PRÓLOGO

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—Las niñas están bien, es un milagro que hayan sobrevivido.
La señora Blake no podía dejar de llorar, estaba devastada, pero la noticia de que no lo había perdido todo iluminaba cierta parte de sus ojos.
—¿Dónde están? -Preguntó al oficial, con los labios temblando, hecha un mar de lágrimas.
El oficial le señaló el final del pasillo a las dos niñas envueltas en una manta, sentadas en un sillón.
Estaban sucias y mojadas, con algunos raspones en la cara y en el cuerpo.
—¡Abuela! ¡Abuela! —exclamó la más pequeña cuando vio que su abuela se acercaba caminando por el largo pasillo.
La señora Blake se arrodilló en el piso, y las niñas se abrazaron a ella, sintiendo su calor, cómo un refugio en medio de su desgracia.
Verlas ahí a las tres, arrodilladas en el piso, llorando desgarradoramente, era una escena completamente triste para todos los que se encontraban allí en ese momento.
—Lo siento tanto —repetía una y otra vez la abuela a sus nietas, que no dejaban de abrazarle, buscando un poco de consuelo a su tragedia, tragedia que las tres compartían.
Susan y Gina habían perdido a sus padres, y la Señora Blake, había perdido a su único hijo y a su nuera en ese trágico accidente de coche, pero gracias a Dios, las niñas habían salido ilesas.
Miles de preguntas asaltaban la cabeza de la señora Blake en ese momento, cómo haría para cuidar de dos niñas tan pequeñas, sí podría a su edad ella sola con todo, en fin cosas que cualquiera en su situación se hubiese preguntado, pero al final de todo prefirió no pensar, y se concentró en la alegría que significaba que sus dos nietas estuviesen vivas.
Susan tenía sólo ocho años, y Gina recién había cumplido los cuatro.
Estaban siempre juntas, a pesar de que eran completamente diferentes. Pero eso las unía más, eso decía siempre su padre.
Susan era una niña seria, tranquila, siempre estaba quieta, y no daba ningún trabajo, en cambio Gina, desde el día en que había nacido se notaba que era todo lo contrario.
Era revoltosa, inquieta y desobediente, pero era una niña muy feliz, siempre estaba sonriendo, y de buen humor.
Su abuela ahora era su única familia, no tenían más familiares que ella, y las niñas la amaban con locura.
Juntas podrían salir adelante, aunque no fuese fácil, pero juntas todo sería mejor.
Allí mismo prometieron las tres, que nunca se separarían, que siempre estarían juntas.

Te vi sin quererDonde viven las historias. Descúbrelo ahora