Me da risa la manera en la que me miras y tu estúpidos chistes, tan blancos como las estúpidas nubes del cielo de los días soleados que odio.
¿Porqué, puedo saber?- me dices trazando con la punta de tus dedos las cicatrices blancas de mis brazos
-No- niego con la cabeza y sabes que eso es todo. Sé que tu mente novata quiere besármelas allí en medio del parque por lo drama del momento. Porqué eres así coño?. Miro hacia otro lado y me alejo un poco.
-Esta bien- botas encogiéndote de hombros. Que clase de resignación dulzona es esa?. Carajo.
Me enfurece que a pesar de lo piedra que soy contigo sigas allí, derramando azúcar, te pones en perfecta posición para mis juegos mentales. Para hacerte daño. Lo que mejor sé hacer, lo que disfruto de una manera enfermiza aunque a la larga me haga mierda yo misma.
Te miro y suspiro, pero no los suspiros de gente enamorada imbécil. Es un suspiro de resignación, de cansancio y de no saber donde carajo están las razones por las que toleras mi desprecio.
Una parte de mí quiere advertirte que huyas ahora mi parte buena. La otra solo quiere atraparte