CAPÍTULO 20

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El paso de las horas no aclaró mis ideas, o tal vez sí lo hizo, y por eso en este momento me encuentro junto a Lorenzo camino a su casa.

Cuando salí de trabajar estaba esperándome en la puerta del edificio de Fama, y aunque intenté negarme a venir a su casa, simplemente no pude hacerlo. Así que tras pasar por mi casa a buscar mis cosas, vamos camino a la suya.

Realmente no sé si estoy haciendo lo correcto, sólo sé que todo en Lorenzo me atrae de manera poderosa. Es como si él fuese un imán y yo el metal que no puede escapar de su magnetismo.
Sé que estoy jugando con fuego, y que terminaré quemándome... pero aunque quiera, no tengo las fuerzas suficientes para alejarme de él.

—Estás callada—murmura Lorenzo colocando una mano sobre mi rodilla mientras conduce.

—Ha sido un día largo —digo simplemente.

—¿Estás cansada?

—Mi plan para cuando saliera de trabajar era dormir una buena siesta señor Castelli. Pero han insitido demasiado en querer verme y no me he podido resistir —replico con una sonrisa.

Me sonríe también y yo me derrito.

—Me encanta que no te hayas podido resistir—dice con un guiño—. Y no te preocupes, en mi casa sos libre de hacer lo que quieras. ¿Quieres dormir?  Pues dormiremos, ¿Tienes hambre? Comemos, ¿Quieres sexo salvaje? Yo puedo dártelo—concluye.

—Creo que primero me vas a tener que alimentar y dejarme dormir un par de horas para luego darme todo el sexo salvaje que tu quieras.

—¡Oh, puedo hacerlo! Créeme.

Su casa ya se me hace algo más familiar esta vez y en cuanto pongo un pie en ella dejo mi bolso sobre el sofá y voy directo al gran ventanal, mi lugar favorito de la casa.
El sol comienza a ponerse y ver como se pierde en el río pintándolo de naranja es asombroso.

—¿Qué miras tanto? —pregunta Lorenzo detrás de mí para abrazarme.

Apoyo mi cabeza en su pecho.

—Me gustan los atardeceres... no puedo evitarlo—digo.

—Tendrías que ver un atardecer en Riomaggiore entonces.

—¿En qué parte de Italia queda?

—Se sitúa en la Provincia de La Spezia, frente al Mar de Liguria. Ver el atardecer desde allí es fantástico.

Me giro entre sus brazos para poder verle a la cara.

—Y tu deberías ver un atardecer en Colonia del Sacramento.

—¿A si?

—Claro, no puedes irte de Uruguay sin conocer esa ciudad. Colonia tiene algo mágico.

—Hagamos un trato entonces, tu me muestras esa ciudad y yo te mostraré Riomaggiore.

—¡Estás loco!

—¿No me quieres mostrar esa ciudad? Tendré que ir por mi cuenta entonces... contratar a alguna guía turística ¿qué dices?

—¡No me refería a eso, tonto! Claro que puedo hacerlo... a no ser claro que prefieras ir con otra persona—En cuanto esas últimas palabras salen por mi boca, me doy cuenta que he hablado como una mujer celosa y me reprendo por eso.

Su sonrisita petulante, me hace saber que se dio cuenta que no me ha gustado lo que ha dicho. Sin embargo no dice nada al respecto.

—¿Y a qué te refieres entonces?

—Es una locura que pretendas mostrarme la ciudad esa que dices.

¡Era una completa locura! ¿Cómo se le puede ocurrir semejante cosa?

Me abraza con más fuerza e inclinándose, me deja un beso en la punta de la nariz.

—Ya veremos—dice y luego me da un beso en los labios.

—Lorenzo, debemos hablar—digo de pronto.
No puedo dejar dilatar más esta conversación. Debemos dejar claras ciertos puntos de nuestra relación.

Hunde su rostro en mi cuello y me lo besa con suavidad.

—¿Hablar? Creí que dijiste que necesitabas dormir una siesta. ¿No quieres que te lleve a la cama?

Está intentando disuasirme, y si no me pongo firme lo conseguirá.

—No, Lorenzo. No quiero que me lleves a la cama—replico apartándome—. Por favor hablemos.

—Muy bien—dice tomando mi mano—. Hablemos, pero no aquí. Ven conmigo.

Tira de mi suavemente y de la mano cruzamos la sala hasta la puerta de una habitación.

¿Qué pretende?

—Lorenzo, si eso es un dormitorio, desde ya te digo que no entraré allí.

Si me dejo engatusar jamás hablaremos de nada.

Sin decir una sola palabra, abre la puerta y lo que veo allí dentro no es lo que me esperaba.
Frente a mis ojos tengo un elegante y muy masculino despacho.

—¿Vamos a hablar aquí? —digo observando el lugar.

—Parece algo serio lo que quieres decir, y aquí es donde trato los temas importantes—replica mirándome con intensidad.

—Ok... ¿Puedo sentarme? —Mi voz suena más aguda de lo normal.

¡Mierda, ahora me siento cohibida!

—Claro que puedes, Isabella.

Tomo asiento en uno de los sofá que hay a un lado de la sala, Lorenzo está de pie frente a mí apoyado en su escritorio.
Permanecemos unos segundos envueltos en el silencio, retándonos con la mirada... en realidad creo que Lorenzo está esperando que diga algo, ¡Después de todo, he sido yo quien pidió que hablásemos!

—¿Isabella?

—Lorenzo yo... —Hago una pausa buscando las palabras adecuadas para continuar—. Lo que quiero pedirte es que dejes de hacer todo lo que estás haciendo con nosotros...

Su ceño se frunce.

—Explícate. ¿Qué estoy haciendo que tanto te molesta?

—Quiero que dejes de enviarme flores al trabajo, que dejes de aparecerte por todos lados, en especial como lo hiciste anoche en mi casa... Lorenzo, quedamos en que iríamos lento y a mi me parece que estamos corriendo una maratón.

—Isabella, le pusiste un plazo a nuestra relación... ¡al menos déjame hacerla inolvidable el tiempo que dure!

Inolvidable... si supiera que no tiene que esforzarse tanto para que así sea. Inconsciente o no, ya ha dejado una huella indeleble en mi vida.

—¿Por qué no quieres más flores? —continuó.

—Porque sé que una mañana llegaré a mi oficina y ya no estarán allí. No quiero acostumbrarme a algo hermoso que tarde o temprano perderé...

Lorenzo niega con la cabeza lentamente y chasquea la lengua, mientras camina hacia mí.
Se sienta junto a mí en el sofá y se inclina para hablarme al oído.

—Que poca fe, señorita Rienzo—me susurra y luego clava su intensa mirada en mi—.Me parece que tendré que encargarme de hacer que me quiera en su vida mucho más que sólo un mes—agrega.

Su mirada y sus palabras me tienen total y completamente hechizada.
Una parte de mí desea que sea capaz de convencerme que vale la pena arriesgarse... sin embargo tengo tanto miedo a volver a confiar que la otra parte de mí se rehúsa.

—Y usted, se tiene demasiada fe, señor Castelli —replico en un susurro.

Muy lentamente acaricia mi mejilla con el dorso de su mano y acomoda un mechón de cabello detrás de mí oreja.

—Siempre obtengo lo que deseo, Isabella—dice antes de abalanzarse sobre mi boca.

Deliciosa AdicciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora