Capítulo 8: Itya

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Llevábamos tanto rato caminando sin rumbo ni cambio aparente a nuestro alrededor que estaba empezando a sentirme cansada y somnolienta. Sin embargo, tenía la sensación de que cuanto más nos alejábamos del punto de partida, más cálido se volvía el ambiente.

- ¿Dónde se supone que vamos, pequeño? – pregunté tontamente, sabiendo que no obtendría respuesta alguna.

Aquel zorrito casi indistinguible entre la nieve seguía su marcha, aunque no muy alejado de mí, ¿lo habría enviado alguien a buscarme? Eso no era posible, ¡si ni yo misma tenía idea de dónde estaba! En un punto del recorrido me percaté del progresivo descenso del nivel de nieve en el paisaje y de un denso banco de niebla en el que nos íbamos adentrando.

Tras cruzarlo y dejar atrás el paisaje nevado, nos encontrábamos en lo alto de una colina desde la cual el escenario era casi ilusorio; en un extremo crecían hermosos campos verde esmeralda, en otro se alzaba un frondoso bosque de árboles rojizos de distintas formas y tamaños. Por último, en el lugar más lejano se coronaban unos campos multicolores de flores. Todas estas incompatibles etapas anuales, junto al lugar de donde veníamos, parecían converger en perfecta sintonía como una sola en el centro de la figura, formando una especie de Lauburu estacional.

Todo estaba bañado por la luz de un sol matinal y desprendía una tranquilidad infinita casi irreal, onírica. Después de unos cuantos minutos de contemplación del lugar, el zorro dio por sentado que podía continuar y así lo hizo. No muy lejos, en la falda de la colina, pude distinguir un pequeño pueblecito de la zona.

A la entrada de aquel pintoresco lugar, el zorro saltó súbitamente a mis brazos y se durmió. Suponía que eso era una señal para que echase un vistazo por allí, aunque no parecía haber rastro de nadie, cosa que me extrañó bastante pues algunas tiendas parecían estar abiertas.

- ¡Cuidado, mira por dónde vas! ¡¿Cómo se te ocurre ir andando por ahí con ese tamaño?!- sonó una voz ronca aunque no pude identificar de donde provenía - ¡Estoy aquí! – dijo la voz, esta vez con un tono más molesto.

Agaché la vista y contemple estupefacta como unos diminutos ojos me miraban con disgusto, era un anciano minúsculo, elegantemente vestido el que me había hablado y al que había estado a punto de aplastar. De repente me vi rodeada de otros pequeños curiosos que se habían acercado al oír el revuelo.

- Oye niña, ¡contéstame cuando te hablo! – se apresuró a decir.

- ¿Mi tamaño? No es mi problema ser así de alta, lo he sido siempre – dije sin darle mucha importancia – debo de estar soñando...

- Pues déjame decirte que estás más espabilada que yo, ¡y si no me haces caso y reduces tu gigantesca estatura, te vas a meter en problemas serios!

La multitud se disipó tan pronto como el anciano retomó su marcha, dejándome en el punto de partida, aún más desconcertada que antes. Ahora podía ver perfectamente a toda esa mini-población, ¿por qué no había notado sus presencias cuando entré? Me pellizqué la mejilla varias veces para comprobar si estaba dormida, aunque solo conseguí dejarla roja como un tomate. Mientras tanto, el zorro seguía plácidamente dormido en mis brazos, como si la cosa no fuera con él.

- Tú has sido el que me ha metido en este lío, ya podrías tener una solución – dije frunciendo el ceño al animal dormido.

Continué andando por aquel paraje, intentando buscar el sentido a ese recorrido; Notaba como a cada paso me pesaba más el cuerpo y se hacía más difícil moverme, mientras una maraña de pelo blanco iba absorbiéndome poco a poco: sin darme cuenta me había convertido en una diminuta criatura como el resto de las de aquel lugar, y ahora el zorro estaba despierto frente a mí.

Illusia Alter EgoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora