especial

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La fuerte lluvia caía violentamente contra los cristales del viejo coche. Ella vacilaba en salir o no pues no sabría qué hacer cuando él estuviese delante. Su corazón latía más rápido de lo normal y estaba completamente segura de que en cualquier momento se le saldría del pecho.

Finalmente se armó de valor, apagó la radio y salió del vehículo. Cerró la puerta lentamente, aún insegura, y se dirigió a la cafetería. Como cada tarde desde aquel caluroso día, ella había quedado con él para tomar una taza de café.

Entró con la cabeza gacha y se dirigió a su rutinaria mesa. Al fondo del todo, en una esquinita apartada del resto de clientes, sintió sus manos sudar. Miró la hora en su viejo y desfasado teléfono móvil y suspiró al ver que aún no era la hora acordada.

Los minutos pasaban lentos y aquello provocaba que su nerviosismo aumentase. Esa sería su última oportunidad para hablar con él antes de que tuviese que irse a la universidad de nuevo y acabase con la rutina.

En el momento en el que sus ojos se encontraron, sintió como miles de chispitas la envolvían. Él le dedicó una cálida sonrisa y se sentó delante de ella. Le gustaba la forma en la que retiraba la silla sin arañar el suelo y la gracia con la que se sentaba.

Él la saludó con su rutinario "Hola, chica del café". Lo curioso era que después de varias semanas aún no sabían sus nombres. Aquello incrementaba más el interés mutuo.

Ambos pidieron sus cafés. El suyo era un simple café solo, amargo. Sin embargo, él prefería que fuese con leche o con mucho azúcar. Ella solía decirle que no sabía cómo disfrutar de un buen café hasta que él, finalmente, dejó de echarse dos sobres de edulcorante a solo uno.

Sabía que lo único que ellos dos tenían en común eran las tardes de café en la apartada mesa del fondo. No era mucho pero suficiente para ambos. Los dos eran amantes del café y la buena compañía.

Un estruendoso rayo iluminó su pálido rostro y seguido de eso un trueno hizo que ella se percatase de la hora. Miró disimuladamente su viejo móvil bajo la mesa y suspiró; las seis y media. Aquella solía ser la hora a la que se despedían.

Sin embargo, para sorpresa del chico, pidió otra taza más de café. En ese momento él se dio cuenta de que algo iba a suceder. Él no era tonto y se había percatado de su extraño comportamiento las últimas tardes. Unas azuladas ojeras se veían tatuadas bajo los hermosos ojos color café de la chica. Le producían insomnio, era su cafeína.

Él adoraba sus huesudas clavículas y ver sus finos y largos dedos sujetar contra el pecho la taza. Las mordidas uñas pintadas de color negro y sus mejillas sonrojarse cada vez que le decía algún cumplido hacía que cada vez la viese preciosa. Amaba los hoyuelos que le salían cuando reía. Ella era de esas personas con las que era fácil hablar durante horas sin parar. Entre ellos no había conversaciones forzadas o temas para aburrir. Él sabía cuan interesante era ella y no quería que aquello acabase nunca.

Mientras él sonreía, mirando la ya casi medio vacía taza blanca de café, ella dedicó unos breves segundos a grabarlo en su mente. Le gustaba el sonido musical de su risa, las arrugas de su frente cada vez que fruncía el ceño y como sus venas se le marcaban tanto en la blanquecina piel. La tonalidad no era paliducha de un color enfermizo, al contrario, era blanca y pulida; se veía lustrosa. Adoraba la forma en la que cogía con delicadeza la vajilla.

Observó su taza, a solo un sorbo de acabarse el café. No quería terminar con aquello, él era la razón por la cual su droga era esa amarga bebida. Los dos se provocaban el insomnio mutuo y ellos lo sabían. Ella suspiró, sabía que no habría más ocasiones y era lo que tenía que hacer. Se llevó la taza a sus carnosos labios y después de vacilar durante unos breves segundos, la dejó sobre la mesa.

A ella le encantaba el sabor amargo y ardiente del café. Sin embargo, prefirió dejar ese sorbito. Simplemente porque ella quería sentir que aquella no sería la última taza, la despedida. Él se percató de su reciente e inusual acción y la imito. Entonces ambos comprendieron que siempre les quedaría el café.


Después de más de 6 meses de la finalización de esta "novela" (si se puede llamar así), he escrito una historia alternativa. 

En mi instituto se celebra Sant Jordi y el tema de este año era escoger una canción de Bob Dylan (solamente el título) e inspirarnos con ello. Cuando leí "One more cup of coffe" en la lista me emocioné tanto que sin pensarlo la elegí. 

Es diferente pero creo que está bien. 

Os quiere,

Miss. Caffeine 

caffeine; cthDonde viven las historias. Descúbrelo ahora