Hermanos

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Era increíble, o por lo menos difícil de imaginar que los jardines del instituto de Nueva York resultaran ser un área de juego considerada decente para dos niños y su padre además de un área de entrenamiento. Alec Lightwood, Rafael y Maxwell Lightwood-Bane estaban pasando una tarde agradable en el área de pasto de la enorme catedral, los tres armaban una formación en triángulo y pasaban de uno al otro un balón de soccer, ambos Cazadores tenían cuidado con Max, el pequeño de tres años de edad que hacia el mayor esfuerzo por patear y no caer al suelo por su coordinación de casi un bebé.

Sin embargo y pese a sus múltiples caídas, era quien más reía, llenando el jardín con sus hermosas y ruidosas risas de niño. Isabelle Lightwood apareció con una charola y refrescos para todos. Ella sonreía deslumbrante, casi tanto como el anillo de compromiso en su mano.

- ¡Descanso! – Grito ella y los pequeños corrieron hacia su tía. Rafael tomo la mano de Max para que no callera una vez más por su entusiasmo.

- ¿Te nos unes? – Pregunto Alec a su hermana tomando un vaso con refrescante bebida.

- Claro. – Dijo Isabelle sonriendo.

Ambos miraron hacia los pequeños, Max rechazo su bebida naranja mirándola de una manera acusadora, Rafael se acercó de inmediato para cambiarla por la suya que era azul. El pequeño quedo más que satisfecho con el intercambio.

Alec rio, ahora eran tres las personas quien se preocupaban por los caprichos de Maxwell.

- Se parece tanto a ti. – Dijo Isabelle con la mirada fija en Rafael y su mente en el pasado.

Alec no podía estar de acuerdo en ello. – Izzy. – Dijo llamando a su hermana para que fuera precavida. Ninguno de estos niños eran sus hijos de sangre, la oración Se parece a ti era difícil de creer.

- No hablo solo por hablar. – Dijo Isabelle sonriendo - ¿En verdad crees que no recuerdo como intentabas complacernos todo el tiempo? a Jace a mí a... A Max.

- Eran pequeños, Max, sobre todo.

- Tú también lo eras, pero eso no te detuvo. Me dabas todas tus galletas con relleno de chocolate.

- Tus llantos eran insoportables.

- Aprendiste a leer antes que nadie para poder sustituir a mi padre en los cuentos de la noche cuando ellos tenían que estar fuera.

- Era práctica, para comenzar con las lecturas de dialectos demoniacos.

- Estuviste con Jace, incluso en las peores ideas, incluso culpándote de sus temerarias aventuras.

- Me gustaba decir Te lo dije.

Isabelle miro a Rafael ignorando un poco a su hermano. – Tal vez ha sido poco el tiempo que ha pasado con ustedes, pero ha aprendido la mejor forma de demostrar agradecimiento – Isabelle fijo su mirada en los ojos azules de su hermano. – Cuidando a los demás, definitivamente eso lo ha aprendido de ti.

Alec se acercó a Isabelle y jalo un mechón de su cabello. – Son mis hermanos pequeños, no hice nada que un hermano mayor no haría.

- No, Alec. Hiciste lo que creías debías hacer porque así eres, no todos los hermanos mayores lo hacen. La sangre no es amor, eso me lo dijo Magnus.

Alec observo a sus hijos y su nueva actividad que incluía un par de insectos y una rama de árbol seco. - ¿Crees que... que ellos lleguen amarse como nosotros amamos a Jace?

Isabelle sonrió resplandeciente cuando miro a Rafael intentando levantar al pequeño niño robusto de tres años para que llegara a una de las ramas de uno de los árboles y atrapara su propio insecto. - ¿Eso responde tu pregunta?

Hermanos Lightwood-BaneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora