Ahí estaba ella, tenía en frente una casa gran casa, era muy grande. La casa poseía dos hermosos balcones que correspondían a las habitaciones del segundo piso. De la enorme puerta principal caía hasta sus pies un bello sendero muy estrecho que se encontraba adornado con grandes y frondosos arbustos. Desde ahí, se podía ver la enorme terraza de la que gozaba aquella casa. Sin dudas ese era el modelo de hogar que ella hubiera preferido. A medida que Bela se acercaba a la puerta notaba lo verdaderamente largo que era ese sendero, así que la marcha se hizo más amena mientras acariciaba aquellos peludos arbustos. Cuando tuvo al frente la puerta de la casa, Bela no dudo en abrirla inmediatamente y lograr entrar. Para su sorpresa, esa casa desde adentro poseía las dotes medievales de un castillo. Todo era color gris y nada encajaba con la imagen de la expectativa que se había formado Bela en su cabeza. De entre esas paredes rocosas emergía un aire espeso y denso que le dificulto respirar. Bela termino por sentirse muy insegura, pero igual decido continuar y siguió por un corredor largo y oscuro que la llevo, a la que pensó, era la gran sala principal de aquella casa-castillo. Lo primero que vio fue quizás lo único que estaba allí, encima de una mesa estaban varios cestos de fruta vacíos, pero encima de estos se hallaba un gran cuadro que tenía la intención de representar cestos, pero esta vez tenían peras en su interior, las peras lucían frescas y apetitosas. Bela se estremeció.
En un rincón de esa gran sala reinaba una sombra negra que ocultaba una pequeña puerta trasera. Bela solo estaba actuado bajo instinto, era solo una fuerza de voluntad extraña la que le permitía continuar. Al acercarse Bela se enteró de que esa puertita coincidía absurdamente con el tamaño de su cuerpo, como si la puerta hubiese sido hecha para ella. Ya al otro lado existía un cuarto ridículamente enorme, iluminado por dos antorchas que le arrebataban a la oscuridad dos majestuosos cuadros. Uno de ellos tenía la figura de un rey con una gran espada gruesa y al parecer muy afilada, era imponente. El gesto de aquel rey causo mella en Bela, y esta tuvo que girar bruscamente la mirada hacia el otro cuadro que ilustraba la figura de una gran reina muy estética, casi sublime. Bela observo que esta reina sostenía un gran escudo que estaba herido, mostraba una fisura en el medio como si hubiera sido golpeado con una poderosa espada, a pesar de este detalle, ese oleo le trasmitió a Bela sentimientos de compasión y protección. De repente, el cuadro de la reina se convirtió en una puerta que conservaba la imagen de su majestad. Dentro de ese otro cuarto se hallaba una gran cama color rojo en la cual reposaban varios cestos llenos de peras y manzanas que despertaron, de algún modo, satisfacción en Bela. Se empezaron a manifestar por todas las paredes de la habitación bellísimos cuadros de mujeres desnudas, Bela se llenó de emoción por esto. Sentía mucha felicidad. Pero tan de repente como habían aparecido estas sensaciones así desaparecieron, con la llegada de una enorme sombra que atravesó la recamara. Bela empezó a sentir angustia. Era una gran sombra masculina con una corona encima.
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