Capítulo 40

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Era casi medianoche, la casa estaba a oscuras y tranquila. Iwaizumi rebuscaba en el refrigerador algo rápido para comer y beber, con cuidado de no hacer mucho ruido. En cuanto terminó de hacerse un sándwich todo apresurado, tomó una botella de jugo bien helado y cerró la puerta del refrigerador con un pie descalzo; no era algo muy recomendable pero con las prisas ni reparó en ello. Luego fue caminando de puntillas hacia la sala, en dirección a la escalera. La casa en verdad estaba a solas para él, pues su familia había salido porque estaban invitados a una cena, pero Hajime no quería alertar a Wasabi. El perro, normalmente enérgico e inagotable, ahora estaba tirado en la sala con el hocico frente al ventilador que le dejaban encendido, pues el calor lo agobiaba; parecía dormido. El muchacho se movió con sigilo hasta las escaleras, las cuales subió salteando de a dos escalones. Una vez en su habitación dejó el plato con el sándwich y el jugo sobre el escritorio, para luego dejarse caer una vez más en la silla, frente al computador. 

—Ya estoy de vuelt... ¿Qué haces? —Inquirió Iwaizumi al mirar la pantalla.

Hacía una hora y media que charlaba con Oikawa mediante una video-llamada. De hecho, era la primera vez que se comunicaban así después de que Tooru se fuera de viaje, hacía ya cuatro semanas; hasta entonces solo se habían mandado mensajes o mantenido llamadas por teléfono. Hajime se había alejado del computador solo diez minutos para ir a buscar algo de comer, y de regreso ya no veía a su novio en la pantalla. Es decir, sí lo veía, pero no como una persona normal se sentaría a mantener una charla por video-llamada...

—¿No es obvio, Iwa-chan? Te seduzco en la distancia.

En la pantalla del computador se veía buena parte de la habitación de Oikawa, la cual compartía con el chico mexicano que en ese momento no se encontraba allí. Por eso mismo Tooru se había recostado en su propia cama, a penas en calzones de estrellas flúor y en pose sugerente mientras miraba a la cámara.

—¿Cómo pasamos de hablar sobre comida mexicana a... la seducción en la distancia? —Quiso saber Iwaizumi, carraspeando y dándole un mordisco a su sándwich.

Oikawa había pasado un buen rato alabando los platos que preparaba Carlos, su compañero de cuarto.

—Yo sé que te gusta mi trasero rechoncho, Iwa-chan —replicó Tooru dándose unas palmaditas en la cadera—. Así que ahora quería mostrarte mis nuevas curvas latinas.

—¿Curvas latinas?

—Sí, mis sensuales curvas cinceladas por los tacos al pastor —se bajó un poco la ropa interior para dejar al descubierto la piel de su cadera.

—... Cerdikawa.

Tooru hizo un mohín enfurruñado e Iwaizumi tuvo severas ganas de atravesar la pantalla para llegar a su lado y abrazarlo. En cambio, para calmarse, le dio un largo trago a la botella de jugo fresco.

—Yo también quiero verte —dijo Oikawa de pronto.

—Pues me estás viendo.

—Pero quítate la sudadera, Iwa-chan, me interrumpe el campo visual.

Hajime frunció el gesto un momento pero accedió a su pedido.

—Listo —dijo en cuanto dejó caer la sudadera al suelo y sus marcados abdominales quedaron al aire—. ¿Satisfecho?

—Creo que nunca estuve más insatisfecho en mi vida —murmuró Oikawa, que se había llevado un puño cerrado a la boca y se mordía los nudillos—. Ahora tócate.

—¿Qué?

—Oh, vamos Iwa-chan, estaremos sin vernos durante once meses más...

—No hace falta que me lo recuerdes —musitó Hajime para sí mismo.

—... no puedes negar que en algún momento te aliviarás la frustración sexual tú solo —siguió diciendo Oikawa, que no había escuchado nada—. Pensando en mí, espero.

"Es lo que hacía antes, desde los catorce años", pensó Iwaizumi, pero no lo dijo en voz alta.

—Así que, ya que vas hacerlo —añadió Tooru—, quiero que me dejes verlo.

Iwaizumi le dio otro trago a la botella de jugo, intentando refrescarse mientras ordenaba las ideas y trataba de no distraerse. Hacía calor a pesar de ser de noche y el idiota de Oikawa en pantalla, ahí tirado en un cama semi-desnudo al otro lado del maldito océano, lo alteraba más de lo que estaba dispuesto a admitir. Lo alteraba tanto que sus ridículas ideas dejaban de sonarle tan... bueno, ridículas.

—De acuerdo —aceptó al fin.

—¡¿EN SERIO?! —Bramó Oikawa, prácticamente saltando sobre su cama.

—Claro —relajó la espalda contra la silla y se cruzó de brazos—. Pero tú primero.

Los brinquitos de Tooru sobre el colchón se detuvieron en seco; se lo vio desconcertado durante unos instantes y luego esbozó una sonrisa ladina.

—Vaya, Iwa-chan, así que también quieres verme en ello...

—Por supuesto —a Hajime le gustó verlo sonrojarse, descolocado ante su sinceridad.

—Si hubiese sabido que alejarme cruzando el océano serviría para encenderte, lo hubiese hecho años atrás.

—Te fuiste a Tokio —le recordó mientras tomaba su sándwich una vez más y le daba varios mordiscos.

—Parece que no era la distancia adecuada —suspiró Tooru en tono dramático—. Quizá... Quizá deba irme a Júpiter —compuso gesto teatral, abrazándose a sí mismo y rodando sobre su colchón de lado a lado—. Está lo suficientemente lejos... Quizá entonces por fin te escuche decirme: "Te amo".

Iwaizumi tragó con dificultad el último bocado de su sándwich. No. Definitivamente, no. Ya lo había visto alejarse dos veces, no le interesaba que existiera una tercera vez. La próxima vez que se marchara, sea donde sea, aunque fuese a acampar en la estrella Próxima Centauri, iría a su lado.

—O quizá... —Empezó a decir Hajime, dándole otro trago a su jugo—. Quizá solo debas regresar para escucharlo.

Oikawa, totalmente sorprendido, olvidó detener su rodamiento y cayó por un lado de la cama, desapareciendo de la pantalla abruptamente con un fuerte estrépito.

—Es un idiota... —rezongó Iwaizumi por lo bajo, estirando el cuello en vano porque el ángulo de la cámara no le permitía ver donde había caído Tooru—. ¿Te encuentras bien?

Dando un ágil salto Oikawa se puso en pie de nuevo, todo sonriente.

—¡Mejor que nunca! —Afirmó, radiante, mientas se echaba de nuevo en la cama pretendiendo que no acababa de pasar nada.

Escondiendo una sonrisa detrás de un gesto torcido, Hajime entonces dijo:

—¿Y bien? ¿Lo harás o no?

—¿El qué? —Continuaba sonriendo como idiota.

—Ya sabes, tu propuesta de antes...

—¡Oh! —Los ojos de Tooru brillaron y sus mejillas se encendieron de nuevo—. ¿Lo harás si yo lo hago?

—Claro —confirmó—. Pero tú primero.

Oikawa asintió, aunque pareció vacilar un instante.

—Bueno... —se echó ligeramente de espaldas, apoyándose sobre los codos—. Solo no vayas a reírte de mí, Iwa-chan.

La duda en su voz fue casi imperceptible, camuflada entre su actitud sugestiva mientras se acomodaba sobre la cama. Pero aquella breve nota de inseguridad en su tono bastó para multiplicar por un millón las ganas de Iwaizumi de atravesar la jodida pantalla y abrazarlo de inmediato. Maldita distancia que no hacía otra cosa que incrementar entre ellos.

—No lo haré, lo prometo.

Tooru asintió de nuevo, cada vez más sonrojado mientras se quitaba la ropa interior. Entonces se quedó muy quieto, tanto como Hajime al otro lado de la pantalla. Los dos se sentían vergonzosamente excitados por aquella puesta en escena, y al mismo tiempo se sentían estúpidos por experimentar aquella vergüenza. Estaban más que acostumbrados a verse desnudos y compartir intimidad, aquello no representaba nada nuevo. Pero ahí estaban, los dos sonrojados y estáticos, contemplándose con alborotado estupor a través de la pantalla, como un pre-púber la primera vez que ve porno a escondidas.

—No sé qué hacer —admitió Oikawa. O sí lo sabía, pero le ganaba una vergüenza hasta entonces desconocida para él.

—Fue tu idea.

—Ya sé... —se mordió el labio inferior, pensativo—. ¿Qué haría Madonna en esta situación?

Iwaizumi entrecerró los ojos.

—¿Qué tiene que ver con esto?

—Es la Reina, ella tiene que ver con todo —lo pensó un momento y entonces se puso a entonar:— "Like a virgin... touched for the very first time... Like a viiiirgiiiiin..." 

Iwaizumi se llevó una mano a la frente, meneando la cabeza con gesto incrédulo. Oikawa era un idiota, y un ridículo. Un idiota ridículo. Y él mismo también lo era, al parecer, porque a la risa le ganaba poderosamente la excitación de ver a Oikawa así, meneándose mientras entonaba aquella canción en poses sugestivas. Era un idiota ridículo, sí, y cómo lo extrañaba.

Una hora y media más tarde Iwaizumi se hallaba por fin recostado en su cama, sin poder conciliar el sueño. La oscuridad y el silencio de la habitación resultaban apacibles, pero no lograba dormirse. Su mente parecía decidida a anclarse pensando y repensando un sinfín de momentos, todos los cuales incluían a Oikawa.

Luego de que Tooru se marchara a Estados Unidos, Hajime había regresado a Miyagi sin tener muy claro cómo se sentía, dividido a la mitad por sentimientos contradictorios. Por un lado, como su mejor amigo de toda la vida, se alegraba y lo enorgullecía que Oikawa hubiese conseguido una oportunidad así para mejorar y superarse. Por otro lado, como novio y amante, detestaba que la distancia entre ellos aumentara aún más, sin posibilidad de escapadas de fin de semana o feriados. Pero principalmente lo desanimaba saber que no iba a estar al lado de Tooru para verlo avanzar y brillar una vez más, para sostenerlo cuando se tambaleara y oírlo dramatizar por todo, compartiendo risas y lágrimas según la ocasión. Una vez más iban a ser otras las personas que estuviesen junto a él para hacer todo eso; y esta vez serían personas nuevas, desconocidas...

Para sacarlo de su desánimo, Hanamaki y Matsukawa le propusieron adelantar un viaje grupal que tenían planeado para más adelante. Con la ayuda y parte de financiación de sus padres, Hajime y Takahiro se habían hecho con el antiguo y destartalado auto de un vecino, que hacía años lo tenía juntando polvo y óxido en el fondo de su casa. Así pues, entre ambos se habían entretenido poniendo a punto y reviviendo un viejo Nissan Skyline R32. Iwaizumi le tenía echado el ojo a ese coche desde que él y Oikawa eran pequeños y pasaban al patio trasero del vecino para recoger alguna pelota que se les había caído allí. No solo le tenía interés a ese auto por ser un clásico japonés, si no porque en la jerga automovilística lo apodaban "Godzilla".

Oikawa había lamentado no estar ahí para escuchar el primer rugido del motor que por fin revivía luego de todos aquellos años, casi desde la primaria, en los que Iwaizumi había pasado fantaseando con recuperar aquel viejo auto.

—No estaré allí para el reestreno de "Godzilla" —dijo Tooru en una de las llamadas—. Pero ahí te envié una canción que debe sonar en la primera vuelta del auto —en su voz se distinguía la sonrisa—. Porque en auto clásico de finales de los ochenta, debe sonar una canción ícono de finales de los ochenta.

Así pues, la primera vez que el Nissan "Godzilla" volvió a rugir recorriendo las calles, Iwaizumi no tuvo más remedio que ir escuchando "Paradise City", de los Guns N' Roses.

"Take me down to the paradise city, where the grass is green and the girls are pretty... Oh won't you please take me home, yeah..." sonaba en el estéreo.

Iwaizumi conducía y Hanamaki iba en el asiento del copiloto, mientras Matsukawa se hallaba cómodamente echado en la parte trasera, junto a Wasabi, que sacaba la cabeza por la ventanilla abierta y parecía feliz de que el viento le alborotara las orejas.

Así pues, los tres amigos decidieron aprovechar el verano a irse a recorrer las rutas japonesas, conociendo pequeñas ciudades o pueblos alejados, acampando en bosques solitarios y montes deshabitados. Wasabi fue con ellos, y entre sus constantes demandas de cariño y la lista de reproducción ochentera que sonaba en el auto, casi parecía que Oikawa estaba allí con ellos, transfigurado en música y ladridos felices.

Iwaizumi disfrutó aquellas tres semanas que pasaron recorriendo parte del país, sin más rumbo fijo que el horizonte al final de la ruta. Le gustaba la naturaleza y estar al aire libre, así que aquellos días perdidos en medio de la nada le sirvieron para ordenar sus ideas y sentimientos; a pesar de que cada noche, cuando el despejado cielo rural se encapotaba de estrellas y la Vía Láctea se veía increíblemente nítida, casi al alcance de la mano, resultaba imposible no añorar a cierto idiota ridículo, echado a su lado disertando sobre el brillo y la magnitud de las estrellas que titilaban sobre sus cabezas.

Oikawa, por su parte, casi no tenía tiempo de desanimarse. Todo era nuevo, desconocido y genial a su alrededor, y el primer mes de intercambio se le pasó casi volando. El entrenador que lo había reclutado resultó ser un tipo muy estricto en horario de entrenamiento, pero fuera de allí se comportaba como un tío jovial con su equipo, siempre haciendo chistes y organizando barbacoas para afianzar las relaciones entre sus jugadores. Los nuevos compañeros de equipo de Tooru también eran toda gente que le resultaba muy interesante y genial, muchos de ellos también eran extranjeros en intercambio. Solían entretenerse enseñándose palabras regionales entre ellos, de sus propios países; así Oikawa pronto aprendió un pequeño repertorio de insultos en cinco idiomas distintos. Pensaba maliciosamente que le servirían para incordiar a Ushijima, aunque, teniendo en cuenta la simpleza mental de Wakatoshi y que escasamente entendía cuando lo insultaba en japonés, probablemente las agresiones en otros idiomas las tomaría como algo positivo.

Entre los entrenamientos generales y los particulares para mejorar el rendimiento de su rodilla, las clases  regulares de su carrera y los cursos extra para mejorar el inglés, Oikawa estaba lo suficientemente ocupado y motivado como para que su ánimo volviera a ser el de antes de su lesión. Se mantenía al corriente con sus amigos casi a diario, mediante mensajes por celular, al igual que con Iwaizumi; con él, además, hablaba por video-llamada casi todos los fines de semana.

—Ya, Wasabi, déjame hablar con tu Padre Número Uno un rato —suplicaba Tooru una de esas otoñales tarde de domingo en que charlaban por video-llamada.

Wasabi se ponía como loco cada vez que lo escuchaba hablando a través del computador, y corría a lamer la pantalla y dejar su apestosa pelota de hule sobre el teclado, esperando que Tooru jugara con él.

—¿Padre Número Uno? —Repitió Iwaizumi alzando una ceja y corriendo a Wasabi hacia un costado.

—Yo soy el Número Dos —aclaró Oikawa—. Tienes el beneficio de momento porque a Wasabi lo encontraste tú, pero de nuestro próximo hijo seré yo el Padre Número Uno.

—¿Próximo hijo?

—Sí, sé que había planteado tener una tortuga porque viven mucho y no corremos riesgo de enviudar de hijo —continuó exponiendo como si tal cosa—, pero me ha picado la curiosidad por tener un cerdito.

—¿Un cerdo? —Hajime parecía una máquina a repetición—. Bueno, con lo que estás subiendo de peso no es muy extraño que tu hijo fuese un cerdo...

Cierto era que Oikawa estaba comiendo mucho y había ganado peso; pero estaba saludable porque, con los entrenamientos, todo ese peso nuevo era transformado en músculos en los lugares indicados, como en sus piernas y su trasero.

—¡Un Mini Pig! —Siguió fantaseando Tooru—. Quedan pequeños y son adorables —una compañera de curso se la pasaba mostrándole videos de su propio mini cerdito.

—¿Para qué quieres un cerdo de mascota...?

—¡De hijo!

—¿... Para comértelo en Año Nuevo?

Oikawa resopló indignado pero la conversación se vio interrumpida por la llegada de Carlos, el compañero de cuarto de Tooru. El joven, acostumbrado a ver esas video-llamadas, saludó a Iwaizumi antes de echarse en su cama a leer unos textos.

—Como te iba diciendo, Iwa-chan, yo...

Pero otra vez fueron interrumpidos. Esta vez la puerta se abrió de par y en par y por ella aparecieron dos rubios enormes y atléticos, uno de ellos venía solo vestido con una toalla en la cintura. El que sí estaba vestido se puso a hablar con Carlos y el otro se acercó a Oikawa, inclinándose para pasarle un brazo por los hombros mientras le sonreía a la cámara del laptop.

—Hi there, Iwa-chan! —Lo saludó en tono amistoso.

Hajime a penas varió el gesto.

—Hi —repuso en tono agrio.

Aquellos dos matones rubios eran unos gemelos irlandeses que, como Oikawa, se había hecho adictos a la comida que preparaba Carlos y, de paso, se habían vuelto buenos amigos con Tooru.

Oikawa se entretuvo unos minutos charlando con ellos en inglés. Según lo poco que pudo entender Iwaizumi, estaban planificando encontrarse luego para comer juntos y chantajeaban a Carlos para que cocinara una vez más. Luego de un poco de charla y risas, los gemelos arrastraron a Carlos con ellos y le dijeron algo a Oikawa antes de marcharse, cerrando la puerta.

—Bueno, yo también debo irme a comer algo —dijo Iwaizumi cuando quedaron a solas en la charla una vez más. Por la diferencia horaria casi era hora de su almuerzo, mientras que Oikawa a penas iba a cenar.

—Nos vemos de nuevo el fin de semana que viene —asintió Tooru—. No me engañes con alguien más, Iwa-chan.

Solía hacer ese comentario con la intención de picarlo, no por real preocupación al respecto.

—A este paso parece más factible que tú me engañes —replicó Iwaizumi forcejeando con Wasabi, que quería lamerle la cara.

—¿Yo? —Se extrañó Oikawa.

—Eres tú el que anda rodeado de gigantes rubios y atléticos que pronuncian bien el inglés de las canciones que te gustan —hacía unos días Oikawa le había mandado un breve audio de un karaoke improvisado con sus amigos los irlandeses.

Tooru largó una risita pero se puso serio al ver la expresión de Hajime.

—Oh, vamos, Iwa-chan, ¿quién necesita a un rubio alto, atlético, que entona bien y sabe pronunciar inglés...? —Planteó en tono inocente—. Cuando en casa tengo mi propio enano moreno de jardín, que canta en inglés como un Neanderthal afónico.

—¿Enano de jardín? —Repitió Iwaizumi con un rictus—. Sabes que me cobraré todas estas charlas cuando vuelvas, ¿verdad?

—Cuento con ello —sonrió Tooru, provocativo.

El tiempo continuó avanzando, algunos días eternos y otros muy breves, hasta que llegaron los fríos anticipados de invierno y luego la Navidad. Para esa fecha en específico, Ushijima y su padre habían invitado a Oikawa para que la pasara con ellos.

—Aquí en Occidente la Navidad es más bien una reunión familiar —expuso Ushijima una tarde que se habían encontrado.

Casi no se veían, pues sus universidades quedaban en diferentes partes del Estado, pero unas pocas veces se habían reunido para recorrer zonas turísticas y enviarles fotos a sus amigos. Aquel día en particular había salido a recorrer San Francisco luego de haber tenido una serie de prácticas en conjunto con el equipo deportivo de la universidad del lugar.

—Pero no somos familia —replicó Tooru, recordando que en Japón aquella fecha era una excusa más para el romance, y su última Navidad con Iwaizumi...

—Somos amigos, es casi lo mismo —repuso Ushijima con simpleza.

—No somos ami... —empezó a denegar automáticamente Oikawa, sin embargo se detuvo a media frase.

Ambos estaban apoyados contra la barandilla del barco que los llevaba de excursión por la bahía de San Francisco; casi sobre sus cabezas se hallaba el imponente puente Golden Gate y acababan de mandarles una veintena de fotos con gestos estúpidos a su grupo de amigos en Japón. Incluso le habían pedido a una señora que los fotografiara y se habían parado en la punta de la embarcación pretendiendo  hacer la escena de Titanic. Claro que en la siguiente foto Oikawa estaba tratando de echar a Ushijima por la borda, mientras que Jack había tratado de salvar a Rose de un destino similar.

—De acuerdo —cedió Tooru al final—, ahí estaré para Navidad.

Ushijima asintió solemnemente y continuaron la excursión charlando sobre las prácticas de volley de aquel día.

Diciembre avanzó rápidamente así como los días fríos. Por fin llegó la bendita Navidad y Oikawa, aún sin estar muy convencido, la pasó con la familia paterna de Ushijima. El padre de su amigo se había casado con una mujer norteamericana, con la cual tenía una hija de unos once años. A pesar de solo compartir la mitad del código genético con su medio hermano mayor, la cría era insufriblemente parecida a Wakatoshi.

—Tu amigo es guapo —comentó la chiquilla.

—Es un buen armador —replicó Ushijima, como si aquel fuera un atributo mucho más digno de mencionarse que la apariencia.

Tooru hizo una mueca y continuó comiendo canapés, mientras la cría lo observaba fijamente.

—Debiste venir a visitarnos antes —comentó ella finalmente, muy seria.

Oikawa tuvo ganas de echarse a gritar y tirarse de los pelos, exasperado.

No obstante no conocer prácticamente a nadie, la mayoría de los invitados a la reunión de aquella noche eran gente relacionada al deporte y al volleyball, por lo que Tooru pasó una velada interesante hablando del tema que más le interesaba. Pasada la medianoche, luego del brindis y de que se abrieran los regalos, Oikawa salió un momento al patio. Adentro la gente reunida seguía charlando y riendo de forma amena, pero él necesitaba un momento a solas. A pesar de lo bien que se había adaptado a su estancia de intercambio en Estados Unidos, momentos así removían las sensaciones de nostalgia y añoranza. Mucho más temprano había hablado con Iwaizumi y con sus amigos, cuya Navidad llegaba con más de medio día de ventaja. Se preguntaba qué estarían haciendo en ese mismo momento; los chicos seguramente estarían reunidos en torno al kotatsu en el departamento de Kuro y Bokuto, bebiendo algo caliente, comiendo porquerías y charlando tonterías, posiblemente chismes de la fiesta universitaria por Navidad. Iwaizumi, por su parte, debía estar trabajando en el restaurante, luciendo aquel uniforme que le sentaba tan bien. A Oikawa le gustaba aquella época del año en Japón, y en ese momento extrañaba bastante las tradiciones de su país.

Pronto llegaría Año Nuevo, por lo que todos debían estar preparando las limpiezas de fin de año, y luego en Enero llegaría el "Seijin No hi", o "Día de la mayoría de edad" en Japón. En aquel feriado, todos los jóvenes que hayan cumplido los veinte años entre el dos de Abril del año anterior y el primero de Abril del año corriente, se reúnen en las ceremonias que organizan cada ciudad o pueblo, para que el Alcalde de la zona les dé la bienvenida a la vida adulta. Luego de la ceremonia protocolar, y tras muchas fotos en los santuarios, los jóvenes se van de salida para festejar entre ellos, las chicas luciendo bellos kimonos y los chicos, en su mayoría, de traje y corbata. Oikawa se desanimó un tanto al caer en la cuenta de que no estaría presente en aquel evento, que no estaría junto a Hajime para verlo vestido de traje mientras le daban la bienvenida formal a la vida adulta, y que luego tampoco estaría para el  enloquecido festejo que seguro montarían Hanamaki y Matsukawa.

Sintiéndose un tanto melancólico, Tooru exhaló una gran bocanada de aire que dibujó un vaho blanquecino en torno a su rostro. Mientras deambulaba por el patio, metiendo una mano en el bolsillo del abrigo; no le extrañó para nada encontrar a Ushijima allí también, en un rincón apartado mientras observaba la pantalla de su celular.

—¿Esperando el mensaje de "Feliz Navidad" de la Golden Retriever? —Preguntó Oikawa al acercarse a él.

Tuvo la oportunidad de conocer en persona a la rubia en cuestión, esa que aparecía en todas las fotos de las redes sociales colgando del brazo de Ushijima, o sospechosamente pegada a él. Pertenecía al equipo de atletismo de la universidad a la que ahora asistía Wakatoshi y parecía tener algún fetiche particular por los hombres orientales, porque también se había mostrado muy simpática y excesivamente afectuosa con Oikawa. En otras circunstancias la chica le hubiese caído bien, pero Tooru aún hacía causa común con el corazón roto de Shirabu y no terminaba de aceptar que había fallado como Hada Madrina.

—Ah, Oikawa —dijo Ushijima al reparar en él; dudó un momento y volvió a fijar la vista en la pantalla de su celular.

Apoyándose contra una columna que había allí, Tooru le dio un trago al vaso de jugo que traía en una mano. El silencio duró unos momento más, hasta que Ushijima comentó:

—Trataba de enviarle un mensaje a Shirabu.

—Me parece genial.

—Pero no sé qué escribir.

Tooru fingió considerarlo un momento.

—Qué tal esto —carraspeó—: "Feliz Navidad. Te extraño a ti y tu carácter retorcido de mierda que, por razones incomprensibles para el resto, a mí se me hace tierno. Ah, y también echo de menos tu pequeño y cabrón trasero. Siempre tuyo, la Vaca que Inmigró y te abandonó" —terminó de recitar con pretendida seriedad—. ¿Qué te parece?

—... a mí se me hace... tierno... Ah, y también... echo de...  menos... —murmuraba Ushijima pausadamente mientras tecleaba en su celular.

—¿En serio? —Murmuró Oikawa, desconcertado, y meneó la cabeza—. De verdad que a veces me pregunto si solo naciste así de idiota, o si tomas cursos en los ratos libres para perfeccionarte.

Ushijima no le prestó atención a sus palabras, pero tampoco siguió tecleando. Con gesto adusto bajó el celular y se lo guardó en el bolsillo.

—No he sabido mucho de Shirabu desde hace tiempo —reconoció entonces. Pocas veces se mensajeaban y, de ambas partes, los textos eran escuetos y concisos—. ¿Quizá ya no le interesa saber de mí?

—Seguramente es todo lo contrario —replicó Oikawa; era fácil imaginar a Shirabu coleccionando cuanto recorte de diario hubiese que mencionara a Ushijima, y grabando con dedicación todos los encuentros televisados en los que apareciera.

—Nunca hemos hecho video-llamadas como tú e Iwaizumi.

—Uff, de lo que se pierden... —agitó una mano frente a su propia cara, como si pretendiera refrescarse de un calor que no se sentía en aquella noche invernal. Ushijima lo miró serio, sin entender y aún con expresión adusta por sus cavilaciones. Tooru inhaló profundamente, armándose de paciencia—. Mira, Vacatoshi, yo volveré a Japón. Volveré a mi lugar, con mi gente, con Iwa-chan... Por mucho que nos echemos de menos ahora mismo e inventemos cosas raras para evitar extrañarnos tanto, eventualmente nos reuniremos de nuevo —hizo una pausa—. Tú no lo harás, no volverás, y Shirabu lo sabe.

Ushijima frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Me refiero a que este distanciamiento comunicacional es la única forma que tiene Shirabu de evitarse echarte de menos indefinidamente.

—Entonces él... —su ceño fruncido se acentuó.

—Sí, está tratando de superarte y olvidarte —confirmó Oikawa—. Se llama "seguir adelante" —añadió, dándole otro trago a su jugo—. Justo como tú hiciste cuando continuaste moviéndote hacia adelante, dejándolo atrás a él.

—Yo no...

—Sí, lo hiciste. Pero, hey, nadie te está culpando, estás siguiendo tus propias metas de vida y eso es genial —encogió un hombro—. Aún así, siempre que se avanza se deja algo detrás... En este caso, alguien —compuso una mueca—. Cosas de la vida, Princesa Vaca.

Se sumieron en un silencio meditabundo, cada uno perdido en sus propios pensamientos, mientras se escuchaban los festejos de los vecinos del barrio, aún brindando y celebrando.

—¿Por qué demonios estamos tomando solo jugo y no alcohol? —Preguntó Oikawa de pronto, señalando su vaso y el de Ushijima, el cual había dejado sobre una superficie cercana.

—Porque somos deportistas de alto rendimiento —apuntó Ushijima.

—¡Es Navidad, vaca estúpida, al demonio con el alto rendimiento por esta noche! —Lo tomó del codo, arrastrándolo hacia el interior de la casa de nuevo—. Vamos a probar ese bendito ponche que hizo la mujer de tu padre, ¡y después le enviaremos un saludo navideño a Shirabu como Jesús recién nacido manda!

Ya atardecía en Japón cuando Iwaizumi y Shirabu recibieron sendos mensajes al celular, con un video adjunto cada uno. En el que le llegó a Hajime se lo veía a Oikawa ebrio como una cuba y acurrucado debajo del árbol navideño, con un lazo atado en la cabeza mientras se auto-proclamaba su regalo viviente; en tanto Ushijima, tan ebrio como él, cantaba villancicos de fondo. Por otro lado, en el video que le llegó a Shirabu solo se lo veía a Wakatoshi, todo desaliñado, con los brazos extendidos como si estuviese crucificado y con un enorme siete dibujado en la frente; estaba parado tan rígido como robot.

"¡Dile algo a la cámara!", se escuchaba la voz de Oikawa que lo apremiaba, "Baila, canta, muge, ¡haz algo!".

Ushijima se tambaleó, con la mirada fija y vidriosa.

"¡Fuliz... Navudad!", se las arregló para balbucear. Luego carraspeó, esforzándose en pronunciar bien y añadió: "Deberías... venir a... no olvidarme".

Dicho lo cual cayó redondo al suelo. Entonces se lo oyó a Tooru exclamar: "¡De nuevo se muere la vaca!", y ahí terminaba el video. 

Aquellos videos, por supuesto, pronto llegaron también a los celulares de sus propios amigos. Kuroo  lo tituló: "El Alien Regalado y la Crucifixión de la Vaca Olvidada", y solía reenviarlo por el grupo en medio de cualquier charla, solo para molestar.

En Tokio, a su vez, los chicos atravesaban sus propias complicaciones académicas y personales.

Kuroo estaba cada vez más tapado de trabajos y prácticas en el laboratorio, además de los entrenamientos con el equipo de volleyball. Mantener una relación de pareja le hubiese resultado imposible de no haber estado saliendo con Kenma quien, además de ser poco apegado y escasamente demandante de atención, estaba tan atareado como él, por lo que prácticamente no se veían casi nunca, aún viviendo en la misma ciudad. A penas y pudieron compartir la Navidad juntos, aunque ambos estaban tan cansados que se limitaron a ver películas tirados en el sillón del departamento. Sin embargo, el celular de Kenma no paraba de sonar por mensajes entrantes.

—¿No piensa parar nunca? —Refunfuñó Kuroo la octava vez que pausaba una de las películas.

—Lo siento —se disculpó Kenma, cansino; contestó el mensaje y apagó el celular, lanzándolo lejos—. Se acerca la fecha de entrega y Miyuki nos tiene locos a todos...

Casi como pasatiempo grupal más que como proyecto serio, Miyuki se había lanzado a publicar un web-cómic BL, mientras Kenma y Yuu le ayudaban a programar y realizar el juego-novela gráfica basado en dicha historia. Para absoluta sorpresa de todos, la historia tuvo tal buen recibimiento que pronto le llovieron ofertas a Miyuki para trasladarlo a diferentes formatos, y ahora luchaba con los tiempos de entrega de los manuscritos para el manga de la historia. Como era novata y no tenía asistentes ni equipo de trabajo, pronto Yuu y Kenma pasaron a ser sus asistentes personales.

—Incluso Shouyo y Tadashi terminaron ayudándonos en la última entrega —le contó Kenma a Kuroo en esa oportunidad.

Kuroo alzó una ceja, más curioso por eso de "Tadashi" que por la anécdota en sí misma. 

—Hasta Kageyama ayudó colocando los patrones de texturas en las páginas —añadió Kenma.

Tsukishima, que también estaba presente en esa oportunidad, se la había pasado de lo lindo fotografiando cada una de las estupefactas expresiones de Kageyama con cada nueva página que le pasaban para que colocara texturas, pues justo era un capítulo yaoi algo explícito...

Sin embargo, Kuroo y Kenma no era los únicos que se veían poco a pesar de estar en la misma ciudad. Bokuto y Akaashi, aún después de aclarar los malentendidos entre ambos, coincidían poco y nada en horarios para lograr verse más seguido. No obstante, se las habían arreglado improvisando ciertos encuentros...

Se acercaba San Valentín y todos los comercios estaban adornados con motivos al respecto. Entre los copos de nieve y las lucecitas con formas de rosas o corazones en los locales, las calles de Tokio parecían celebrar una nueva Navidad. Una de esas noches, en un bar perdido de un callejón aún más perdido en el mar del centro comercial, una banda emergente daba un recital de indie rock. En medio de la semi-oscuridad que reinaba en el recinto, pincelada por los destellos de los juegos de luces que danzaban entre el público enardecido, la gente cantaba, tomaba y perdía la cabeza. Apartados de esa marea de gente en éxtasis musical, más allá de las paredes grafitteadas con pintura flúor que guiaban por los laberínticos pasillos, Bokuto y Akaashi se habían encerrado en uno de los cubículos del baño de hombres, embriagándose uno del otro. La música del recital les llegaba hueca y grave, pero fuerte, haciendo vibrar los paneles que dividían los cubículos. La gente entraba y salía del mal iluminado baño, demasiado embriagada como para reparar en nada, solo refrescándose un momento antes de volver al centro del éxtasis musical. Pero ellos dos no eran conscientes de nada de eso, demasiado concentrados en besarse y tocarse durante aquella escasa media hora que tenían para compartir juntos.

—Te extrañaba —murmuró Bokuto con voz ronca, mordisqueando el cuello de Akaashi mientras sus manos se abrían camino dentro del elástico de su pantalón, acariciando la piel firme de su trasero.

—Lo hicimos ayer... —musitó Keiji, con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás, al tiempo que sus manos se deslizaban bajo la camiseta de Kotaro para palpar los tensos músculos de su espalda. 

—Fue hace mucho —insistió, dejando escapar un sonoro jadeo cuando sintió los dedos de Akaashi bajándole el cierre para acariciarle la entrepierna sin más preámbulos.

—No tenemos mucho tiempo —explicó Keiji, susurrándole al oído.

Bokuto asintió con expresión oscura, demasiado concentrado en las sensaciones de la parte baja de su cuerpo como para responder nada coherente. Sus labios volvieron a buscar la boca de Akaashi, entrelazando sus lenguas con desesperada necesidad; se acariciaban y frotaban con avidez, fastidiados por las capas de ropa que impedían el contacto piel a piel, pero allí no podían quitarse las prendas. El sofocante calor y el reverberante sonido de la música parecían embotarles aún más los sentidos, ambos perdidos en las intensas sensaciones que se producían el uno al otro. El tiempo corría en contra así que, sin más dilación que ponerse un condón todo apresurado, Bokuto volteó a Akaashi contra la pared, ubicándose detrás suyo para introducirse en él de a poco, tratando de no ser brusco. Sin embargo, Keiji arqueó la espalda, alzado la cadera para apremiarlo a moverse más. Bokuto gruño por lo bajo, abrumado; rara vez tenía el control de aquellos encuentros, siempre era Akaashi quien marcaba el ritmo. Se inclinó para lamerle la base del cuello mientras profundizaba las embestidas al compás de la música que aumentaba el volumen en un intenso crescendo, ahogando los jadeos y gemidos de aquel último cubículo en el baño de hombres.   

Momentos más tarde, ambos chicos vadeaban entre el mar de gente que atendía el recital para salir del recinto. Bokuto retiró una mochila de la zona del guardarropas y, antes de salir, se calzó una gorra, unos lentes oscuros y un bigote.

—Ve rápido o llegarás tarde —le indicó Akaashi una vez que salieron al fresco aire de las calles nocturnas; el estruendo de la música cambió por el ruido del tráfico.

—¿Nos vemos el sábado? —Quiso saber Bokuto.

—Quién sabe.

—Deberías saberlo todo, eres el chico de los registros Akaáshicos.

Akaashi lo contempló con gesto hastiado. Hacía un par de semanas una tipa de esas que predicaban guías espirituales había abordado a Bokuto en una calle, hablándole sobre la importancia de los registros akáshicos y los maestros espirituales que podían acceder a ellos. Kotaro no había entendido un pepino de toda la charla, pero se le había metido la idea de que Akaashi era su guía espiritual hacia todos los conocimientos del cosmos. Según él, eso explicaba que Keiji lo conociera tan bien casi desde el inicio, logrando descifrar la manera de manejar sus vaivenes emocionales como nadie más lo hacía.

—Se te hace tarde, Bokuto-san.

—¡Oh, cierto!

Sin importarle el gentío a su alrededor y aprovechando el camuflaje que le otorgaba su "atuendo casual", Kotaro se inclinó y le dio un último e intenso beso a Keiji, antes de sonreír alegremente y salir todo apresurado a un evento social de su equipo deportivo. Akaashi lo observó mientras se perdía entre la multitud, para luego darse la vuelta y emprender la marcha con las manos en los bolsillos, mientras unos dispersos copos de nieve revoloteaban en el aire.

Como seguían sin poder coincidir demasiado en horarios o días disponibles, habían empezado a reunirse de improvisto y apresuradamente, siempre que tuvieron al menos una o media hora libre para hacerlo. Todo había comenzado casi por accidente, una noche en que, fortuitamente, habían coincidido en el mismo bar. Bokuto estaba allí presente por un evento de uno de los sponsor del equipo, y Akaashi había llegado acompañando a algunos compañeros de clases, ya que no tenía nada mejor que hacer porque Kotaro estaba ocupado. Sin planeamiento ni premeditación, terminaron escabulléndose hacia un almacén vacío del recinto para hacerlo a escondidas. A partir de aquella noche comenzaron con esa nueva costumbre de citarse de improviso, a mitad de camino de donde estuviera cada uno, generalmente con el único fin de tener sexo, pues charlar ya lo hacían por mensajes o llamadas. Así habían recorrido buena parte de los moteles donde dejaban entrar a parejas de hombres, o simplemente se habían escurrido por los huecos de la ciudad: construcciones abandonadas, un ascensor fuera de servicio, el baño de una gasolinera, algún callejón perdido y solitario; eran algunos de los lugares que habían sido testigos de su ardiente impaciencia hormonal.

Aunque no estuviera convencido de ello, Bokuto continuaba manteniendo su relación en secreto a ojos de su club deportivo. Así pues, el siguiente sábado, siendo San Valentín, no podría pasarlo con Akaashi porque debía asistir a una gala formal con su equipo. Por supuesto debía llevar acompañante, pero debía ser mujer. Sumire, claro, sería quien lo acompañaría.

—Parece que en este San Valentín seremos solo nosotros tres —comentó Kuroo el sábado por la noche.

Él, Daichi y Akaashi estaban sentados en la sala de su departamento, esperando el inicio de una maratón de películas de terror en un canal con programación "Anti-romance". Daichi no podía pasarlo con Suga por obvias razones, mientras que Kenma había viajado con Miyuki y Yuu a otra ciudad para asistir a una convención de mangas, anime y videojuegos.     

—Al menos podremos ver "El juego del miedo" sin problemas  —observó Akaashi. Cuando Bokuto estaba presente era imposible ver una película de terror sin sus constantes interrupciones.

—¿Tu novio está por asistir a una gala acompañado de otra persona, y a ti te preocupa ver una película de terror sin interrupciones? —replicó Kuroo mirándolo fijamente; Akaashi se limitó a masticar con calma su bollo relleno de carne—. Definitivamente eres perfecto para mi bro.

—Gracias por la aprobación —asintió el otro chico, y continuó comiendo tranquilamente.

—Me pregunto si Oikawa nos enviará el saludo de San Valentín que sea para Iwaizumi —terció Daichi de pronto, conteniendo la risa al rememorar.

Unas semanas atrás, mientras cada uno de los chicos atendía sus asuntos cotidianos, les llegó un particular mensaje al chat grupal que tenían. "Siempre tuyo, tu sexy Conejitokawa", rezaba el texto, acompañado de una selfie de Oikawa prácticamente desnudo, vistiendo una ajustada ropa interior oscura con tirantes, un collarín con corbata, los puños alrededor de las muñecas y unas oscuras orejas de conejo sobre la cabeza. Tooru había adoptado la maña de mandarle selfies vergonzosas a Hajime solo para sacarlo de quicio y abochornarlo en horario de clases o trabajo. Sin embargo, en aquella oportunidad se confundió y envió la foto a su grupo de amigos. Daichi estaba aburrido en clases; Kuroo estaba en el laboratorio, anotando las mediciones de un experimento; Bokuto estaba en los vestuarios de su club, rodeado de sus compañeros y terminando de cambiarse; y Ushijima se encontraba reunido con compañeros de la universidad, teniendo una larga noche de estudio. Todos miraron el mensaje en cuestión casi por costumbre, esperando algún comentario tonto. Los cuatro largaron una sonora carcajada allí donde estaban. Oikawa, por supuesto, pasó a ser el blanco número uno de las burlas por las siguientes semanas. Kuroo incluso le pidió a Miyuki un editado rápido y ahora, cada vez que Tooru hablaba por el grupo, Kuroo enviaba la imagen de de Iwaizumi con una zanahoria pegada en la entrepierna. "La zanahoria contra la angustia oral de Conejitokawa", se titulaba la imagen en cuestión.

—¿No nos había bloqueado? —Preguntó Kuroo.

—El bloqueo duró un día —le recordó Daichi—. Ya sabes que no puede soportar estar al margen de lo que hablemos en grupo.

Se escucharon unos ruidos y los tres voltearon la vista al tiempo que Bokuto aparecía por el pasillo que daba a las habitaciones, con expresión contrariada mientras lucía un traje formal de tres piezas.

—Me siento estúpido —refunfuñó, malhumorado.

—No te sientes estúpido, lo eres —indicó Kuroo para luego lanzar un silbido apreciativo, mirándolo de arriba abajo—. Wow, bro, te ves... Wow.

—¿En serio, bro? —Los ojos de Bokuto brilllaron ante el halago—. ¿Tú qué crees, Akaashi?

—Que tienes mal anudada la corbata —replicó Akaashi, poniéndose de pie para ir a ajustársela—. Listo.

—Deberías acompañarme tú a la gala —se quejó Bokuto entonces.

—Algún día podré acompañarte.

—Pero hoy no —Kotaro pareció ponerse mustio en segundos.

—Hoy no —confirmó Akaashi en tono calmo, aunque realmente también hubiese querido quejarse.

—¡Prometo que algún día jugaré en un equipo en que pueda llevarte a todos los eventos conmigo, Akaashee! —Exclamó Bokuto de golpe, saliendo de su desánimo repentinamente.

Así pasó San Valentín para el grupo de amigos, todos alejados de sus respectivas parejas. Lo más relevante de la fecha fue que Sumire, en plena gala, le había vaciado dos copas de champagne en la cara a uno de los idiotas que solía meterse con Bokuto, pues el tipo se había pasado la velada haciendo comentarios incisivos contra él. A pesar de no haber asistido al evento, Akaashi agradeció la inmunidad social que otorgaba el despampanante vestido que lucía Sumire, a quien nadie le recriminó aquella escena. Él tendría que haberle partido la botella de champagne por la cabeza a ese idiota, y dudaba que le hubiesen perdonado sin más el acto.

Así, el invierno fue dándole paso poco a poco a la siguiente primavera. Mientras el frío remitía de a poco y los árboles se preparaban para florecer una vez más, los chicos en Japón seguían con atención los campeonatos universitarios en Estados Unidos, porque todo indicaba que Oikawa y Ushijima tenían grandes posibilidades de enfrentarse de nuevo. Y así fue. Para ver el encuentro en vivo, Kuroo, Daichi y Bokuto tuvieron que despertarse a las cinco de la mañana. Las tomas de la cámara previas al partido capturaron un momento que a ninguno de ellos le sorprendió: Oikawa se tiraba de un párpado inferior con un dedo mientras sacaba la lengua, y Ushijima lo saludaba con la mano desde la banca de su propio equipo. Por fin, el encuentro dio comienzo. Sin embargo, aún habiendo atravesado todo un océano, habían cosas que no cambiarían tan fácilmente. Una vez más, el equipo de Ushijima fue el ganador.

Mientras tanto, el tiempo seguía pasando sin que ellos casi lo notaran, todos atareados y concentrados en sus asuntos. Los días se acumularon en semanas, las semanas se hicieron meses, los meses vieron florecer y deshojarse a los cerezo, mientras el intenso calor veraniego volvía a instalarse en el país del sol naciente. A mediados de Julio, durante un sofocante sábado, Oikawa arribó nuevamente al aeropuerto internacional de Narita.

Atravesó las puertas de desembarque caminando a toda velocidad y estirando el cuello, mirando en todas direcciones con expresión ansiosa. Pero su ansiedad estaba injustificada. Iwaizumi estaba allí, esperándolo como había prometido. Lo vio apoyado sobre una columna, mirando la pantalla que anunciaba los arribos y despegues del aeropuerto; entonces volteó la vista y sus miradas por fin se reencontraron, después de tantos meses. Empezaron a avanzar el uno hacia el otro, apurando el paso, pero a mitad de camino Oikawa se detuvo abruptamente y le hizo señas  a Iwaizumi para que hiciera lo mismo. Hajime se detuvo, frunciendo el ceño. A penas quince metros los separaban y no entendía qué podía ser tan importante para no acortarlos cuanto antes. En ese momento le sonó el celular y vio que era una llamada entrante de Oikawa, a pesar de que estaba ahí, en frente suyo, casi al alcance de la mano.

—¿Qué rayos hacemos? —Dijo Iwaizumi al atender el llamado.

—Es nuestro reencuentro, Iwa-chan —respondió Oikawa, gesticulando en la distancia—. ¡Debe ser memorable!

—¿Y qué quieres que suceda? —Se ofuscó Hajime—. ¿Que toda la gente presente en el aeropuerto empiece a cantar como si estuviésemos en un musical y entonen "You're the one that I want", de Grease, mientras nos reunimos? 

—No es una mala idea.

—Oikawa...

—Ya, tengo una idea —replicó Tooru—. Solo corre lento hacia mí.

—¿Lento?

—Sí, como a cámara lenta.

—Estamos rodeados de gente, ridículo.

—¿Y eso a quién le importa? ¡Es nuestro reencuentro!

—De acuerdo, de acuerdo —se resignó Hajime, cortando la comunicación y guardándose el celular en el bolsillo.

Oikawa, en cambio, no guardó su teléfono. En su lugar lo usó para poner a sonar a todo volumen la canción "Time after time", de Cindy Lauper. La gente a su alrededor los observaba entre extrañada y risueña mientras los dos chicos corrían en pretendida cámara lenta hasta reencontrarse.

—"If you 're lost you can look and you will find me... Time after time" —Cantaba Oikawa junto a su celular—. "If you fall I will catch you...  I'll be waiting... Time after time".

Cuando por fin estuvieron a un palmo de distancia, Oikawa abrió los brazos para recibir su tan ansiado abrazo de reencuentro. Sin embargo, Iwaizumi le tomó el rostro con ambas manos y le plantó un largo beso a vista de todo el mundo. Hubieron gesto de sorpresa, algún que otro silbido y hasta unos aplausos.

—¡ABRAZO OCHENTOWLSO DE REENCUENTROOO!

Iwaizumi a penas tuvo tiempo de hacerse a un lado antes de que Bokuto, Kuroo y Daichi cayeran sobre Oikawa en un efusivo abrazo grupal.

—¡Bienvenido, Conejitokawa! —Rió Kuroo.

—¡Ya basta con eso!

—Deja en paz a nuestro Bugs Bunny, Kuroo —intervino Daichi.

—¡Daichi, tu también no!

—¡Qué bueno es estar juntos de nuevo! —Sonrió Bokuto, casi trepado sobre sus amigos—. Me siento como... como...

—¿Siete? —dijo una profunda voz, mientras otros musculosos brazos se unían al abrazo grupal.

—¡USHIBROOOO!

Y cayeron todos despatarrados al suelo por el ímpetu del salto de Bokuto. La gente se reía, unas señoras se veían preocupadas, y algunos hasta filmaban. Mientras Oikawa se quejaba de que le habían metido un dedo en el ojo, Kuroo y Daichi no paraban de reír, Ushijima parecía un robot rigído sobre sus amigos y Bokuto exclamaba:

—¡Volvemos a ser los cinco puntos cardinales!




NOTA: no sé a quién le dije que este iba a ser un cap corto. Evidentemente mentí, vilmente. En mi defensa diré que empezó siendo de a penas 2500 palabras y todo el resto lo agregué mientras editaba XD!!!!!!! A veces me odio ajajajaja En fin, pasé a actualizar rápidamente porque debo irme de nuevo D: (pensaba actualizar anoche pero mi escasa vida social se activó sorpresivamente xD). Me quedan reviews del cap anterior sin responder, lo sé! Esta noche en cuanto vuelva los respondo bellamente :3 En fin, espero que les haya gustado el cap, y si no, me voy al rincón emo con Bokuto D': Yyyy eso es todo por ahora :3 ya quedan pocos caps para el final! Aunque ya saben, con mi ritmo de actus me llegará la próxima Navidad xDDD (anécdota aparte: un día pensaba que sería lindo subir el último cap el 4 de Mayo, justo un año después de empezar a publicar el fic... ahora me doy cuenta que me quedan dos meses hasta ese día y 6 capítulos por escribir xDDD o sea, 3 caps por mes. Nadie me creería si prometo subirlos pronto XD!!!!!!!!!!! Ojalá se me ilumine la cabeza y lo haga :B)

Saludos a todos!! Gracias por leer :3 Los loveo!

El Club de los 5 - Haikyuu!!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora