La tierra de los sueños

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Las luces explotaban como pompas de jabón.

El muchacho todavía se sorprendía por su existencia en aquel frívolo lugar, lleno de tinieblas. Esa escasa fuente de luz disipaba la niebla frente a ellos pero la acumulaba en el suelo, cercano a sus pies. Como una pequeña marea.

─Creí que no encontraríamos luz ─musitó Coraline a sus espaldas.

Wybie tuvo que hacer un esfuerzo increíble para no volver la cabeza en su dirección. Todavía podía sentir el latido enloquecido de su corazón cada que sus ojos vislumbraban los suyos. Además, no tenía el humor necesario para reiterar completamente como el muchacho de cabello parado tomaba a la peliazul de la mano. No eran celos, por supuesto, sólo un sentimiento de incomodidad ligado a un sitio extraño.

En su lugar, siguió caminando tras el gato negro, que se lideraba la marcha con la cola en punta y los sentidos alerta. El moreno por su parte miró su alrededor con genuina curiosidad: los árboles de colores extraños, las luces que flotaban a su alrededor como pompas de jabón espesas y el color azul oscuro que inundaba el ambiente.

Sentía como si se hubiera hundido en un libro de fantasías y caminado al lado de Alicia a través del País de las Maravillas. Pero estaba seguro que aquel mundo manufacturado por un monstruo distaba mucho de ser fantástico.

Más bien aterrador y siniestro.

Como un extraño al acecho.

No debían confiarse, tenían que estar alerta y seguir caminando. No podían confiar en nadie. Aunque probablemente dentro de ese extraño mundo manufacturado no encontrarían otra persona. Ellos eran las únicas presas en ese sitio. Nadie más. Y tres de los seis integrantes del grupo estaban extraviados.

Wybie tomó un trozo de hoja del árbol más cercano. Coraline replicó una negativa, pero el muchacho la ignoró por completo y acercó el diminuto objeto a su rostro, para observarlo de cerca. Los colores iridiscentes seguían ahí, palpitando. Segundos después se desintegraron y la hoja no fue más que un soplido al viento.

Alzó ambas cejas, perplejo.

─No es real ─farfulló Norman.

─No me digas ─replicó Wybie, poniendo los ojos en blanco.

─Es... ¿Extraño? ─Comentó Coraline, separándose de Norman y alzó una mano por encima de su cabeza para rozar con la yema de los dedos una burbuja, que explotó en fragmentos de colores hasta desaparecer en una estela de luz.

─Es como si atravesáramos pueblos ─respondió Wybie sin dejar de caminar y observar con detenimiento.

─El valle de césped fue uno ─Coraline asintió con la cabeza pero después se detuvo─. Aunque todavía no podemos afirmarlo.

─Es extraño ─reiteró Norman─. Nuestras pesadillas fueron un pasaje, que atravesamos para llegar al siguiente. ¡Saltamos por una ventana y caímos en otro lugar raro!

─No es tan descabellado ─afirmó Wybie, encogiéndose de hombros y el gato soltó un maullido descomunal que atrajo la atención de los niños.

Corrieron en dirección del maullido. El gato se encontraba agazapado contra el suelo, cercano a un árbol deforme y sus ojos se fijaban en un punto más allá de ellos, a unos metros quizá; era una figura escondida, o mejor dicho, recostada sobre el suelo y en forma de montaña. Pero podía escucharse un suave susurro, como si estuviera roncando y su cuerpo subía y bajaba al compás de sus sueños.

Todos contuvieron el aliento.

Las pompas de luz surgían de su interior, salían flotando de su espalda para después depositarse en el aire, volando como volutas de polvo.

Wybie sabía que era mejor dar media vuelta y salir corriendo. No les convenía meterse con alguien molesto por la interrupción de sus sueños. Miró a sus compañeros, quienes asintieron fervientemente con la cabeza en señal de aprobación, y con pasos suaves, retrocedieron lentamente.

Respiró hondo. Todo iba a estar bien. Atravesarían ese campo de luces y seguirían adelante. No tendrían por qué arriesgar sus vidas. Las necesitaban, claro está, para encontrar a sus amigos y lograr salir de esa pesadilla manufacturada.

Pero fue débil y estúpido.

Coraline tomó de su mano. Cuando volvió el rostro para reñirla, la peliazul estaba desfalleciendo. Tomaba de su mano para no caer por completo. Pero el cuerpo de Wybie reaccionó ante el contacto y dio un brinco, que provocó que Coraline cayera de forma ruidosa al suelo.

El moreno intentó atraparla al aire, ayudarla, pero fue inútil. La niña desfalleció y Norman, al otro lado, abrió los ojos en señal de alerta y se mantuvo quieto. Su cabeza se giró en dirección al extraño ser.

Wybie recogió a Coraline entre sus brazos, pero cuando escuchó el susurro de alerta de su compañero, volteó la cabeza, conteniendo el aliento.

El monstruo no había despertado, pero su lomo estaba erizado y el color del ambiente ya no era azul, sino rojo oscuro. Casi parecido al de la sangre. Las volutas que salían de su interior ya no resplandecían con los colores del arcoíris, sino que eran negras y flotaban de forma pesada en el aire, saliendo sin descontrol de la criatura.

Retrocedieron con rapidez.

Norman tomó el otro brazo de Coraline para pasarlo sobre su espalda. Las volutas flotaron y siguieron expandiéndose. La criatura ya no dormitaba, sino que soltaba gritos estruendosos que provocada que las volutas explotaran.

Ya no escapaba de su interior luz. Sino oscuridad.

─ ¡Corre! ─Gritó Wybie, con el corazón enloquecido─. ¡Corre, tenemos que salir de aquí!

─ ¡Se acercan! ─Respondió Norman, agitado.

Una voluta explotó encima de Wybie. Era como si la piel le ardiera en llamas, y su interior se llenara de oscuridad al conjunto de sus más temibles sueños. Todas las pesadillas que había estado recopilando a lo largo de su vida.

Norman gritó.

Una pompa explotó en su rostro y su grito fue más sonoro. La tierra de los sueños, como le había llamado Wybie, ahora no era más que gritos y oscuridad.

Corrieron tan rápido como sus piernas les permitieron, pero su visión se tornó oscura. Y cayeron al suelo, inconscientes, a merced de sus más temibles sueños.

Mystery Kids: Argus Donde viven las historias. Descúbrelo ahora