El disfraz

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El edificio de Wintox Enterprise se alza imponente entre las demás estructuras. La fachada de espejos refleja el atasco matutino del centro de la ciudad y la multitud de personas que caminan apresuradas hacia su puesto de trabajo. Un hombre mayor se encuentra a las puertas del gran edificio mirando hacia arriba, intentando descubrir su final.

Como cada día, Jorge acude unos minutos antes a la empresa para organizar el papeleo. Vestido con un traje de marca negro, serio e impoluto. El oscuro cabello engominado, sin ningún pelo fuera de lugar. Lo único que da color a su aspecto es la corbata rojo sangre que lleva ajustada al cuello. De su mano cuelga un maletín de cuero del mismo color que el traje. Rezuma elegancia, importancia y seguridad en sí mismo. Al irse acercando a su destino, observa sorprendido como un anciano se dedica a admirar el edificio. Visto desde lejos el hombre parece insignificante en comparación con la gran estructura de hierro. Cuanto más cerca está, más comparte la sensación de inferioridad con el señor, una sensación a la que los trabajadores de Wintox Enterprise están acostumbrados.

Al entrar el portero le dedica una sonrisa, él se la devuelve, he ahí la primera careta del día… El sonido de las alegres conversaciones matinales envuelve los oídos de Jorge. A primera vista el ambiente entre los trabajadores en la empresa es ejemplar. Las sonrisas vuelan y siempre hay ayuda a mano. Solo Jorge ve que cada sonrisa es una puñalada por la espalda y cada ayuda un favor que devolver  que puede salir muy caro. La falsedad apesta en ese lugar, un alto cargo como él lo sabe de primera mano.

Aunque algo apretado, consigue subir a su departamento, en una de las plantas más altas. La sala se encuentra llena de los más madrugadores,  como es habitual, su secretaria no se encuentra entre ellos. Después de unas cuantas sonrisas falsas y unos pocos “Buenos días”, Jorge entra en su despacho donde vuelve a respirar tranquilo. Se afloja la corbata, aflojando con ella el disfraz que lleva puesto, un disfraz necesario para sobrevivir allí. Dejando el maletín en el suelo, se deja caer en la cómoda silla que preside el escritorio. Uno a uno va revisando los papeles que se encuentran encima de su mesa: contratos, informes, recibos... Una pequeña hoja color rosa fosforito planea hasta el suelo. Extrañado se levanta y la recoge, con curiosidad la desdobla y se dispone a leer su contenido. La hoja vuelva a planear hacia el suelo, pero esta vez Jorge no hace nada por recogerla. Su rostro moreno palidece hasta llegar a un color preocupante, gotas de sudor frío recorren su cuerpo. El miedo se ha apoderado de él. A punto de desfallecer, consigue llegar hasta la silla donde, una vez sentado, cierra los ojos con fuerza. Al volver a abrirlos vuelve a mirar hacia la nota, rezando por primera vez en su vida. Pero el contenido no ha cambiado, escrita en mayúscula, una sola frase descoloca el mundo de Jorge: “ESTA NOCHE TE VEO GUAPETONA”. Alarmado mira hacia fuera de su despacho, los trabajadores siguen en sus puestos, nadie mira en su dirección, todos sonríen. Todos son sospechosos. Los nervios se apoderan de Jorge durante todo el día, no es capaz de comer, de trabajar, ni siquiera de mantener la fachada. Ese día sale una hora antes de lo normal, incapaz de seguir dentro de esa ratonera.

Al llegar a su casa se desprende del disfraz. El traje desparramado por el suelo, los zapatos cada uno en una habitación. La corbata no ha llegado a entrar en casa. Sin pararse a analizar la situación, se mete en la ducha y abre el grifo del agua fría. Situándose debajo de él, deja resbalar sobre su cuerpo el agua congelada, limpiando su piel, intentando eliminar todos los restos de la pesadilla en la que se ha convertido su día.

No le importa cuánto tiempo lleva debajo del agua, ni si esta ha llenado su perfecta piel depilada de manchas rojas debido a las gotas que como cubitos de hielo impactan sobre él. Cuando sale, ha tomado una decisión. Mientras se extiende una de sus cremas favoritas por el cuerpo, se termina de desprender del disfraz. Esta vez de forma definitiva.

De uno de los armarios superiores saca un estuche, se aproxima con él al espejo y lo abre. Poco a poco saca lápices de ojos, sombras, carmín y demás utensilios de maquillaje, y con mucho cuidado empieza a dibujar su imagen, una imagen que hasta hoy solo él conocía con exactitud. Tras la cara viene el cuerpo. Una vez en su vestidor privado, coge la lencería más provocativa que tiene y, tras unos cuantos arreglos, su cuerpo se asemeja al de una mujer. Varios minutos después, Jorge se mira en el espejo sonriendo. Esta vez la sonrisa es sincera. El espejo le devuelve la imagen de una mujer rubia enfundada en un vestido rojo, a juego con sus labios. Tras la larga cabellera, unos aros de plata centellean en sus orejas. Con cuidado se sube a unos kilométricos  tacones de aguja, y se vuelve a mirar por última vez. Sus ojos, dos cristales puros y sinceros, brillan con determinación y valentía. Haciendo resonar los tacones va hacia la puerta de su casa, coge el bolso y abre la puerta.

En el felpudo se encuentra la corbata. Ágilmente se agacha y la recoge, para después tirarla con desprecio al interior de la casa. Cierra de un portazo, dejando dentro al Jorge asustadizo de todas las mañanas, y con paso firme, sale a la calle dispuesta a comerse la noche.

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