-Y ahora qué?- Megan se cruzó de brazos y miro hacia fuera por la ventana de la oficina, aquellas criaturas con cuernos y piel roja seguían caminando alrededor de la casa, como si una gran manada de ellos estuviese migrando hacia otras tierras.
-Deberíamos salir y correr hasta que no podamos más- propuso Beca levantándose del sillón y tomando su bolso –No tenemos nada que perder, verdad? Tú lo dijiste- Megan asintió encogiéndose de hombros y tomo el abrecartas que descansaba sobre el escritorio caoba de la habitación.
-Vámonos- ambas caminaron lentamente hacia la puerta de la cabaña, Megan se adelante y sujeto el pomo con fuerza, tomando una gran bocanada de aire antes de girar la pieza de cobre y empujar la madera hacia afuera.
Una suave oleada de viento caliente sacudió el cabello de ambas muchachas mientras, estas, observaban el paisaje atontadas. Un extenso territorio plano cuyo suelo era tan negro como el petróleo o el mismo carbón se encontraba ocupado por centenas de criaturas de al menos 3 metros de alto, con cuernos puntiagudos, piel tersa de un color rojo oscuro y con posaderas peludas negras y marrones. El cielo sobre dicha tierra era de un intenso violeta con una media luna azul incandescente, aves de todos los tamaños y tonos de grises volaban libremente por el extenso cielo sin restricción alguna.
Megan y Beca bajaron lentamente los escalones de la cabaña y se sorprendieron al sentir el suelo caliente bajo la suela de sus zapatos, ambas jóvenes se miraron con asombro y fascinación antes de dirigir sus miradas a las criaturas que pasaban alrededor de la cabaña mientras se dirigían al sur.
-Es como si fuésemos invisibles para ellos- murmuro la pelinegra maravillada ante la bella e imponente apariencia de las criaturas, Megan asintió dándole la razón y luego vio un trozo de lo que parecía carbón en el suelo.
-Tengo una idea- la cabaña se encontraba rodeada de aquellas criaturas rojizas, la joven de cabellos dorados sonrió con malicia y arrojo el trozo de carbón hacia un costado, la madera quemada subió unos metros y cayo a unos diez metros de distancia al mismo tiempo que un gruñido resonaba por todo el lugar.
-Qué demonios hiciste!?- Beca miro alarmada a la rubia y esta sonrió nerviosamente mientras se encogía de hombros.
-Quería despistarles con un ruido pero parece que no funciono como lo planeé- la pelinegra golpeó la nuca de la otra joven y se pegó espalda con espalda con esta cuando todas las bestias detuvieron su andar para verlas con brillantes ojos rojos.
-Mierda- Beca murmuro una maldición y tomo la mano de Megan con determinación -Vamos! Confía en mí- la joven de cabellos dorados asintió, Beca jalo de la rubia hacia las bestias y salto sobre ellas, caminando por sus espaldas a medida que estas gruñían y se sacudían para quitárselas de encima.
-Estás loca!- Megan comenzó a gritar mientras saltaban de lomo en lomo sin esperar un segundo para detenerse hasta llegar al final de la manada.
-Pero funciono- Beca le guiño un ojo a la joven y luego su sonrisa orgullosa se transformó en terror cuando noto a las criaturas observándolas con ojos hambrientos -Corre!- la tierra comenzó a temblar bajo las pisadas furiosas de aquellas criaturas mientras las jóvenes corrían por sus vidas en aquel interminable desierto negro.
-Cuidado!- Megan salto sobre la criatura que se encontraba a punto de atacar a Beca y la derribo contra el suelo, cayendo sobre la bestia y alejando sus garras con las manos.
-Megan!- Beca observo aterrada como la joven forcejeaba con la criatura mientras las demás bestias se acercaban más y más –Que hago?- se preguntó a sí misma, la joven apretó sus puños con impotencia y sintió algo caliente en su puño derecho, al mirar hacia este se encontró con una pequeña daga con un mango tallado de madera, cuya hoja era plateada con grabados en un profundo azul.
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Let's End This
RandomHace muchos años ellas fueron heroínas, la gente por las calles llamaba sus nombres y les alababan. Ahora no son nadie, sus vida son monótonas hasta que ya no lo son, todo cambia, de nuevo, todo se da vuelta. El futuro de ambas y sus vidas penden de...