Tu oportunidad.

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A la hora de irnos, sentí como si este último día se hubiera hecho demasiado corto. No quería salir de allí si significaba que no te vería de nuevo. Tanto así que guardé todo muy lentamente e hice de todo para atrasar mi despedida. Solo quería unos momentos más.

Salimos todos juntos. Y para nuestra sorpresa, ni bien cruzamos la puerta, comenzó a llover a cántaros.

A mi no me molestaba la lluvia, todo lo contrario. Me gustaba mucho desde pequeña y con el humor que tenía por ahí era lo mejor; la lluvia resultaba casi curativa para mí. Me relajaba y enfriaba mis pensamientos. Y aun cuando quería quedarme contigo, no podía soportarlo.

Los saludé a todos con un movimiento de mi mano y un gran "hasta luego". Los escuché decir que esperara a que se detuviera un poco, pero yo ya había comenzado a caminar. Les dije a todos que estaba bien y continúe. En realidad, esperaba que la lluvia me empapara completamente, así yo nunca sabría si eran mis lágrimas las gotas que recorrían mi rostro.

Hubo un momento en el que dejó de llover. Me pareció un poco extraño, ya que yo seguía viendo diluviar por delante de mi. Cuando levanté la vista, descubrí un paraguas, y a mi lado, estabas tú, sosteniéndolo, mojándote en el proceso.

Las lágrimas eran mías, si. Ahora podía sentirlas claramente.

— Me dijeron... que te cubriera — dijiste, inseguro, medio torpe.

Era la primera vez que me decías más de dos palabras.

¿Por qué siempre que me hablabas sentía como si tuvieras miedo de hablarme?

Asentí. — No tenías que...

Te encogiste de hombros. — Voy en la misma dirección de todas formas.

Asentí una vez más. — Caminemos juntos, entonces."

Me seque el rostro con las manos mientras volvía a retomar la marcha. Me alejé un poco para que pudieras cubrirte más, pero no te acercaste ni un paso. Me dio la sensación de que querías permanecer lejos y me sentí mal, porque no quería molestarte.

Te aclaraste la garganta. Parecías claramente incómodo. Ninguno de los dos hablaba ni tampoco nos dirigíamos una mirada.

Y me pregunté qué era lo que te tenía tan preocupado que te hacía dejar el taller. Quise saber tanto que tuve que mirarte por un momento. Tan distraida estaba contigo, que casi me llevo por delante un poste de luz del cual tú me salvaste. Me tomaste del brazo, jalándome a tu lado. Mi cara se puso roja y tu me soltaste tan pronto como me agarraste. Mi corazón latió como loco y dolió pensar que yo era la única afectada por la situación.

— Lo siento... — te dije, avergonzada —, estaba pensando...

—¿En qué pensabas?

— Tu razón — se me escapó. Quise taparme la boca con las manos.

Supongo que después de ese acercamiento sorpresivo, estaba demasiado conmocionada como para pensar correctamente.

Me miraste con curiosidad, silenciosamente esperando por una explicación.

—Tu razón para irte—aclaré.

Y sonreíste. Me sonreíste.

Nunca había sentido algo tan bonito, tan emocionante como en ese momento. Con algo tan simple hiciste que todo valiera la pena. No puedo explicar exactamente lo que pasó conmigo cuando lo hiciste, pero nunca lo olvidaré. Como si se me hinchara el corazón y se aligerara. No lo sé.

— Estamos en la edad de comenzar a formar nuestros propios caminos, ¿sabes? Y no sé lo que quiero. Estoy asustado y confundido y... —te detuviste. Suspiraste, pasandote la mano libre por el cabello. Me miraste por un largo momento, buscando las palabras —. Estoy hablando muchas cursilerías, ¿no te parece?

—En realidad no. Lo entiendo, también estoy asustada —sonreí un poco —, que no quieres tomar la decisión equivocada y quieres empezar tu camino bien direccionado. Estás confundido porque no sabes lo que quieres, ni lo que necesitas o lo que debes hacer. Te sientes poco preparado e inseguro. Y titubeas. Lo sé muy bien. Pero, ¿sabes qué? Nadie está preparado. Solo te dejan libre en el mundo de allí afuera y tienes que arreglartelas solo. Tienes que soportarlo.

> Prueba con diferentes cosas. Y si no funcionan para ti, vuelve a empezar. Si estás asustado, da pasos más firmes y fuertes. Allí afuera, hacia donde vamos, puede ser despiadado, frío y oscuro. Pero podemos encontrarlo todo, luchando. Sin rendirnos. — me di la vuelta hacia él —. Te estaré apoyando, Joon.

Nuestras miradas se encontraron. Tuve que recordarme respirar.

Hubo silencio.

Entonces solo asentiste y me volviste a mirar fijamente.

No dijimos palabra en todo el camino restante y me preguntaba si no había sido demasiado.

—Aquí me quedo yo — te dije, señalando la parada de autobús —. Cuídate, Joon   — te besé la mejilla y esperé.

Porque aún así yo esperaba que me dijeras algo.

Pero solo volviste a observarme y a asentir.

Me alejé lentamente, deseando que me detuvieras. No ocurrió nada. Pero cuando me subí al bus todavía seguías parado allí y me pareció verte susurrar algo.

Fue la tarde lluviosa más linda de todas.

Pero ahora que lo pienso bien, pudo haber sido que hayas perdido tu oportunidad ese día también.

Diario de un amor no correspondido: Las palabras que nunca dije.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora