Capítulo 4. Silencio.

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Apenas había posado los ojos en la pantalla cuando los números estallaron.

No habían pasado ni 3 minutos desde la publicación de la foto y las cifras altas no se hicieron esperar.
El post estaba siendo compartido y republicado como si no hubiera un mañana por todas las redes sociales existentes y por existir.

La noticia de que el medallista de plata había sido secuestrado se expandía como fuego en un bosque durante una tarde de calor y viento.

Beka se congeló; ¿qué debía hacer? ¿Tenía caso mostrarle a Victor o a Yurio la foto?
Pichit parecía estar en un lugar muy distante, en una especie de burbuja; extraviado.

Los héroes rusos seguían en el suelo, desconsolados, compartiendo sus lágrimas, uniéndose en sollozos... Yakov se acercó cautelosamente a sus alumnos; verlos así lo desgarraba por dentro. Eran como sus hijos.
Se interpuso entre el rubio y el peliplata.

–Vamos, chicos, arriba. –susurró apoyando una mano en el hombro de Victor y la otra en la espalda de Plisetsky– Vamos a la sala para que puedan calmarse un poco. Anden, de pie, ambos. –era una orden.

Se levantaron lenta pero firmemente, con gran dificultad, pero sin temor. Las palmas de ambos aún sangraban ligeramente. Yakov sacó un pañuelo blanco de su traje y limpió con cuidado las heridas de ambos, dejándolo empapado de un rojo carmesí.

Otabek, aún sosteniendo el teléfono del tailandés entre ambas manos, se decidió por bloquear el aparato y alejarlo de la vista de Victor y Yurio, principalmente del primero. Ya era demasiado dolor para un solo día; enseñarle el post sería como pisotear y escupir sobre los restos de su corazón, si es que aún quedaba algo de él.
El entrenador y sus dos alumnos cruzaron la puerta y se alejaron lentamente por el pasillo, seguidos por Minako, su sufrimiento era tanto, que todo parecía oscurecerse a su paso.

Cuando Beka apartó la mirada se encontró con que Pichit ya no estaba a su lado; había entrado a la recámara de Yuri, miraba por la ventana.

–¿Q-Qué haces? –preguntó con cautela; no lo conocía lo suficiente y dirigirse a él era algo nuevo.

Pichit no contestó, sólo mantenía la mirada fija en algo inexistente al otro lado del cristal.

–Oye...

–Yuri es mi mejor amigo. –interrumpió al kazajo– Mi mejor amigo... Hoy era el día de su boda, hoy era su día... Ahora mismo debería estar al lado de Victor y su familia... Y, ¿dónde está? Ni él mismo debe saberlo... ¿Dónde está su familia? ¿Al menos están con él? ¿Están bien? ¿Están vivos?

Otabek se sorprendió al escuchar esas palabras salir de la boca de alguien como Pichit, pero no dijo nada ni lo cuestionó; no podía culparlo por decir lo que en realidad todos se estaban preguntando.

–Quizá Yuri no era muy conocido antes de toparse con Victor, pero tampoco era odiado por nadie. Ahora, es odiado como el hombre que se robó a Victor del mundo...

Y así era, desde el retiro del pentacampeón Victor Nikiforov el nombre de Yuri Katsuki era motivo de odio para muchas personas, un número preocupante de personas. Aún sabiendo eso, era algo dolorosamente increíble que alguien lo odiara a tal nivel, por lo que no era algo sorprendente suponer que lo que estaba sucediendo tenía que ver con algo más profundo que el simple hecho de odiarlo por acaparar hasta la última gota de Victor. Esto tenía que deberse a algo más.

–Yuri no merece esto. Nadie merece algo como esto... –Su expresión era dura, fría.

–C-Creo que debemos ir con los demás... –Otabek caminó hacia el pasillo. No sabía cómo sentirse al respecto; en realidad no había conocido lo suficiente a Yuri como para saber qué sentir.

–Otabek. –le tomó del brazo para detenerlo.

–¿Uh? –volteó extrañado.

–Tienes mi celular...

–Uh... –no se había percatado de que aún tenía el teléfono entre las manos– Claro. –Le entregó el celular, se dio la vuelta y retomó su camino a la sala, dudoso.

–Otebek. –Beka se volvió– ¿crees que estén bien? –dijo con un hilillo de voz.

–No lo sé, Pichit... No lo sé... Por ahora no le muestres nada a Victor o a Yura, ¿bien?

–No hará falta. Para mañana seguro se darán cuenta...

–¿Por qué lo dices?

–Los medios, Otabek. Ahora mismo la noticia de Yuri se está viralizando. No será raro que mañana haya reporteros en las ventanas y puertas de la casa; incluso puede que ya estén en camino. Cuida de Yurio... Él también está mal... Él también lo quiere.

Esas últimas palabras le dolieron un poco al kazajo, ¿él también lo quería?

Lo haré. –se alejó, en busca del hada rusa.

Pichit se quedó en la habitación un largo rato más; se acercó al escritorio de su mejor amigo. En una esquina del mueble había un pequeño cactus y debajo de él una mini montaña de pósters de Victor, de cuando no lo conocía; de cuando creyó que nunca lo conocería...

Ojalá nunca hubiera pasado, Yuri... Ojalá nunca lo hubieses conocido... –Y se soltó a llorar, dejando caer los pósters, se regaron por todo el suelo...

Después de alrededor de una hora, Pichit reunió las fuerzas para levantarse y recoger el desastre del suelo. Los recogía con calma, uno mas doloroso que el anterior. Se disponía a levantar uno donde se veía a Victor a los 17 años, con la cabellera de plata recogida en una cola de caballo mientras abrazaba a Makkachin cuando se topó con algo; en todos los pósters, la cara de Victor estaba tachada de manera violenta, hasta casi romper el papel; había estado tan distraído que no se pudo dar cuenta antes... Revisó todos de nuevo, no había ni uno solo que estuviera intacto.
Al levantar el último, se encontró con una nota escrita en papel rasgado que ponía:

Tic-tac... ¡Tic-tac!”

Pichit arrugó el papel y lo metió en su bolsillo; no era momento para echarle más sal a la herida. Quizá hablaría de él por la mañana. Cuando todo estuviera medianamente mejor...

–Oh, Yuri... Lo lamento tanto, de verdad...

Caminó hacia la puerta y la cerró discretamente tras de sí.

Y era en serio, de verdad lamentaba que su mejor amigo hubiera conocido a Victor... Lo lamentaba muchísimo...

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