La humedad del ambiente se introducía por la nariz llevando consigo un fuerte olor a cerrado, el constante goteo de una tubería hacía la labor de un infernal metrónomo que con cada pulsación parecía alejar un poco más la cordura de la mente de la única persona en el interior de la habitación. El goteo de la tubería cada vez se hacía más y más insoportable, empezaba con el efímero impacto del líquido contra el hormigón frío y se perpetuaba en el tiempo a través del eco que resonaba en las paredes multiplicado cientos de veces la sensación de desorientación que parecía poseer al inquilino de la habitación. El proceso de adaptación duró unos largos y agónicos minutos, hasta que finalmente el recluso consiguió reunir las fuerzas necesarias para ponerse sobre sus dos delgadas piernas y acercarse lentamente a una vieja lámpara de aceite apoyada en una esquina de la habitación, estaba oxidada, la mecha estaba destrozada y el aceite resbalaba por toda la estructura de metal, producía una tenue llama que se movía lentamente, acariciada por el aire, siguiendo el tempo de la tubería, con cada segundo que pasaba el fuego parecía extinguirse, reducía su volumen y de nuevo tras el sonido del agua goteando resurgía, resurgía de forma lenta y asustada, como si de alguna forma estuviese cansado de luchar por mantenerse vivo. La luz rojiza alcanzaba a iluminar apenas la esquina de la habitación, acariciando suavemente las juntas de un pequeño espejo resquebrajado que se encontraba colgando de la pared, en él se apreciaba la imagen del fuego reflejándose, cubierta de una gruesa capa de polvo que alteraba los colores de la llama, volviéndolos más oscuros. La silueta del individuo consiguió deslizar sus finos dedos hasta el asa de la pequeña lámpara, delicadamente abrazó con sus dedos la vieja lámpara que levanto hasta la altura de su pecho. Dejó que sus ojos se acomodaran a la transición de la total oscuridad, a la tenue luz fantasmal que la lámpara proyectaba en aquella esquina de hormigón, sus pupilas se centraron en el pequeño espejo colgante que había un par de pasos a su derecha y sin un solo atisbo de duda dejó caer todo su peso sobre el pie izquierdo mientras su cintura rotaba para cambiar el rumbo y así posicionarse en frente del espejo, entrecerró los ojos mientras se preparaba para conocer cuál sería su rostro y sí de alguna manera recordaría las facciones de su cara. Finalmente abrió los ojos para encontrarse en frente unos gélidos ojos azules en perfecta armonía con unos cabellos prácticamente blancos, que se habían tornado oscuros por la suciedad que se amontonaba en ellos, su tez estaba cubierta por una fina capa de mugre que oscurecía el brillo blanco de su piel. La primera impresión la hizo retroceder un par de pasos que no tardó en volver a recorrer para enfrentarse por segunda vez al espejo, esta vez puso un especial énfasis en los ojos, azules y fríos, su iris reflejaba sufrimiento y pena. Su cara era una autentica belleza tallada en el más gélido hielo, sus ojos parecían drenar cualquier sensación de comodidad o felicidad, la propia llama parecía apagarse cuando las negras pupilas se clavaban en ellas. Pasó un buen rato examinandose así misma, tratando de emparejar aquella imagen del espejo con sus pensamiento, pasaron minutos tal vez horas hasta que aquellos dos pedazos de hielos dejaron de capturar milimetro a milimetro la superficie del espejo y se centraron en un objeto que yacía en el suelo, con su ya carácteristica agilidad la joven acudió a la llamada de aquel pequeño reflejo tendido en suelo, acercó la mano y colocó uno a uno cuidadosamente cada uno de sus dedos en el objeto
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Ecos.
HorrorEn una noche de primevera, una mujer se despierta en una habitación gris absolutamente vacía con la única compañia de un horrible pitido en sus orejas-