De alguna manera me sentía fastidiado con todo mi rededor, las personas me molestaban, no porque se burlaran de mí, ni porque me jugaran malas bromas, tampoco porque me insultaran. La verdad era que... la presencia de los caracteres tan distintos de cada una de las personas me provocaba sentimientos de decepción en extremo.
Crecí en un buen hogar. Un padre trabajador, una madre dedicada, hermanos como todos los hermanos ¡molestos! pero buenos; de manera que, en mi casa no tenía problemas con estos sentimientos, pero cuando salía, observaba a todas partes esas personas que; primero, eran maleducadas; segundo, no sabían expresarse —Tal vez no leen y por eso no saben hablar— con su semejante; y tercero, sucios. Compran comidas, bebidas, y los envoltorios y vasos los botan en la calle sin preocuparse por el ambiente. No me gusta para nada esa actitud. Pero bueno, no había algo que yo pudiera hacer.
Mi nombre es Henry Silas de veintiséis años de edad. Me gusta la música género rock alternativo. Soy universitario de la IEM (Inteligencia Épica Mundial) Promedio excelente en todas las materias. Creo en la ciencia pero también en Dios, de manera que creo en todas las leyes de la física, química, biología, entre otras; pero creo que un gran ser supremo es el autor de ello.
Eran las 10:00 A.M. Estaba sentado en uno de los bancos del parque saboreando un helado de fresa y mantecado con chocolate derretido y con chispas luego de presentar un examen de matemática en el campo de cálculo vectorial. Era parte de mi rutina de ganador, cada vez que aprobaba una evaluación solía comer un helado, siempre era el mismo sabor puesto que es mi favorito.
—Disculpa muchacho—Habló un hombre mayor que acababa de acercarse, un anciano, diría, entre los ochenta— ¿Puedo sentarme?
—Sí, claro, adelante, no estoy esperando a nadie. —Respondí amablemente puesto que, además que es un anciano, fue cortés al pedirme lugar en el asiento.
— ¡Ah, gracias!—El abuelo se sentó acomodando su pantalón de vestir negro y su camisa manga corta marrón que tenía fuera del pantalón, llevaba unos tenis para caminar blancos y en su cabeza un sombrero tipo bombín. —He venido al parque a caminar un rato, ya sabes, para mantener la forma. —Soltó una risita de abuelo luego de hablar con voz temblorosa. Tenía unos lentes para la vista y detrás de estos se veían unos ojos muy claros, un azul cielo ya gastado por la vejez.
—Eso es bueno, muchas personas no hacen ejercicios. — Luego de apartar sus lentes con sus dedos, me miró con sus ojos azules y preguntó:
— ¿Usted los hace?
—No me gusta, quedo con el cuerpo adolorido, pero camino bastante y hago calentamientos por la mañana.
—Eso es hacer ejercicio muchacho. —Soltó otra risita— Dime ¿Cuál es tu nombre?
—Henry, señor... Henry Silas.
—Henry, pareces muy aburrido ¿A qué te dedicas?
—Soy estudiante universitario; Y ¿Por qué dice que parezco aburrido?
—A tus ojos les falta brillo.
—Dígame usted ¿Cuál es su nombre?—Le respondí ignorando su comentario, ahora me tocaba a mí hacer las preguntas.
—Mi nombre es Carlos McKill. Puedes decirme Míster McKill.
— ¿Y a qué se dedica, Míster McKill?
— ¿Qué edad te parece que tengo?
— Ochenta. —Mi respuesta le causó gracia y se echó a reír.
— ¿Tan viejo me veo? ¡Cielo santo! Apenas tengo diez hijos y treinta y cinco nietos, —Siguió riéndose. —y sin contar a los quince bisnietos.
—Entonces ya es un hombre jubilado. Supongo.
—Bueno, si tengo mi edad, y también estoy jubilado pero aún me gusta trabajar. —McKill alzó su rostro y miró las nubes en el inmenso cielo azul. Aspiró el aire hasta llenar sus pulmones. Luego de exhalar y de una pausa prosiguió. —Soy pintor... Desde mi niñez estoy dibujando, nací con un talento que muchos decían, y dicen que es sorprendente ¿No has escuchado mi nombre alguna vez?
—No señor, no lo he escuchado.
— ¡Ah! Es típico en la gente, —El hombre gruñó—no conocen a los artistas sino hasta que mueren. Pero al menos he marcado a muchas personas.
— ¿A qué se refiere con eso de "he marcado a muchos"?
—Bueno; además de pintor, debo confesarte que; a pesar de mi apariencia chico, que no te engañe... trabajo en un local del Bulevar Smith a donde van muchos jóvenes con una ropa así como la tuya, con ese estilo de vida en la que escuchan esa música tan pesada y movida ¿Cómo le llaman?
— ¿Se refiere al rock?
— ¡Sí, Eso mismo! Entonces. Llegan al local...—Este viejo sí que da vueltas al asunto, que vaya directo al grano—y me muestran sus diseños para que yo los pinte en su piel...
—Entonces usted es un tatuador. —le interrumpí para que no siguiera hablando demasiado.
—Sí y...
—Y aún de viejo sigue pintando a la gente ¿Sabía que es malo tatuarse la piel?
—Claro que lo sabía, pero ellos son los que vienen a mí y como pagan bien, no me resisto. —Volvió a reírse. —El punto es que... no me queda mucho tiempo de vida, Henry...—El hombre me miró muy de cerca, acercando mucho su rostro al mío, tuve que inclinarme un hacia atrás. —y hay algo que quiero hacer.
— ¿Qué espera que yo haga, Míster McKill?—Respondí un poco arrogante provocando que se apartara de mí.
—Quiero que me dejes cumplir mi última voluntad. —Me habló un poco más fuerte. —Tienes una vida vacía Henry Silas, aburrida, te falta acción, tu rutina te va a llevar a la amargura aunque tengas el éxito en todo ¡Debes vivir tus sueños! ¡Alegrarte! ¡Necesitas llenar de brillo esos ojos tan jóvenes!
— ¿Y qué quiere usted de mí para que pueda cumplir su voluntad?
—Ah, no es la gran cosa...—hizo una pausa. —Es que tengo un diseño en mi colección de dibujos que quiero tatuar en una piel.
— ¿Esa es su voluntad?—le pregunté con un tono burlón. — ¿Tatuar en una piel un dibujo hecho por usted mismo?
—Es mi último dibujo, y no me quiero morir sin antes haberlo tatuado ¿Qué dices? ¿Aceptas dejarme tatuar en tu piel el dibujo?
—Lo siento, Míster McKill, — ¿Está loco o qué?—no es correcto... Mi piel es un templo sagrado y no lo profanaré.
— ¿Eres acaso un muchacho religioso y te vistes así?—Soltó un bufido. —Te engañas a ti mismo.
— ¡De acuerdo! ¡Tatúeme la piel entonces si eso es lo que quiere! Pero no le pagaré nada.
—Me parece muy bien. —Míster McKill se vio más calmado que de hace un momento y recostándose del banco miró hacia el campo grande del parque. —De verdad que será algo que te cambiará la vida.
— ¿Cómo sabe que me cambiará la vida?
—No lo sé... solo sé que lo hará. —Míster McKill sacó un caramelo de su bolsillo, lo destapó y se lo comió. —Y no te preocupes por pagarme. Te pagaré yo a ti por este gran favor que me haces.
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Tempocontrol
Science FictionHenry Silas. Con una vida fácil, llena de oportunidades, dinero, estudio con notas excelentes, pero aburrida y llena de decepciones, se encuentra a un hombre desconocido que le hace una oferta que cambiará su vida. Algo completamente sobrenatural, u...