Cuando era pequeña, mi familia me explicaba historias con personajes monstruosos y viles. Su único objetivo era el de inculcarme miedo para que me portara bien y así, si hacía alguna travesura, poder amenazarme con que uno de esos seres vendría a buscarme y tal vez se hiciera un pastel con mis vísceras, o me encerrara en el calabozo del castillo dónde vivía. Tal vez a los niños les guste tanto los asuntos macabros porque aún no han visto suficiente maldad en el mundo, ya que, si de algo estaban lejos aquellos relatos era de asustarme.
Vivía con mi familia en un pueblo de la montaña, mi madre me educaba en casa, y por aquel entonces mi mejor amigo era mi abuelo. Cada tarde, hiciera frío o calor, lloviera o un sol abrasador nos calentara, nos sentábamos bajo el viejo castaño que reinaba mi jardín y nos explicábamos cuentos. Yo siempre me los inventaba, y normalmente eran muy aburridos, pero a él parecían gustarle. O eso, o era muy buen actor. Sin embargo, los suyos siempre conseguían dejarme con la boca abierta. Mi abuelo tenía un talento natural para contar historias. Su voz cálida y aterciopelada, su gran precisión para escoger la palabra precisa y su capacidad de cautivar a las personas se unían y lo convertían, ante mis ojos, en el mejor narrador que el mundo hubiera visto. Y ningún cuento me gustaba más que el del Gusano del Corazón. Con un gesto, me invitaba a sentarme en su regazo, se aclaraba la garganta, y relataba:
"Desde que el hombre aprendió a manejar el fuego, se ha dicho que junto a nuestro corazón habita un gusano. Lo tenemos desde que nacemos hasta que morimos. Gracias a la pureza y la inocencia propia y característica de los recién nacidos, el gusano se pasa los primeros años en un profundo letargo. Cuando el bebé crece y se desarrolla en él el sentimiento de maldad, solo de uno depende que el gusano siga en el mismo estado que cuando nació. A la primera crueldad, el gusano despierta, y se familiariza con su entorno. A la segunda, se da cuenta de que junto a él hay un objeto repleto de vida, y por pura curiosidad, le da un mordisquito. Sin embargo, lo que la pobre larva no sabe, es que su boca contiene un veneno que corrompe nuestro corazón. Lo que tocan las fauces de esa criatura vermiforme, queda depravado para siempre, y no hay manera de arreglarlo. Muy pocas personas consiguen llegar al final de su vida con el corazón completamente limpio, y no hay que sentirse culpable si el gusano nos muerde de vez en cuando. Pero hay que tener cuidado, porque si no cada vez dará mordiscos más grandes hasta cubrir con su cuerpo completamente el corazón de la persona que lo tenga dentro; entonces esta morirá al instante. Y si se abriera al muerto en canal, y se extrajera su corazón, se vería a un gusano gordo y satisfecho que acaba de comer el más grande de los manjares."
Cuando mi abuelo terminaba, me temblaban las rodillas. Una vez, después de que acabaran uno de nuestros habituales encuentros, le estiré del pantalón y pregunté:
—¿Alguna vez lo has visto, abuelo?
Me miró confundido.
—¿A qué te refieres?
—¿Alguna vez has visto un corazón completamente corrompido por el Gusano?
Mi abuelo paró en seco y por un período de tiempo tan corto que creí habérmelo imaginado, su mirada se ensombreció. Asomó de sus labios una sonrisa llena de melancolía y dolor. Entonces se agachó para estar a mi altura y apoyó su callosa mano en mi hombro.
—Pequeña...— me miraba fijamente a los ojos. No podía dejar de sentirme hipnotizada. Hizo una pausa para respirar profundamente en un intento de reunir el suficiente valor para decirme algo—. Debes prometerme una cosa. No intentarás saber más de este asunto de lo que ya sabes. Es simplemente una leyenda.
Algunos le hubieran hecho caso a mi abuelo, otros habrían pensado que se había vuelto loco. Sin embargo, un presentimiento que nacía en mi estómago me decía que estaba mintiendo.

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El gusano del corazón
Short Story¿Qué ocurre cuando un tétrico cuento infantil se convierte en realidad?