Un farol, la hoz, y el verdugo. A la vista, mis cicatrices iluminadas por una suave luz tenue. Mi cabeza indemne, recostada sobre el álamo que se encargará de abrevar con mi sangre a los tulipanes que afloran debajo.
Hoy será el último día.
No aullaré más a media noche ante un telón lóbrego y rojizo, compuesto por la irrefutable luna de sangre. No podré beber más de la incandescencia que me transmitían las constelaciones. Hoy, el sol augura mi apertura hacia lo desconocido. Hacía eso que nadie fue capaz de responder jamás. Y al fin, y al fin pagaré por mis actos.
Traspasaré la frontera de la realidad, estoy totalmente ansioso. Me transpiran las manos, y las rodillas me tiemblan. Es inevitable la sonrisa en el rostro. Me desharé de la cárcel en la que nací, y por fin. Por fin seré libre!No más escuchas, ni gritos anímicos de dolor. No más comprensiones innecesarias, la paciencia dejará de ser útil. No más dolor, tampoco amor. La alegría será un mito, las limitaciones una leyenda! Los asesinatos entrañables, las miradas lumínicas, los besos frigoríficos, todo aquello que alimentan las dimensiones a mis sentimientos, no existirán.
Será el ser quien domine mi aspecto. Cesaré mi fatiga con ambrosía y me ocultaré entre los vientos, y la suaves lluvias de cristal. Seré la luz que atraviesan las cortinas, la geometría de una flor. El resplandor de un cigarro enardecedor.
Oriundo del sistema solar, y sus afluentes. Sin rumbo particular, etimológico de la vida.
Oigo la tempestad que se avecina, atraviesa por mis oídos e inunda de armonía mis extremidades, mientras tanto, a su vez, observo como con una acción descendente y repetitiva. Exalante de un sonar acuático, la hoz estaba siendo afilada. Accionar de un verdugo que sonreía, y mientras lo hacía, en la mueca mediaba un colmillo. Acompañado de una mirada exuberante de deseo. Deseo de matar.