Había pasado una semana desde que había dado el gran paso de salir otra vez. Habían sido unos días bastante difíciles para él, comenzando porque en esa misma semana su madre le había regañado más veces de las que lo hizo cuando era un pequeño. Ella estaba empeñada en que consiguiera a alguien para cuidar a los niños, alguien que no fuera Taylor y Jhonny, sus nuevos guardias de seguridad. Pero ellos se habían llevado muy bien con sus hijos, así que estaba aguantando los regaños de su madre.
Las cosas en la empresa iban mucho mejor. Había encontrado que económicamente no había pasado nada, aparte de pequeños problemas internos con el personal; que las exportaciones e importaciones seguían siendo las mejores; y que nadie había dejado el vínculo con la empresa. Los nuevos países con los que había tenido un convenio estaban contentos con los productos, y eso lo hacía feliz.
Cuando puso el pie en el picaporte de la casa de sus padres, la puerta se abrió mostrando a Luna, quien le sonrió al verlo. Luna era una mujer que había trabajado desde joven en esa casa. Cuando su madre murió, a los cincuenta, por una tuberculosis, una Luna de veinte años comenzó a trabajar para su madre. Había sido la nana de todos. Hacía gran parte de las tareas de la casa, pero ahora solo ayudaba en algunas cosas. La familia aún no era capaz de dejarla ir. Ella era una Abbruzzi más, aunque no lo aceptaba jamás. Braxton, al verla, le dio un abrazo fuerte. Era una señora que, con sus años, había tomado peso. Era una mujer a la que despertaba deseos de abrazarla. Además, su voz ayudaba con todo.
—¿Cómo estás, mi niño? Es una sorpresa tenerte por aquí —comentó, tocando la cara del chico, haciéndolo sonreír. Al parecer ella iba a salir, pero en el momento en que lo vio solo abrió la puerta para dejarlo pasar.
—Muy buenos días, Luna. Estoy bastante mejor. ¿Esta papá aún, o ya salió al club? —preguntó. Su padre, en el momento que había dejado la empresa, se había dedicado a algunas cosas pequeñas. A veces era quien viajaba por Braxton y constataba las negociaciones. Había sido muy joven cuando dejó la empresa, pero recaídas de salud fueron la razón. Meredith, su esposa y madre de los tres Abbruzzi, había sido muy clara con todo, el padre no volvería a arriesgar su vida con el estrés que le generaba la empresa. Ahora se dedicaba a cosas pequeñas y tenía una mejor salud. Era un hombre cronológicamente joven, pero su salud era lo más importante para la familia.
—Sí, está en el estudio con su madre —comentó la mujer, y dejó pasar al chico.
Braxton estaba tan familiarizado con esa casa como lo estaba con la suya. Era obvio, por el hecho de que vivió ahí gran parte de su vida. La casa seguía intacta en su color blanco, sin manchas; la escalera en forma de caracol que la rodeaba seguía luciendo perfecta; los candelabros que colgaban en el techo combinaban con el piso de mármol que a su madre le encantaba mantener brillante. Bajó la mirada y notó que podía ver su reflejo. Sonrió por ese hecho. Le hacía recordar cuando llegaba de la escuela con sus hermanos, lanzaban todo al piso y su madre automáticamente comenzaba a gritar, pero entonces salía su padre en defensa tratando de calmarla. La casa estaba sola, así que no se encontraba la menor de ellos. Bibí aún vivía con sus padres, por el hecho que era una chica con artritis idiopática juvenil, una enfermedad de la cual aún no se tenía un conocimiento amplio, y según los estudios, nadie en la familia la presentaba.
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UNA NIÑERA PARA MIS HIJOS |LIBRO #1|
ChickLitUna historia llena de ternura. Llena de sacrificios. Llena de amor. El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. -1 Cori...