En cuanto sus ojos hicieron contacto, lo supo.
Supo que no olvidaría fácilmente aquel predominante gris que se daba en esos orbes.
Supo que no olvidaría la visión de su cabello fundiéndose con la oscuridad, negro como la noche que les rodeaba.
En ese momento, como algo premeditado, escrito en las páginas del destino que quiso que se encontraran, las nubes dejaron ver la blanca y tenue luz de luna que habían estado ocultando hasta aquel momento, mostrando con más detalle las bien conocidas facciones del joven que se erguía ante él.
Siempre había pensado que era extraño. Que su piel blanca era excesivamente pálida, que su contextura le daba un aire fantasmal y que aquello se alejaba de lo normal.
Que pese a vivir en un mundo rodeado de magia donde casi nada era imposible, él era extraño.
Desde que tuvieron que compartir forzosamente habitación en la academia, él nunca había dado señales de querer entablar amistad y, de hecho, era tan repelente que habían generado un odio mutuo el uno al otro sin un motivo aparente.
Varios años llevaban compartiendo habitación, pues no había posibilidad de cambiar de compañero pese a sus múltiples peticiones. Había imaginado miles de cosas horripilantes que podía hacer ese chico que le superaba diez centímetros en altura, que tenía una sonrisa desquiciante en el rostro y parecía siempre ir delante de los demás.
Pero definitivamente, no había esperado ver al mago más talentoso de su curso, posiblemente de la academia entera, con unos afilados y punzantes colmillos. Sangre de aquel indefenso animal deslizándose sobre sus labios, algunas gotas cayendo a la verde hierba.
—No deberías estar aquí, Snow —su semblante no variaba, siempre serio, imperturbable incluso cuando le había encontrado de aquella manera, algo que, si lo contaba, supondría su expulsión de la academia.
—Yo... —sus ojos no pudieron evitar desviarse al cuerpo del ciervo que posaba en los pies de su compañero de cuarto y conocido enemigo.
Por inercia, retrocedió un paso. Bien podía ir corriendo y contarlo al Hechicero, tendría una habitación entera para él y definitivamente se libraría de la tortura diaria de convivir con el talentoso y exasperante Tyrannus Basilton Grimm-Pitch.
Sin embargo, por alguna razón, su cuerpo no quiso moverse más allá del pequeño metro que había retrocedido, y que decidió adelantar de nuevo en un vano e inútil intento de aparentar valentía.
Vio como se relamía los labios, quitándose el líquido carmín que contrastaba con su pálido rostro iluminado a luz de luna. Sin embargo, notó que estaba más vivo, como si el beber la sangre de aquel animal hubiera revitalizado su color.
—¿Me tienes miedo, Snow? —rió el joven azabache secamente. Se comportaba como de costumbre, llamándole por su apellido, fastidiándole, como si no hubiera hecho nada malo.
Como si no fuera un vampiro.
—No —su corta afirmación era en parte cierta, de alguna curiosa manera, no le tenía miedo. No sentía aquel escalofrío que le daban ganas de echar a correr sin mirar atrás.
Era todo lo contrario, sentía que quería... acercarse. Que no quería dejarlo solo.
—Vaya, ahora resulta que eres valiente —desquiciante, soberbio. Su personalidad salía a flote con una pequeña sonrisa burlesca surcaba su rostro. Y sin embargo, podía ver en su mirada algo más.
Algo que él no quería admitir. Que nunca diría en voz alta, menos a su declarado enemigo.
—No tengo miedo. Sé que no me harás daño —confirmó, y no mentía. Remplazando al temor, sentía... ¿pena? ¿dolor?
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Kiss
Fanfiction[One-shot] Quizá Simon siempre deseó encontrar a Baz de aquella manera. Después de todo, no era precisamente un secreto que odiaba a su compañero de habitación. Y sin embargo, aún con la posibilidad de quitárselo de encima y de expulsarlo de Watford...