Pequeño piloto

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Había llegado exhausto de trabajar, dormía lo justo y necesario últimamente debido a todos los vuelos que debía cubrir. Besó a su esposa en los labios una vez le abrió la puerta y pasó al interior de la casa, queriendo llegar lo más pronto posible a su habitación antes de caer muerto en el suelo. Sentía como los párpados le pesaban, exigiéndole cerrarlos para poder descansar en paz. Sin embargo, a pesar del deseo de acostarse en su cómodo colchón y apoyar la cabeza en su mullida almohada, no continuó el recorrido hacia su destino.


No pudo.


Porque exactamente en el comedor, algo llamó su atención y le devolvió de golpe toda la energía perdida. Su pequeño hijo estaba sentado en el suelo, con un avión de juguete en su mano derecha, la cual movía de atrás hacia delante simulando el vuelo. Con sus pequeños labios simulaba el sonido de los motores y su entrecejo fruncido delataba la concentración que estaba teniendo para pilotear el avión. Karamatsu rio por lo bajo, mirándolo enternecido. El niño se sobresaltó al oír aquello y terminó por detener su juego, ladeando la cabeza hacia el mayor. Sus ojos se dilataron al reconocerlo y su sonrisa ocupó todo su rostro.


—¡Papi! ¡Volviste!—exclamó, levantándose de su lugar para correr hasta él. Karamatsu se inclinó y lo atrapó entre sus brazos, besándolo en la frente antes de tomarlo por debajo de los brazos, estirando los propios y dar un par de vueltas, sosteniéndolo bien para que no cayera—¡Woaah! ¡Papi, no hagas eso! ¡Yo no soy un avión!—dijo entre pequeñas risitas. Karamatsu terminó riendo suave, acercándolo a su pecho para posteriormente sentarse en el suelo, dejándolo en su regazo.


—Hehe, tienes razón. Tú eres el piloto, no el avión—confirmó, acariciando sus cabellos. Los pequeños ojos lo miraron con ilusión desde abajo.


—¿Algún día podré ser tan buen piloto como tú, papi?—preguntó, terminando por sonrojarse un poco cuando la mano ajena despeinó un poco más sus cabellos.


—Tú puedes ser lo que quieras, hijo. Incluso mejor piloto que yo—respondió con extrema confianza. Luego dejó en paz su cabeza y centró su mano en acariciar su mejilla, mirándolo embelesado. Él y su esposa Todoko eran sus tesoros más preciados—Eres capaz de volar por el cielo si te lo propones, sin importar lo que digan...


—¡Volemos juntos algún día, papi! Y con mami también—pidió, mirando como su madre entraba al comedor al haber oído tanto ruido. Sonrió al ver que era uno de esos momentos entre padre e hijo.


—Eso suena bien, pero ¿sabes, cariño? Los pilotos como papi deben descansar bien para poder seguir volando, ¿así que por qué no tomamos una siesta los tres?—sugirió, apiadándose de las ojeras que se le notaban a su esposo. Su hijo asintió con la cabeza, se bajó del regazo de su padre con cuidado y depositó su juguete en el suelo delicadamente. Después estiró sus brazos hacia su mamá para que lo llevaran a su pieza, en donde dormiría en medio de ellos y volvería a soñar, otra vez, con surcar el cielo.

 Después estiró sus brazos hacia su mamá para que lo llevaran a su pieza, en donde dormiría en medio de ellos y volvería a soñar, otra vez, con surcar el cielo

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