La belleza es ciega

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""¡Brava! ¡Bravissima!" Una oleada de aplausos envolvió a Justine mientras llovían rosas sobre el escenario.

"Es asombroso que no me den", pensó amargamente. "Soy el objetivo más grande en kilómetros".

Cuando bajó el telón, se retiró a su camerino, dejó a un lado su yelmo vikingo con cuernos, y se contoneó hasta el espejo con un gelatinoso zarandeo. Llamaron a la puerta y apareció Henry Whalin. Otra vez Henry.

"Ha estado majestuosa, señorita Divangelo. ¿Lo ha visto? La crítica asegura que es la mejor soprano del siglo diecinueve". Miró al suelo y movió los pies, incómodo. "Tiene enamorados a todos los hombres de la ciudad".

"Henry, estúpido", se quejó Justine mientras examinaba su perfil en el espejo.
"Ningún hombre de verdad podría amar a una vaca como yo". Intentó meter tripa.
Asqueroso.

Esperaba un suspiro, pero la respuesta de Henry fue diferente aquel día. Hubo un susurro y un sonido metálico.

"Buenas noches, señora mía". Escuchó el chasquido al cerrarse la puerta.

Justine observó melancólicamente un ferrotipo de la hermosa Bella Magro, la esbelta soprano que adoraba cuando era joven.

"¿Cuál era el secreto de Bella?", se preguntó mientras picoteaba una caja de trufas que estaba en la mesa.

Unos minutos más tarde, Justine estaba inclinada sobre la papelera de al lado de la puerta, provocándose arcadas. Acabó rindiéndose y se sacó el dedo de la garganta.

Entonces, en el fondo de la papelera, vio las rosas y la carta, y recordó el susurro y el sonido metálico.

Abrió la carta y leyó en voz alta: "Te has ganado mi corazón, y eso no es una hazaña pequeña".

"¿No es una hazaña pequeña?", gritó con rabia.
"Una hazaña enorme, ¿verdad?" Arrugó la nota, la tiró al suelo y la pisó sin contemplaciones.

Algo se rompió en su interior. Desde ese momento en adelante decidió que no volvería a cantar. Su voz podía irse al infierno, siempre y cuando ella pudiera ser hermosa.

Nadie sabe qué fue de Justine después de aquello.

Ni el empresario, que le rogó que volviese. Ni los periodistas, que le suplicaban una declaración.

Ni Henry, que se sentía demasiado machacado como para volver a verla.

Cuando el casero de Justine entró por fin en el piso, se sobresaltó al descubrir una esbelta y hermosa mujer en la butaca de su inquilina. Estaba desnuda y tenía la garganta destrozada. La sangre había dibujado un ramo de rosas invertido en su pecho.

La mujer sostenía sus propias cuerdas vocales en la mano.

FIN."

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⏰ Última actualización: Mar 04, 2017 ⏰

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