamorado de esa joven novicia. En mi cabeza no concibo la idea de que esa mujer se vaya a consagrar a Dios en menos de un año. No sé cómo seré capaz devolver al convento cuando ella ya sea una auténtica monja. En fin,aprovecharé el tiempo que nos queda para poder tener algo de esperanza.

Acabo de entrar a la cocina del convento y he dejado en el suelo los dos sacos pesados. Ella está ahí, apoyada en una columna. Parece algo enfadada así que le pregunto la razón. Resulta que la superiora le ha prohibido leer libros de aventuras y se los ha requisado durante cuatro días. Así hará penitencia.

Durante los minutos que estoy allí ella solo se dedica a mirarme. No me habla, no me sonríe, no hace absolutamente nada. Justo cuando voy a despedirme se acerca a mí y me da un beso en la mejilla. No puede ser. No me lo creo. Esa criatura angelical me ha concedido ese privilegio. Cuando vuelvo en mí, veo que ella ya no está. Ha desaparecido. Bueno, al menos me voy alegre y con las ganas de volver al día siguiente.

Pasan las horas y al mediodía me doy cuenta de que me falta un saco. Me lo dejé en el convento y lo necesito para poder llevar más encargos. No me queda más remedio que volver a ese lugar para recuperarlo. No voy con la alegría de esta mañana ya que no espero que ella esté en la cocina a esa hora.Sin embargo, cuando paso el puente con el carro, veo a una joven en la orilla del río. Me bajo del carromato y me acerco a husmear. Es mi querida novicia. Poco a poco se va quitando su hábito. Me pongo nervioso con cada movimiento que ella hace. Primero se quita el velo que le esconde la melena. Cuando esta queda liberada veo que sus cabellos son rubios como los rayos del sol y le llegan casi hasta el culo.

Después se quita el resto de su vestimenta hasta dejar al descubierto su figura desnuda. Nunca antes había visto tanta perfección en un solo ser. Sus curvas me incitan a perderme en ellas, a recorrer su plano abdomen. Sus pechos son perfectas cúpulas coronadas por pequeños y rosados pezones.

Mis pensamientos son muy turbios. No puedo analizar la situación con claridad. De lo único que soy consciente es de la tremenda erección que poseo en mis pantalones.No sé si salir huyendo antes de que me vea o quedarme a admirar el panorama.

Decido quedarme. Miro durante unos instantes a esa joven que, poco a poco, se va metiendo en el río y comienza a frotarse con una esponja improvisada. De repente mira hacia la orilla.

- Sé que estáis ahí mi señor. Pues yo soy la culpable de vuestro tan repentino regreso hoy. Yo escondí el otro saco.

Sorprendido salgo de mi escondite mientras le doy tiempo para cubrirse su cuerpo desnudo.

- Llevadme con usted. No elegí este celibato. Me obligaron porque soy huérfana. Hasta hace dos meses no encontraba mi razón de existir. Me daba igual pudrirme en ese convento pero... Llegó usted. Sé que no tengo derecho a decirle esto pero... Me llamó la atención desde el primer día en que lo vi. No puedo dejar de pensar en usted. Mi único aliciente es saber que al día siguiente estará en la cocina con sus dos sacos y podré estar con usted.

Sus palabras me emocionan. No sé si es real o es un sueño todo. Ella me está mirando con cara de preocupación. Igual piensa que me lo he tomado mal. Tengo que hacer algo rápido.

- No sé cómo ni por qué pero solo puedo decirte que te amo. No me importa lo que digan los del pueblo. Nos fugaremos juntos. No esperemos más. Ven conmigo y en mi carromato comenzaremos una nueva vida en nuevo lugar.

La joven sin pensárselo dos veces se puso parte del hábito y subió al carro diciendo con una sonrisa:

- ¿A qué esperamos entonces?

El rincón de los gatos negrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora