El sobre

63 5 2
                                    


Luisa subió al elevador algo apresurada; su jefe le había pedido llevar un paquete a la planta baja del edificio. <<Recuerda, >> le había dicho <<por ninguna razón abras ese sobre>>. Presionó el botón que estaba marcado con el número uno y, una vez más, deseó que la oficina de su jefe estuviera en un piso más bajo; siempre tenía que bajar los diez pisos del edificio cuando su jefe olvidaba enviar algún paquete importante. Sólo deseaba que la encargada de paquetería no se hubiera ido ya.

Su atención estaba fija en la pequeña pantalla del elevador; observaba los números descender. Diez, nueve, ocho. Su vista se desvió al pequeño sobre amarillo que llevaba en las manos. ¿Qué podría ser tan importante para que su jefe le haya pedido que lo enviara con tanta urgencia y, además, le prohibiera verlo? Siete, seis, cinco. <<Ya casi, >> pensó <<sólo unos pisos más y podrás regresar a tu cómodo cubículo>>. Cuatro, tres, dos. Suspiró.

Luisa había visto algo en internet acerca de la ley de Murphy, que, según lo que ella recordaba, decía algo así: "Si algo puede salir mal, saldrá mal". Quizás si Luisa hubiera usado las escaleras, nada de esto habría sucedido. Pero ahora aquí se encontraba, atrapada en un elevador, no, peor, en un elevador completamente a oscuras, con el miedo que le tenía a la oscuridad. Intentó buscar su celular para comunicarse con alguien, pero se dio cuenta de que lo había dejado en su cubículo.

<<Un apagón, >> pensó <<un maldito apagón>>. Resignada y algo acalorada se sentó, con la espalda apoyada en la pared del elevador. No podía ver nada. Estaba jugueteando con el pequeño sobre, agitándolo de un lado a otro. Era extraño, parecía que tuviera dentro alguna especie de polvo. Sí, no cabía duda, había polvo dentro del sobre. Desde sus años en la universidad, la curiosidad siempre la había puesto en situaciones bastante complicadas. << ¿Qué más da? >> pensó y abrió el sobre y, sin poder ver lo que hacía, metió las puntas de los dedos. Desde luego era polvo, pero no podía ser sal, no se sentía tan fino. Mil ideas rondaban por su cabeza. ¿Su jefe traficaba droga? No, no sería tan tonto como para enviarlo por correo. ¿Entonces? Quizás el paquete era para la chica de la recepción, esa mujerzuela que se ganó su puesto a base de minifaldas y escotes.

Su curiosidad no se había saciado. Tampoco ayudaba mucho el no poder ver nada. Tomó el sobre con una mano y vació un poco de su contenido en la otra. Acercó su nariz al extraño polvo, pero no tenía olor. Su mente divagaba entre todas las posibilidades. ¿Y si era Ántrax? ¿Estarían sus días contados después de haber olido ese polvo mortal? Sí, eso debía ser. Su jefe quería eliminarla, así que la envió entregar ese paquete y organizo el apagón para acabar con ella. No podía creerlo. Lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. De pronto, todo se iluminó. La energía regresó al edificio y le dio vida al elevador. Con los ojos empapados, miró hacia abajo. Esperando ver en su mano un polvo blanco amenazante. Pero en su lugar, tenía la mano llena de diamantina negra. Su jefe le había pedido entregar un sobre con diamantina negra.

CuentarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora