Capítulo 3: Íntegro

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Sabía que Nathan no acortaría la poca distancia entre nosotros para venir a abrazarme, él no era así conmigo ni con nadie. Era su personalidad. Así que, con el amuleto quemando en mi pecho, di un par de pasos -los suficientes para llegar hasta él- y cerré mis brazos alrededor de su cuello.

En ese momento, la corriente que minutos antes circulaba a través de mí, se extendió hacia el cuerpo de Nate, envolviéndonos junto con la calidez que desprendía el amuleto. Me sentí allí mejor que en cualquier parte del planeta, mejor que con cualquier otra persona. Estar cerca de él era una de las cosas que más añoraba; De repente percibí al amuleto arder, como si hubiera estallado en llamas. Sin embargo no me separé, sino que quise apretarle más fuerte contra mí.

Había cerrado los ojos y, me aferraba a Nate y a la forma en que su contacto me ponía nerviosa. Él se mantuvo quieto, aunque le vi sacar las manos de los bolsillos cuando me acerqué. Su cabeza quedó enterrada en mi cabello y sentía su aliento contra éste, esto me provocaba un cosquilleo en la piel. Pareció dudar en abrazarme, yo lo estaba deseando porque dejando aparte mis sentimientos, él era mi amigo y quería que lo hiciera. Al final puso sus manos lentamente sobre mi cintura.

-Estás de vuelta…-susurró para que solo yo le oyera.

No hubo alegría en su voz sino más bien sonó como aliviado. ¿Aliviado de verme de vuelta? Sonreí más de lo que hubiera debido a causa de ese pensamiento. Justo después, separó un poco nuestros cuerpos empujándome cuidadosamente de la cintura, ahogando mis ganas de seguir abrazándole. Le miré, no parecía estar sorprendido de verme, no como los demás. Tal vez era porque él apenas mostraba sus sentimientos. No quería pensar que no se alegraba de verme. Sin embargo, tenía sus ojos fijos en los míos, tratando de ver a través de mí, con tanta intensidad que me hizo sentir incómoda y por consiguiente, apartar la vista. Donna cortó aquella pequeña tensión atrapándome por la espalda y estrujándome hasta dejarme sin aliento.

El colgante de plata había cesado en su intento de incendiarme el pecho cuando dejé de concentrarme y mirar a Nathan. Se notaba como en un sueño en el que puedes sentir que te estás quemando pero que apenas duele, como si se hubiera alterado tu escala de dolor y lo ardiente estuviera donde debería de estar lo templado. Nunca era más que eso.

Lo percibía demasiado agradable –igual que el agua caliente en una ducha en invierno- y no huía sino que corría deliberadamente hacia ello, pues no quería separarme de aquella sensación. Pero los demás demandaban mi atención, así que solté el amuleto -que no me había dado cuenta que lo agarraba de nuevo- y les atendí volviéndome hacia ellos.

-¡Estás aquí, estás aquí!-repitió Maya subiéndose encima de mí otra vez, cruzando sus piernas en mi espalda.

-¡Mi mono!-Me reí intentando sostenerla-. ¡Procura que no se me quede el vestido de bufanda!-le avisé con una risita mientras Donna me lo bajaba, carcajeándose, porque se me había arrugado a la altura de la entrepierna.

-¿Yo también puedo?-bromeó Meiko.

Me miró con aquellos preciosos ojos rasgados que había heredado de una mezcla de padre japonés y madre británica.

-Ni se te ocurra-Le fruncí el ceño, divertida-. Tú-me referí a mi mejor amiga y le pellizqué en el costado para que se descolgara. Se quejó y lo hizo. No podía sostenerla por más tiempo.

-¿Por qué no me dijiste que venías?-Puso morros-. Al menos a mí-Estaba ligeramente enfadada por no haber compartido mi idea con ella.

-¿Por qué también era una sorpresa para ti?-Se me adelantó Alan con un tono que denotaba que era obvio.

Prohibidos: Esclavos del tiempo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora