Capítulo 11. -La mujer.

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Ryan salió e intentó analizar todo de mejor forma, mantener su cabeza fría y así no tener que gritarle a alguien más. Ni siquiera le importaba que aún llevaba el traje cuando hacía un frío terrible, igual a los noruegos el frío les da un poco igual.

Se compró una dona, no por la tristeza o la decepción que sentía, sino porque en serio tenía hambre y se veían deliciosas.

Alcanzó a darle un mordisco y alejarse un poco del puesto de venta cuando una mujer, con la ropa rasgada y sucia se le acercó con notable frío. Los labios temblorosos, cabello sucio tornándose gris y mirada suplicante.

El rubio bajó la mirada a su dona y luego vio a la mujer.

-¿Quieres esto? -Preguntó refiriéndose al delicioso postre cubierto de chocolate.

La mujer, con algo de vergüenza asintió.

-Eso pensé. -Fue lo único que dijo antes de regresar a comprar otra dona igual. Caminó de nuevo al lugar, donde había visto a la mujer desaliñada. La cual pensaba que él no iba a volver.

La miró compasivo y le extendió la mano para ofrecerle la dona. La mujer se extrañó por lo que hizo. Nadie suele hacer eso. La gente normalmente pasaba a su lado y sólo la miraba de reojo para luego seguir su camino.

-Gracias. -Dijo ella de forma sincera y cuando comenzó a comer la dona, lo hacía lento, como si estuviese segura de que no tendría otra oportunidad así.

Ryan iba a seguir su camino cuando sintió algo peludo caminar entre sus pies y dar vueltas a su alrededor para no dejarlo ir. Miró hacia abajo y vio un gato, un gato de manchas.

No parecía un gato callejero, estaba bien cuidado, aunque se notaba que estaba viejo por la lentitud y pesadez con la que caminaba. Tal vez era de alguien de por allí. A Ryan le sorprendió ver como el gato lo trataba, como sí de algo lo conociera.

-¿Quién eres? Eres una bola de pelos, eso eres. -Habló como si se dirigiese a un niño y se agachó para acariciarlo con la mano que tenía desocupada. -¿Te escapaste de tu casa?

La debilidad del chico siempre habían sido los gatos.

-Nadie sabe, sólo aparece en raras ocasiones. -La mujer se tomó el atrevimiento de decir.

Había un banco cerca del callejón y Ryan decidió sentarse allí y hablar un poco con ella, tal vez se sentía sola.

-Una vez leí que los gatos tienen un sentido que nosotros no. -Rió un poco el chico. -A veces da un poco de miedo. -Intentaba mantener su sonrisa, pero se iba al instante.

El gato dio un salto y se sentó al lado del rubio, quien se comía plácidamente su dona.

La mujer se mantuvo sentada contra la pared mientras seguía comiendo, le alegraba que alguien se hubiera animado a hablar con ella.

-¿Te pasa algo? -La mujer le preguntó al darse cuenta de la expresión triste del muchacho. -Si no te molesta contarme.

-Me pasa todo, realmente. -Le sonrió amablemente agradeciendo su preocupación. -Digamos que perdí algo muy importante... O peor, nunca fue real.

-Hace mucho tiempo también perdí algo. -Comentó la mujer para que se sintiera mejor. -A mi hijo.

Ryan se asombró por lo que había dicho y la miró con atención.

-¿Cómo pasó? -Preguntó él curioso, cuidando de no parecer impertinente.

-Estábamos pasando mucho frío, yo podía soportarlo, pero él no. Llegaban momentos en los que simplemente dejaba de moverse y eso me preocupaba. -Contó ella recordando. -Yo sólo rogaba para que apareciese una oportunidad de mantener a Ansel vivo.

-¿Murió de frío? -Infirió el chico.

-No. Un día vino un niño, tan rubio como mi hijo, con ropa que parecía mantenerlo lo suficientemente caliente. -Dijo ella. -Le quité la ropa para ponérsela a Ansel.

El rubio se indignó un poco por lo que escuchaba, no le parecía para nada una buena solución. Entonces la mujer lo miró como si supiera lo que estaba pensando en ese instante.

-Ya sé que no debí hacerlo. -En su rostro apareció un arrepentimiento verdadero. -Pero no me di cuenta de la maldad que había cometido, sino hasta que la vida me lo cobró. -Hacía fuerza para no llorar. -Ese niño salió corriendo de allí, no sé a dónde, la verdad es que en ese momento sólo me importaba que Ansel siguiera respirando.

El de ojos verdes la escuchaba mientras acariciaba al gato, casi podía sentir el dolor de ella con sólo ver como contaba su historia.

-Días después recuperó el calor, ya podía levantarse y yo estaba francamente feliz. -No pudo resistir una lágrima. -Pero sus mareos se volvían cada vez peores y en uno de ellos cayó en medio de la calle. -Ryan abrió mucho los ojos impactado por lo que había dicho. -El auto pasó a toda velocidad y sin siquiera pensarlo lo atropelló. -Dejó un espacio para la reacción del chico, quien puso una mano sobre su boca sin poder creerlo.

-¿El dueño del auto se bajó a ver lo que había causado? -Preguntó Ryan.

Ella negó con la cabeza.

-No, sólo se dio a la fuga. -Respondió. -Lo último que recuerdo fue que mi hijo estaba allí, tendido en el suelo, comenzaron a salir personas de todas partes a ver y me fui corriendo.

De la mente del chico no había podido salir el niño que seguramente había deambulado por esas calles frías sin nada puesto.

-¿Hace cuánto fue eso? -Se atrevió a hacer una última pregunta y la mujer le respondió como si hubiese contado el tiempo en que Ansel no pudo estar con ella.

-Más de veinte años. -Se limitó a decir y Ryan frunció el ceño cuando su cerebro comenzó a unir los hechos.

Sara había dicho que él no tenía ropa al llegar a su casa.

Un niño rubio.

El gato que lo trataba como si lo hubiese visto antes.

Todo comenzaba a tener un sentido y era que ese niño al que la mujer había despojado de su ropa para salvar a su hijo era él.

Continuará...

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Estoy satisfecha con este capítulo. Pobre Ryan.

Los Gemelos DoblasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora