La sala de espera no estaba tan abarrotada como era usual. Solo unas 5 personas sin contarlas a ellas dos, además de los médicos y enfermeros que pasaban por allí de vez en cuando.
En los últimos meses, estaban visitando mucho más esa sala gris. Shina, a sus 12 años, ya había pasado por más estudios de los que han pasado algunos adultos en toda su vida, sus pulmones parecían no funcionar como debían, y eso le causaba dificultades a la hora de hacer su vida normal.
Parecía ir empeorando y Carla, su madre, estaba cada vez más preocupada. Desde hacía mucho tiempo, habían sido ellas solas contra el mundo, y ahora su hija debía luchar sola contra algo tan atroz y poderoso, fuera de sus manos; que siempre querían controlarlo todo.
La niña tenía un cuerpo bastante pequeño, era flaca y bajita. Había sacado su pelo castaño liso, que bajaba hasta un poco después de los hombros, y sus ojos miel; de su madre. En cambio, Carla era bastante alta. Llevaba su pelo atado correctamente en un rodete bien sujeto. Su pierna se movía frenéticamente, y su ansiedad parecía hacerse cada vez más visible.
Habían viajado hasta la capital del país, al hospital de más prestigio y ahora estaban esperando hace más de dos horas. Al parecer, menos gente no significaba menos espera.
Los pulmones de Shina estaban cada vez más débiles, trabajando de más para hacer lo que deberían hacer en una circunstancia normal. Iban al hospital para controles, pero hacía un tiempo que necesitaban ir cada vez más, y la cosa parecía volverse más seria. La pequeña tomó la mano de su madre y la pierna de la mujer paró de moverse, a medida que una enfermera de pelo rojizo y baja estatura, se acercaba.
Las acompañó por el pulcro pasillo, doblaron por un recodo, hasta llegar al consultorio de su usual médico. El doctor las hizo pasar. El consultorio olía a farmacia y desinfectante. Luis era una persona a la que la niña le había tomado cariño; con sus ojos oscuros se sentía segura, y acompañada en este tedioso proceso. Su sonrisa las recibió, y procedió a empezar con los estudios de Shina; que contenían una horrorosa cantidad de pinchazos y radiografías, en especial de pinchazos.
Cuando ya no era necesario que su brazo fuera apuñalado por una jeringa, salieron del consultorio para esperar los resultados y la observación de Luis. Tal vez por fin podrían saber qué era lo que ocasionaba la recaída, y puedan trabajar en eso para mejorarlo.
Volvieron a entrar cuando les avisó que ya podían hacerlo, y aunque sabían que no todo iba como se esperaba, no se imaginaban que Shina debería ser internada, como el doctor les notificó.
-Pero, ¿por qué?- saltó la niña. -Quiero volver a casa.-
-Lo sé, no tardará mucho. Solo necesito unas pruebas más, llamaré unos especialistas y ya mañana podrás irte. Lo prometo- Él sonrió, con la misión de transmitir confianza. Carla abrazó a su hija mientras Luis las dirigió a su sala en internación.
Detrás de escaleras y más pasillos, ahí estaba; una habitación más del área de internación. Una cama, una silla (que no lucía lo bastante cómoda), cosas de medicina que ellas no entendían, y mucha luz que entraba por la gran ventana. La niña subió a la cama mientras su madre acercaba la silla para estar cerca de ella.
En la mañana, estaban muy entusiasmadas por irse por fin. Nunca les gustaba estar más de lo necesario allí dentro. Ya estaban preparándose para irse, hasta que el doctor pidió hablar con Carla a solas, por un minuto. Salieron al pasillo blanco, él parecía nervioso, movía sus manos dentro de los bolsillos de su bata blanca.
-He estado hablando con varios compañeros por varias horas en la noche. Me lamento que no tengo buenas noticias- podía ver un leve temblor en el labio inferior de él, e inhaló profundo antes de continuar, -Lo lamento mucho, pero nadie cree que le quede más de un año de vida.-
Sus vías respiratorias parecieron taparse, sus ojos se nublaron y se tambaleó un poco. Se sostuvo por la pared, y trató de inhalar aire hasta que pudo lograrlo después de varios intentos. Cómo podía ser. Cómo podía pasarle esto a ella. Ahora solo se podía esperar que sus pulmones se debiliten; que quede atada a una cama de hospital, conectada a un respirador, y al poco tiempo dar su último aliento, y morir.
No podía perderla, era perderse a ella misma.
-Lo siento mucho, he pensado y he intentado hacer todo lo que podía. Ya no hay nada que hacer, y pensaba decirle esto cuanto antes- explicó el joven, de unos treinta y tantos, tal vez menos. Ella se esforzó por hablar, decirle que lo entendía, pero nada podía salir de su boca. Sentía cómo todo le temblaba y se hundía en un vacío hacia la oscuridad.
Trató de calmarse, de estabilizar los latidos descontrolados de su corazón. El sentimiento de dolor, de culpa. Cómo no había podido evitarlo, salvar a su hija. Ahora iba a perderla, sin más. Respiró profundo, y por fin pudo equilibrar lo que no se había llegado a caer a pedazos por la noticia. Nadie iba a verla llorar. Ella iba a luchar, como siempre había sido.
-Gracias por todo- logró soltar, aunque con palabras atropelladas, una oración que era verdad. El acompañamiento que habían tenido del hospital era muy preciado. Ella trabajaba de secretaria en una clínica, sabía lo que era trabajar en un clima parecido, y agradecía cada detalle.
-Fue un placer- el muchacho posó una de sus manos en su hombro, para tratar de reconfortarla -, en serio.-
-Bueno- dijo Carla, separándose -, ahora iré por ella. Llevarla a casa, y decirle allá será mejor que aquí.-
-Tómate tu tiempo, ella será fuerte.-
-Sé que ella podrá con todo, pero mientras antes lo sepa mejor. Fue un placer- él sonrió, haciéndole saber que pensaba lo mismo, y después de una simple despedida se alejó por el pasillo.
Ahora cómo haría para entrar allí, para verla y no desmoronarse en llanto. Pero debía llevarla a casa. Miró por la ventana hacia dentro de la habitación, la niña estaba observándola. La mujer le sonrió, queriendo demostrar alegría, tranquilidad, seguridad. Su hija le respondió con su linda sonrisa, que mostraba siempre al pasar, con su energía alegre. Sabía que ella pensaba que estaba todo bien, que mejoraría. Y eso le rompía el corazón, pero actuó lo mejor que pudo hasta llegar a su hogar. Aunque ambas sabían que estaba más callada de lo usual, y que sus manos no paraban de sudar.
Al parecer, la enfermedad avanzaba más rápido de lo esperado, mucho más rápido.
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Entre la Vida y la Muerte
Ficção AdolescenteLa muerte es algo por lo que todos pasamos. Temprana o no nos parece horrible. Imagina ser una niña y descubrir que morirás en un año. Esperarla tranquila es muy complicado y estar muy alarmada no sirve de nada. Su familia estará allí para apoyarla...