Capítulo 10.

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87 DÍAS DE ESO.

Miraba la ventana de autobús. Los árboles tenían las hojas pintadas de todos los tonos de amarillo robándome una sonrisa. Amaba el otoño. Sam en cambio lo odiaba, decía que era la muerte de la naturaleza antes de su fusilada final en el invierno; y eso lo deprimía.

Cuando tomaba el autobús siempre iba solo en el asiento. Las personas debían espantarse con mi cara ya que nunca me acompañaban en este viaje de media hora; aunque hasta ahora eso era solo una teoría.

Pero este día fue diferente. Se olía y sentía diferente. Cuando esperaba en la parada los primeros indicios del invierno llegó con un frío gélido, haciendo que me arrepintiera al instante de no cubrir mis manos con los guantes de lana que me había prestado papá. Y en mi alucinación por el frío, creí ver las hojas tomar un amarillo tan brillante que mi sonrisa se ensanchó causándome dolor en mis mejillas. Era como una despedida de las hojas, ya que para mañana lo más probable es que vea los árboles cubiertos de un manto blanco espeso.

En el momento que subí en el autobús noté otra diferencia a mi rutina: el autobús iba vacío, si no contábamos al conductor. Pagué mi pasaje y me senté a esperar que llegara mi destino, aunque no estaba seguro de cuál era. De la nada, el autobús se para y una chica castaña sube, y sin dudarlo, toma asiento a mi lado.

Yo lo observo disimuladamente, sorprendido por su osadía de romper mi rutina. Ella, en cambio, no me presta atención y mira hacia el frente con una mirada aburrida. Su cabello se basaba en ondas marrones sin orden, cejas marrones pobladas y unas facciones finas como la porcelana. Su cara me parecía tan conocida, y no podía negarlo, la chica era preciosa. Pero no una belleza usual, ya que su cara no era promedio, sino que había un brillo especial; un algo que despertaba un interés extraño en ella.

―Te conozco ―le murmuré llamando su atención, pero ella ni se inmutó―. Arabella...

Ella solo se voltea a verme, y de la nada grita mi nombre repetidas veces.

―¡Jules! ¡Hiiiiiiilbert! ¡HilbertHilbertHilbertHilbert! ¡Despierta!

Me levanto de golpe, respirando con rapidez y sintiendo algo cálido contra mi mejilla. Veo hacia los lados, despavorido por el extraño sueño que acababa de tener. Cuando logro enfocar mi vista, me encuentro a una Arabella confundida a mi lado; arrancando el césped con sus dedos.

―Comenzaste a murmurar cosas súper extrañas y me llamaste muchas veces entre tus sueños. Creí que estabas sufriendo un ACV o algo parecido, así que te desperté para asegurarme que no estabas en proceso a morir. ―La miré fijamente después de terminar su vómito verbal. Una de sus especialidades es dar un monólogo largo en tan solo segundos. Sonrió con malicia y añadió―: Por cierto, babeas dormido.

Abrí mis ojos de golpe y toqué mi mejilla empapada por mi babeada reciente. Me sonrojé y con la manga de mi suéter la limpié hasta no sentir ningún líquido indeseado en mi cara.

Cuando se aseguró de que estaba bien, volvió a acostarse contra el césped y a mirar el cielo con sus ojos entrecerrados. Antes de seguir sus movimientos, me fijé que varios de mis compañeros estaban también junto a nosotros en el jardín. Entre ellos Marlene, que se encontraba leyendo con pasión un libro. El profesor Blake, como si fuera una especie de dios malvado que mostró clemencia, escuchó nuestras plegarias y decidió faltar hoy, un tortuoso lunes.

Arabella me había hecho compañía en la mañana, ya que Sam aún no se incorporaba a clases. Así que en estos noventa minutos libres nos acompañamos uno a otro, pero caí inevitablemente dormido por el insomnio que cargaba de anoche.

Dame una razónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora