Capítulo 1: Yo (según ella)

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Otra vez perdí. Hoy fue un partido de básquet. Ayer fueron mis llaves, las tapas de las lapiceras, el control remoto, el micro que me dejaba en la universidad, algunos amigos, un poco de plata, dos concursos, la paciencia, el equilibrio, la memoria. Pero ya perdí tantas cosas que ni siquiera me molesta. Me resulta tan natural que esto suceda, que a veces tengo la sensación de que todo lo que tengo se esfuerza en irse, caerse, extraviarse, o auto-destruirse. Pero ya no me quejo de mi mala suerte, sino que me río de ella. Quejarse nunca arregló nada. La risa si. Eso. La risa. Es la única cosa que jamás quiero perder.

Estaba caminando hacia la universidad, haciendo el mismo recorrido de siempre, cuando veo algo en el suelo. No es extraño que yo observe mucho el piso mientras camino. No creo que los psicólogos piensen que es algo bueno, pero tampoco creo en los psicólogos. Miro el piso cuando camino por la calle porque siempre veo algo extraño, siempre a alguien se le cae algo, y quién sabe, tal vez, de vez en cuando, encuentro un poco de dinero. No me pasa seguido, si encuentro algo, siempre son miserias que no alcanzan ni para un caramelo. Cartas de baraja perdidas. Chicles con envoltorio que te dejan pensando si levantarlos o no. Horquillas para el pelo. Mugres varias. Pero aunque sean diez centavos, a uno lo llena de regocijo encontrar plata en la calle. Como si fuera su día de suerte. Como si el mundo le estuviera haciendo un regalo. Tomá, mirá, acá tenés plata gratis que no te va a servir para nada. A veces me gusta mirar al piso para buscar hojas, especialmente entonces, que estaba asomándose el otoño y los árboles comenzaban a despachar sus primeras hojas.

Miré las hojas en el piso, esperando encontrar una bien crocante (mamá me reta y me dice que la forma correcta es "crujiente"), para poder pisarla. Encuentro un gran placer en pisar las hojas secas en el piso (¿Quién no?), uno va caminando de la calle serio y en una línea casi recta, cuando de repente se encuentra ante una multitud de hojas caídas, y entonces tira la seriedad al carajo y vuelve a tener cinco años. Me encanta saltar como una estúpida de hoja en hoja y aplastarlas.

Pero volviendo al punto al que quería llegar, encontré otra cosa en el camino. Me agaché para ver mejor y vi que alguien había perdido su documento. Lo levanté y leí el nombre. Parecía ser alguien de mi edad, así que supuse que también estaba yendo a la misma universidad y se le había caído mientras caminaba. Guardé el documento en el bolsillo trasero de mis jeans y seguí caminando.

Después de una tarde de cursada totalmente intrascendente en la cual no había aprendido absolutamente nada nuevo, pensé en la opción de volver a casa y me imaginé mi escritorio lleno de cosas por hacer, libros por leer, sufrimiento por sufrir. Ante tal panorama decidí lo más lógico: si en casa te espera el estudio, no vayas a casa. Así que emprendí la buena acción del día y fui a devolver el documento que había encontrado. Llegué a la dirección que indicaba el documento en menos de quince minutos y golpeé la puerta. Abrió un chico despeinado, alto, musculoso, mucho más lindo que el de la foto. Sin embargo, por más horribles que seamos en la vida real, todos somos más hermosos que en nuestra foto del documento. Y eso es un hecho. Me miró y sonrió.

Sí... -insinuó, levantando las cejas, como esperando que la idiota hablara.

¿Esto es tuyo?- y levanté el documento. Creo que lo levanté demasiado porque me sentí como una idiota.

No!!! ¿Encontraste mi documento? ¡Qué genia! ¡No sabés el garrón del que me salvaste! Ya pensaba que iba a tener que hacer todo el trámite de vuelta. ¿Dónde estaba?

Lo encontré camino a la facultad.

Ahhhhhh, entonces ahí lo perdí. ¿Estudiás Arquitectura también?

No, no. Yo estoy en Odontología.

Ah, mil gracias eh, sos una grosa en serio... Quedate acá que ya vengo.

Todos y yo noDonde viven las historias. Descúbrelo ahora