XLI

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Todo estaba oscuro aquella noche.

La luz de toda la barriada se había ido, dejando las calles desiertas de personas.

Pero eso no lo había notado el pequeño Samuel, que dormía pacíficamente en su dormitorio que se encontraba en el piso de arriba. Justo frente al de sus padres.

El chico se removía, inquieto, bajo las sábanas, tensando todos los músculos de su cara. Estaba teniendo una pesadilla.

Últimamente le ocurría demasiado a menudo.

Cada día soñaba algo diferente, pero la mayoría de los sueños tenían como protagonista a su padre, quien le aterraba sobremanera.

Samuel emitía leves quejidos, al mismo tiempo sus ojos hacían fuerza para no despertar.

Su cuerpo estaba entrando en calor por la angustia que estaba sintiendo.

—No, papá... No he sido yo, te lo prometo... —habló en voz baja, sin dejar de removerse.

Su voz sonaba asustada y débil— No me hagas daño, por favor...

Sus pequeños y delgados brazos se colocaron por delante de él, auto-protegiéndose, como tantas veces había hecho al ver a su padre borracho llegar de la calle, e ir justo en su dirección.

Unos pasos comenzaron a hacerse audibles.

Subían las escaleras, tambaleándose un poco hacia los lados, llegando al segundo piso.

El mayor de los De Luque se dirigía a su habitación, pero no pudo evitar detenerse frente a la de su hijo, la cual permanecía cerrada.

Samuel, antes de que su padre empezara a golpearlo, nunca dejaba la puerta cerrada. Le gustaba dejarla medio abierta porque le hacía sentir más seguro si veía el cuarto de sus padres al fondo.

Pero ahora, ni con la puerta cerrada se sentía protegido.

Como un impulso, giró el pomo de la puerta, abriéndola lentamente.

Podía ver la cabeza del chico asomando entre la ropa de la cama, y su pequeño cuerpo moviéndose intranquilo.

Avanzó en dirección al niño, y se detuvo a un lado de la cama, observando con atención al joven que tanto se le parecía.

Había entrado por un movimiento involuntario. Su cabeza no había pensado en esa idea en ningún momento, pero allí estaba, observando, con los ojos fijos en el pequeño y con la mente en otro lugar.

—No... me pegues... —susurró en sueños, lo suficientemente alto para que el mayor lo oyese.

Escuchar aquellas palabras lo devolvió a la realidad, sintiendo ira y repugnancia.

¿Cómo podía ser aquel débil e inútil su hijo?

¿Por qué tenía que ser tan miedoso e inocente?

Lo odiaba.

Odiaba a su mujer y a él mismo por haberlo criado así. No podía soportarlo...

En el momento en el que se sentó al borde de la cama, los ojos del niño se abrieron en estado de alerta, encontrando al principal causante de sus miedos justo a un lado de él.

Su cuerpo se movió, automáticamente, intentando escabullirse. Pero el mayor lo agarró por la muñeca, tirando de él volviéndolo a tumbar en la cama.

—¿Adónde crees que vas?

Los ojos del más joven miraban los contrarios con terror. Lo asustaba, su padre lo aterrorizaba. Pero tenía que mirarlo, solo así sabría que iba a hacer a continuación. Si iba a golpearlo, si solo quería verlo temblar entre sus brazos o...

Prisioneros [Wigetta]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora