—¡Vaya, qué rapidez! —dijo ella—. Nos instalamos ayer, mamá, mis hermanas yyo. Hoy, me encuentra usted en la escalera. Me besa, me empuja hacia su piso, cierrala puerta... ¡Y aquí estamos!—No es más que el principio —dije con descaro.—¿Ah, sí? ¿Acaso no sabe que nuestros pisos se tocan y que hay incluso unapuerta condenada entre ellos? No tengo por qué luchar si usted no se porta como Diosmanda. Basta con gritar: «¡Me violan, mamá! ¡Un sátiro! ¡Socorro!».Esta amenaza pretendía sin duda intimidarme. Me tranquilizó. Desaparecieronmis escrúpulos. Mi deseo, liberado, voló en libertad.La joven de quince años que había pasado a ser mi prisionera tenía el pelo muynegro, atado en un moño, y llevaba una blusa vaporosa, una falda propia de su edad yun cinturón de cuero negro.Esbelta, morena e inquieta como un cabritillo creado por Leconte de Lisie,apretaba las patas, bajaba la cabeza sin bajar los ojos, como a punto de embestir.Las palabras que acababa de pronunciar y su aire obstinado me animaban atomarla. No obstante, creía que las cosas no irían tan aprisa.—¿Cómo se llama? —preguntó ella.—X... Tengo veinte años. ¿Y usted?—Yo, Mauricette. Tengo catorce años y medio. ¿Qué hora es?—Las tres.—¿Las tres? —repitió reflexionando...—. ¿Quiere acostarse conmigo?Sorprendido por esta frase que estaba lejos de esperar, retrocedí un paso en lugarde responder.—Escuche —dijo ella, colocando un dedo en el labio—. Júreme que hablará bajo,que me dejará marchar a las cuatro... Júreme sobre todo que... No. Iba a decir: quehará lo que me plazca... Pero si a usted no le gustara eso... En fin, júreme que nohará lo que no me plazca.—Juro todo lo que quiera.—Pues le creo. Me quedo.—¿Sí? ¿Es así? —repetí.—¡Oh, no hay para tanto! —dijo ella riendo.Provocativa y alegre como una niña, rozó, cogió la tela de mi pantalón junto conlo que ella supo encontrar allí, antes de huir hacia la habitación, donde se quitó lafalda, las medias, las botas... Luego, sosteniendo la blusa con las dos manos ywww.lectulandia.com - Página 7haciéndome un guiño:—¿Puedo, desnuda? —me preguntó.—¿Quiere también que se lo jure?... Por mi alma y mi conciencia...—¿No me lo reprochará? —dijo ella imitando mi tono dramático.—¡Jamás!—Entonces... ¡Aquí tiene a Mauricette!Caímos los dos, abrazados, encima de mi cama. Me entregó sus labios conviolencia. Empujaba los míos con fuerza, ofreciendo su lengua con vehemencia...Cerraba a medias los ojos, para abrirlos poco después en sobresalto... Todo en ellatenía catorce años, la mirada, el beso, la nariz... Oí finalmente un grito sofocado,como el de un animalito impaciente. Nuestras bocas se separaron, volvieron atomarse, se abandonaron otra vez...Y, al no saber a ciencia cierta qué misteriosas virtudes ella me había hecho jurarno robarle, dije sin pensar cualquier tontería para conocer sus secretos sinpreguntárselos:—¡Qué bonito es eso que llevas en el pecho! ¿Cómo lo llaman las floristas?—Tetas.—¿Y ese pequeño Karakul que llevas bajo el vientre?¿Está de moda ahora llevar pieles en el mes de julio? ¿Sientes frío ahí debajo?—¡No! No con frecuencia.—¿Y eso? No alcanzo a saber qué puede ser.—¿Con que no alcanzas a saberlo? —repitió ella con aire pillín—. Pues vas adecirlo tu mismo, solito.Con la falta de pudor propio de su juventud, sepan los muslos, los levantó con lasdos manos, abrió su carne... Fue tal mi sorpresa que la audacia de aquella posiciónno me preparaba en absoluto para tan inesperada revelación.—¡Virgen! —exclamé.—¡Y una herniosa virginidad!—¿Es mía?Creía que diría que no. Confesaré incluso que lo deseaba. Se trataba de una deesas impenetrables virginidades como había tenido ya la desgracia de encontrar a dosMe supo muy mal.Sin embargo, me intrigaba ver a Mauricette contestar a mi pregunta paseando undedo por debajo de la nariz con la boca burlona, como queriendo decir «Vete a lamierda», o algo peor. Y, como seguía manteniendo abierto lo que yo no podía tocar, ledije en broma:—Tiene usted muy malas costumbres, señorita, cuando está sola.—¡Oh! ¿Y en qué lo notas? —dijo ella cerrando las piernas.Mi broma consiguió más que cualquier otra cosa ponerla a sus anchas. Ya que lowww.lectulandia.com - Página 8había adivinado, no había motivo para callarlo: para ella lo fue de orgullo. Con aireinfantil, frotando cada vez su boca en la mía, repetía bajito:—Sí, me masturbo. Me masturbo. Me masturbo Me masturbo. Me masturbo. Memasturbo. Me masturbe. Me masturbo. Me masturbo. Me masturbo. Me masturbo.Como más lo decía, más alegre se ponía. Y, una ve; pronunciada esa palabra,todas las demás siguieron cono si no esperaran más que una señal para volar:—Ya verás cómo me corro.—Sí, en efecto, me gustaría saberlo.—Dame tu pito.—¿Dónde?—Tú mismo.—¿Qué es lo que está prohibido?—Mi virginidad y mi boca.Como no puede alcanzarse el corazón femenino más que por tres vías... y comotengo una inteligencia prodigiosamente hábil en adivinar los más complicadosenigmas... lo entendí.Pero esa nueva sorpresa me dejaba sin palabras; no contesté nada. Otorgabaincluso a ese mutismo un cierto aire de imbecilidad, con el fin de dejar queMauricette explicara por sí misma su misterio. Lanzó un suspiro sonriendo, me echóuna mirada de desesperación que significaba: «¡Dios mío! ¡Qué tontos son loshombres!», y luego se inquietó; y fue su turno de hacerme preguntas.—¿Qué te gusta hacer? ¿Qué prefieres?—El amor, señorita.—Pero está prohibido... ¿Y qué es lo que no te gusta nada, nada?—Esa manita, aunque sea muy bonita. No la quiero por nada en el mundo.—Mala suerte que yo... —dijo ella muy turbada—... no pueda chupar...¿Habrías querido mi boca?—Me la has dado ya —contesté, volviendo a tomarla.No, ya no era la misma boca. Mauricette perdía pie, no se atrevía a hablar, lo creíatodo perdido. Ya era hora de devolver una sonrisa a aquel rostro desolado. Una demis manos, que la apretaban contra mi, se posó como si nada sobre aquello que ellacreía que yo no aceptaría y que incluso no entendería jamás.La niña me miró con timidez, vio que mi fisionomía no era seria; y, con labrusquedad de una metamorfosis que hizo estremecerme:—¡Oh! ¡Crápula! —exclamó—. ¡Animal! ¡Bruto! ¡Puto! ¡Cerdo!—¿Quieres callarte?—Hace un cuarto de hora que simulas no adivinar y, encima, te burlas de míporque no sé como decirlo.Recuperó su aire de niña de buen humor y, sin elevarla voz, pero cara a cara:www.lectulandia.com - Página 9—Si no tuviera ganas, merecerías que volviera a vestirme.—¿Ganas de qué?¡De que me des por el culo! —dijo ella riendo—. Ya está, te lo he dicho. Yconmigo no has acabado de oír cosas por el estilo. No sé hacer, pero sí sé hablar.—Es que... no estoy seguro de haberlo oído bien...—¡Tengo ganas de que me den por el culo y de que me muerdan! Me gusta másun hombre malo que un hombre juguetón.—¡Shhht! ¡Shhht! ¡Qué nerviosa estás, Mauricette!—Además, me llaman Ricette cuando me dan por el culo.—Para no decir el «Mau[1]»... anda, cálmate.—No hay más que una manera. ¡Aprisa! ¿Quieres?Sin enfadarse, quizás incluso más ardiente, me devolvió sin reparos el beso que ledaba y, sin duda para animarme, me dijo:—La tienes tan tiesa como una barra de hierro, pero no soy finolis, tengo elagujero del culo sólido.—¿Sin vaselina? ¡Mejor!—¡Vaya! ¿Y por qué no un ensanchador?Dando una voltereta, me dio la espalda, se tumbó sobre el lado derecho y jugóconsigo misma con su dedo mojado, sin más preámbulos al sacrificio de su pudor.Luego, con un gesto que me divirtió, cerró los labios de su virginidad, e hizo bien,pues podría yo haber querido penetrar en ella pese a mis promesas. Aquel dedomojado era suficiente para ella, poco para mí. Encontraba, en efecto, que no era«finolis», tal como acababa de demostrármelo.E iba a preguntarle si no le hacía daño, cuando, volviendo su boca hacia la mía,me dijo todo lo contrario:—Tú ya les has dado por el culo a otras vírgenes.—¿En qué lo notas?—Te lo diré cuando me digas tú en qué has notado que me masturbaba.—¡Cochina! Tienes el clítoris más rojo y mayor que haya visto jamás en unavirgen.—¡Está tieso! —murmuró ella poniendo ojos de caramelo—. No es tan gordo...No toques... Déjamelo a mí... ¿Querías saber en qué noto... que le has dado por elculo a otras vírgenes?—No. Más tarde.—¡Pues, aquí tienes la prueba! Sabes que no hay que preguntar nada a una virgenque se masturba mientras le dan por el culo. No es capaz de contestar.Su risa se esfumó. Sus ojos se rasgaron. Apretó los dientes y abrió los labios. Trasun breve silencio, dijo:—Muérdeme... Quiero que me muerdas... Ahí en el cuello, debajo del pelo,www.lectulandia.com - Página 10como lo hacen los gatos con las gatas...Y añadió:—Me retengo... Apenas me toco... Pero, ya no puedo más, me voy a correr...¡Oh!, me voy a correr, qu... ¿Cómo te llamas?... Querido... ¡Haz lo que quieras!¡Con todas tus fuerzas! ¡Cómo si follaras! ¡Me gusta eso! ¡Más... más... más!...El espasmo la enrigedeció, la estremeció... Luego, la cabeza cayó, y apreté contramí aquel cuerpecillo tan débil.¿Amor? No, una Mamita de una hora. Pero no pude impedirme pensar para mí:«¡Vaya!» y acogí su despertar con menos ironía que admiración:—¡Funcionas muy bien para ser virgen!—Si, ¿no? —contestó echándome una mirada.—¡Niña ingenua! ¡Santa inocente!—¿Has notado, pues, qué sólido es el agujero de mi culo?—Como el de un rinoceronte.Y somos todas así en la familia.—¿Qué?—¡Ja, ja, ja!—¿Qué dices?—Digo que así es cómo entregamos el trasero. ¡Y así es cómo gozamos pordelante!Y, con la vivacidad de su carácter, descubrió de pronto sus muslos de los quesobresalieron los músculos... Apenas pude reconocer el paisaje.—¡Jardines bajo la lluvia! —exclamé.—¡Y con el dedo! —repitió ella riendo—. Mira, voy a darte algo. Dime antes:¿nos queremos?... Sí... ¿Tienes tijeras?Estiró del cubrecama un hilo de seda que colocó sobre su vientre:—¿Guardarás una mecha de mi virginidad?—Toda la vida... Pero elígela bien. Si quieres que no se note, coge la más larga.—¡Oh! ¿También sabes eso? —exclamó desilusionada—. ¿Es que lascoleccionas?Sin embargo, cortó su mecha, o, más bien, su bucle indomable, en tirabuzón. ElSr. de la Fontaine, de la Academia Francesa, escribió un poema, «La cosa imposible»para enseñar a la juventud que los pelos de ciertas mujeres no pueden alisarse. Debióintentarlo, sin duda... ¡Qué libidinosos son esos ancianos académicos!Con el hilo de seda verde, Mauricette ató los pelos de su bucle negro y, luego, loscortó por la base:—¡Un rizo... mojado por la lefa de una virgen! —dijo.Con un carcajada, saltó de la cama y se encerró en el cuarto de baño... Perovolvió a salir tan rápido como había desaparecido en él.www.lectulandia.com - Página 11—¿Podría saber ahora...? —empecé.—¿Por qué somos todas así en la familia?—Sí.—Desde mi más tierna infancia...—¡Qué bien hablas!—Estuve interna, mientras mamá y mis hermanas se ganaban la vida juntas conlos señores, las señoras, los niños, las putas, las jovencitas, los viejos, los monos, losnegros, los consoladores, las berenjenas...—¿Y qué más?—Todo lo demás. Hacen de todo. ¿Quieres a mi madre? Se llama Teresa; esitaliana; tiene treinta y seis años. Te la dejo. Soy buena. ¿Quieres también a mishermanas? No somos celosas. Pero conserva mi bucle y volverás a mí.—¡Ricette! ¿Crees tú que pienso en...?—¡Bla–bla–bla! ¡Nos toman a las cuatro, pero vuelven a mí! Sé lo que digocuando dejo de masturbarme.Tras otra risa juvenil, cogió mi mano, se dejó deslizar junto a mí y siguió con lamayor seriedad posible:—Hasta los trece años permanecí en la cárcel con chicas «bien». Ya que sabestantas cosas, dime qué son las directoras y las vigilantas que sienten vocación de vivirtoda su puta vida en un cochino internado.—¿Algo tortilleras?—No me atrevía a decirlo —contestó Mauricette con encantadora ironía—. Y,como debían tener informes sobre mi madre, ¡imagínate si iban a molestarseconmigo!¡Infames criaturas! ¿Así que han abusado de tu candor? ¿Te han obligado a lafuerza a beber del veneno del vicio?—¿A la fuerza? ¡Me pervirtieron! —contestó Mauricette, quien ya bromeabamejor y recobraba seguridad—. ¡Cuatro veces me sorprendieron masturbando a misamiguitas!—¡Ah!, ¿con que tú...?¡Se escondían en el jardín, en el dormitorio, en los pasillos y hasta en la ventanade los lavabos para mirar! ¿No crees que son viciosas las vigilantas?—¿Y pagaban para mirar?—¡No das ni una! Sin embargo... ¡cuántas cosas les enseñábamos sin saberlo!¡Espléndidas combinaciones que no habrían jamás encontrado por sí mismas...! Enfin, me hice amiga de una de las mayores, quien me enseñó en diez lecciones elsafismo tal como debe ser...—¿Cómo debe ser?—Se trata del arte de tocar suavemente el punto sensible; el arte de no cansar enwww.lectulandia.com - Página 12vano la punta de la lengua en cualquier parte. Es lo que más sabía cuando dejé elinternado; mucho más que la historia sagrada y la geografía. Con mi amiga íntimanos encontrábamos en todos los rincones; y a la cientoveinticincoava vez, me cogió laseñorita Paule.—Quien te pervirtió durante el siguiente cuarto de hora, por supuesto...—En efecto. En su habitación. Debajo de su falda. Llevaba un pantalón conbotones por todas partes. Y tenía un nidito que era una monada, ¡la muy cochina! Lospelos, el virgo, el clítoris, los labios, todo me gustaba. Me gustaba más tocarla a ellaque a mi amiga. ¡Si supieras lo viciosas que son las vigilantas!¡Vaya, por Dios! Y no lo has dicho todo.—No, olvidaba algo. Ella no sabía tocar. Se lo enseñé yo.A Mauricette le entró de pronto una risa floja que la tumbó al pie de la cama.Estuvo tan graciosa al perder el equilibrio que me apresuré a terminar el intervalo.Volvía a sentirme curioso de su pasado. Abandoné a mi vez el cuarto en dirección delbaño. Allí me entretuve más de lo previsto, pues, cuando volví, Mauricette habíavuelto a vestirse y se ponía las botas.w
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LAS TRES HIJAS DE SU MADRE-- POR PIERRE LOUYS
RandomEste libro no es de mi autoria pero es de mis libros favoritos, como me borraron mi novela, mehan dejado sin publicaciones, pronto estare subiendo un nuevo trabajo pero mientras tanto quisiera que las personas que han seguido mi trabajo puedan disfr...