89 DÍAS DE ESO.
Sábado. Mi sala. Un bote de helado. Una película mediocre.
Esas tres últimas frases definen mis fines de semana en general. Teniendo en cuenta que mis huesos están bien, pocas probabilidades de un infarto y un colesterol decente, debería disfrutar mi vida al máximo, ¿no? Pues, están equivocados amigos míos. Hilbert Julliard no se divierte.
Además de mi poca libertad de salida ―tos falsa, padres sobreprotectores, tos falsa―, solo poseía el depresivo número de un amigo, que por cierto, estaba enfermo. Así que días como estos en los que estaba solo, mi único compañero se basaba en un pote de helado de un kilo, mis pantalones de pijama de Spiderman que me quedan excesivamente cortos por las pantorrillas, y todas esas películas terriblemente malas que pasan por los canales basura. Miré el reloj sobre la pantalla plana de mi casa, y suspiré de flojera al ver que tan solo marcaba al mediodía.
Y sí, como se fijaron, cambié el nombre para el suceso de 1 de julio. Solo contar los días me pareció algo muy seco, muy inocente, que en realidad se trataba de algo tan serio como el suicidio. Así que lo llamé Eso. Ahora que lo pienso... ni siquiera se ve serio, se ve peor que antes pero tampoco pienso renombrarla, que me maté la cabeza solo por tres tontas letras.
Bah, mejor me dedico a comer helado, que en eso soy bueno.
Seguí con mi vida de gula viendo una película al azar sobre un escritor con un buen nombre para un libro pero sin una trama interesante; hasta que dos fuertes y claros golpes en la puerta llamaron mi atención. ¿Quién vendrá a interrumpir mi día de belleza?
Para tener un día de belleza primero debes ser atractivo, idiota.
Ignoré mi auto-bullying y me paré a atender a la persona del otro lado arrastrando mis pies con pereza. Mamá y papá estaban trabajando, así que a juro debía abrir la puerta. Hoy estaba teniendo uno de esos famosos Días de Perros, en lo que nada parecía tener sentido.
Abrí la puerta con la vista al frente, pero al no encontrar nada, bajé la mirada hasta al fin toparme con un cabello alocado y unos ojos pequeños marrones. Alcé la ceja confundido, ¿qué hacía Arabella Heart un sábado al mediodía en mi casa?
―Uhm, hola ―saludé con simpleza. Ella tenía el ceño fruncido y abría y cerraba sus manos, una clara señal de rabia. Oh, oh, alerta de drama.
―¿Puedo pasar? ―preguntó en un hilo de voz y asentí apartándome para dejarla entrar.
Admiré su espalda mientras mi vista iba bajando, encontrándome con unas piernas delgadas y torneadas que mostraban su short negro. Me regañé mentalmente al quedarme viendo su cuerpo de la manera que estaba haciendo.
Es tu amiga, Hilbert, no un objeto para tus fantasías.
Arabella tomó asiento en donde me encontraba anteriormente y me senté en pequeño mueble junto a éste.
―Lamento la intromisión, es que... ―Tapó su cara entre sus manos―. Mamá me va a volver loca. Y no se me ocurrió otro lugar para venir... Jossie está ocupada y los padres de Valentine me odian de alguna manera. Así que solo me quedaste tú.
No pregunté por ambas chicas, supuse que eran sus amigas. Sus ojos se mostraban irritados y rojos, se veía que había estado llorando, pero por lo poco que conocía de ella; jamás aceptaría eso en voz alta. Su orgullo iba siempre adelante de todo.
―Está bien, Arabella, puedes venir cuando quieras ―dije tranquilizándola y ella me sonrió débilmente.
Dejé un momento de silencio, con la leve esperanza de que surgiera más confianza entre ambos y me contara su problema. Claro, como en las veces anteriores, no pasó nada. Ella carraspeó un poco su garganta, aclarando su voz para volver a su tonalidad normal.
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Dame una razón
Novela JuvenilDos desconocidos. Un diario. Una razón para vivir. Portada hecha por: @LeticciaR ¡GRACIAS POR LA PORTADA!