shot me

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Había desarrollado una dependencia a tu perfume, a tu presencia, a tu cuerpo. Estaba acostumbrada a que me abrazaras por las noches cuando tuvieras frío, cuando quisieras mostrarme amor... Pero la costumbre se convirtió en mi enemiga, creí que aunque te rechazara, seguirías abrazándome. Ilusa, ¿verdad?

Que orgullosa, que altiva me volví, me sentí tan amada una vez que creí que cualquiera me trataría igual que tú. Estaba siendo estúpida al pensar que alguien podía cuidarme cómo lo hacías, quererme cómo lo hacías. Ahora sólo me queda aferrarme a esa camisa olvidada que abandonaste luego de irte, duermo con ella todas las noches, bañándola en lágrimas de arrepentimiento y coraje. Soy una tonta, ¿verdad?

No puedo hablarte más, no lo quieres así, y aunque pudiera, no sabría que decirte. Cómo hoy, te vi cruzar la calle, con los audífonos puestos y cantando en voz baja, te admiré hasta que desapareciste dentro de una tienda. Quise ir tras de ti, fingir que no te había seguido con la mirada y encontrarnos después de dos meses sin vernos. Pero no.

Si tuviste un día feliz, lo haría triste.

Si tuviste un mal día, lo haría peor.

Di media vuelta y seguí mi camino hasta este apartamento vacío pero lleno de recuerdos. Cuando cerré la puerta, volví a llorar, no lo había hecho en mucho tiempo y al tratarse de ti, valía la pena derramar lágrimas. Valía la pena quebrar mi voz, desgarrar mis cuerdas vocales sólo para llamar tu nombre y ahora estoy abrazando esa camisa de nuevo.

Debería levantarme, olvidarte pero viéndolo como lo veas, me lo merezco... Tú dirías que no, que nadie merece ser infeliz y eso hace que me duela más el corazón porque te conozco a la perfección.

Miro la camisa que he sostenido durante horas, algo en mi cabeza dice que la queme, que la destroce ahora que puedo pero también está ese algo que aún la necesita. Dice que tu olor sigue impregnado ahí, que si la desaparezco... Moriré porque ese es mi oxígeno. Y vuelvo a llorar.

Lloro hasta que el día se vuelve noche y la noche se vuelve día, cuando el tráfico de las mañanas despierta mi cuerpo adormecido pero no mi espíritu que sigue pesado y sin ánimos de levantarse. La camisa ha amanecido enredada entre mis brazos así como las sábanas a mis piernas, no puedo mantenerme quieta ahora que duermo sin compañía. La abrazo cuando me levanto, al igual que un niño con su manta, para buscar alimentarme, he llevado varias horas sin ingerir alimento y al fin, mi sistema lo reclama. Ni siquiera la comida me importa, Dios.

Sólo una barra de cereal basta para engañar a mi estómago y luego... No sé que pasa luego. Tomar una ducha, quizá; desnudarme en la sala, tal vez y dejar un camino de ropa, puede ser.

Salir a caminar parecía una buena idea cuando sequé mi cuerpo mojado junto con el trazo de lágrimas pero cuando estuve afuera del edificio, con el viento sacudiendo con fuerza mi corto cabello, con el bullicio citadino y tú al otro lado, vista levantada hacia nuestro piso, quise huir. Así lo hice, escondiéndome frente a un auto por el que yo rezaba no se moviera.

Luego de unos segundos, exhalaste, rendido y volviste a meter las manos en los bolsillos para seguir tu camino, lejos de lo que fue nuestro lugar y ahora era un refugio lleno de espinas que todos los días acababan lastimándome. Me lamí los labios al sentirlo tan secos al punto de parecerme doloroso pero eso era porque había dejado de respirar todo el tiempo que estuviste cerca.

Me levanté finalmente y crucé para llegar a dónde había estado, hice lo mismo, él no podía ver nada pero se mantuvo ahí ¿Preguntándose si yo me había ido? ¿Había recordado su camisa? ¿Qué hacía?

¿Me extrañaba?

Otra vez el dolor en mi corazón, me reclamaba que fuera a por él para pedirle explicaciones, sabía que era un truco sucio de mi pobre amigo pero lo hice, sólo buscábamos excusas para verlo se nuevo. Así que corrí hasta por dónde creía pudo haber ido, sólo corría pensando que lo quería encontrar pero no forzar un sonrisa y decirle que estaba bien.

Seguí corriendo hasta tenerlo de nuevo frente a mis ojos, en el parque dónde solíamos descansar cuando no queríamos estar más dentro de nuestro pequeño lugar, sentado y con el cuerpo tenso en una banca.

Dejé de creerme una gacela que podía huir del león, dejé de correr y me entregué a la muerte inevitable para que él clavara sus dientes y sus garras, exhalé mis últimos suspiros de vida antes de cerrar mis párpados al fin.

-Iain -susurré, estaba lejos todavía pero estaba segura que había oído mis botas acercarse- Hola.

-Vivian... -estaba ligeramente sorprendido, una vocecita dio un grito de júbilo al no notar desprecio en su voz, mientras que las otras la callaban, no había cantar victoria.

-Yo... Te vi pasar y... No podía, uhm, pasar la oportunidad -carecía del poder de la palabra, no sabía expresarme y él más que nadie lo sabía, sólo que esta vez no sonrió ni me abrazó, evitó mi mirada y siguió a cómo estaba antes.

-¿Que oportunidad?

-La de verte.

Había perdido mi voz después de eso, él también pero volteó su rostro para verme de arriba abajo. Para ver a esa chica alta y de cuerpo delgado y sin deseos de maquillarse, muy diferente a la que conocía, la que comía sus deliciosos platillos, que amaba usar labiales y pintarse las uñas de mil colores y se arreglaba para deslumbrarlo. Su expresión cambió y usó su mano para intentar ocultarlo pero yo lo vi, el espectro de dolor pasar por sus ojos, la arruga en su entreceja y un pequeño tirón en sus labios.

-¿Qué quieres, Vivian?

-Te diría que nada por cortesía y me despediría pero sé que me voy a odiar... Te quiero a ti, Iain, te quiero de vuelta porque te necesito, no entiendo la vida si no estás... Lamento no ser cortés -expulsé aquello que me estaba ahogando, inclusive podía sentir unas manos invisibles alrededor de mi cuello que también inducían a que gotas saladas empezaran a nublar mi vista.

-Lo lamento pero no puedo hacer nada por ti, lo hice una vez pero fallamos -me respondió, con toda la sinceridad del mundo como acostumbraba. Tragué saliva pero casi me ahogo con ella porque las manos habían aumentado la presión, mi cara seguramente estaría roja y mis ojos llorosos.

-Tú... Estás en lo cierto pero, por favor, Iain--

-¡Quiero una vida sin ti, Vivian! -era la segunda vez que me gritó, la primera fue cuando dio término a la relación- Me lastimaste, sin pensar en cómo me sentí, mentías sobre el amor y pisoteabas mi afecto diciendo que los hombres con los que te veías eran mucho mejor que yo. No quiero estar contigo, nunca más, ni cómo amigos.

-Pero... Pasaste por aquí...

-Sí, lo hice. Me puse a pensar que sería de ti pero me di cuenta que dejó de importarme hace mucho tiempo -se levantó para temor mío y se acercó tan rápido para tomar mi rostro en sus manos que no pude reaccionar- Entiende que mataste lo que había dentro de mí así que no me busques; si me ves, no me hables porque no lo haré; si me extrañas... Ve dónde aquellos que decías te hacían sentir mejor que yo.

Me soltó, dando varios pasos hacia atrás y luego correr cómo lo había hecho yo minutos antes. Había quedado de piedra unos segundos, ignorando a la gente caminar y a los interesados en nuestra pelea, dejé que mi cuerpo cayera sobre el pasto y las hojas, mojándolos con mis penas para descubrir si con ello recibía un abrazo de su parte. Nunca llegó pero me sentía bien.

Una vez volví, cerré la puerta, eché en la cama... Rompí la tela de la camisa abandonada, entre llantos miserables y balbuceos clamando perdón, no estaba hecha para el pero lo pedía a gritos ahogados.

Pero...

Una parte de mí se sintió bien... no bien pero si libre, calmada. Ya no iba a fantasear con Iain y con sus brazos abiertos hacia mí, no... Conocí la realidad, me dolió pero ahora estoy lista para afrontarla. Quizá no me recupere ahora o mañana pero sobreviviré.

Aunque él ya no me ame.

be yoursDonde viven las historias. Descúbrelo ahora