entre estrellas

último día contigo.

Éste es el último día que te veo. Es el último día que te siento. Es mi último día contigo.

Yo lo tenía muy en claro, sabía que pasaría. Separarnos, era obvio, tan obvio como la oscuridad de la noche, tan obvio como la claridad del día.

Sin embargo, no pensé que dolería tanto.

Yo buscaba un refugio, venía con el camino desviado, sin un fuerte. Venía ciego, y no sabía, no entendía qué era el amor, qué era no sentirse solo.

Solo. Era eso. Yo necesitaba una compañía, tú también lo hacías. Éramos el uno para el otro. Ambos nos queríamos con tanta intensidad que las cosas que pasaban, sólo pasaban. Juntos, eran inútiles los golpes o los insultos, las burlas, o las pelotas de papel que nos tiraban en clases. Tu mirada me complacía y sabía que mis brazos saciaban tu sed de cariño.

Entonces, ¿para qué queríamos más? Mi amor llegaba hasta aquél punto que una vorágine de sentimientos y palabras se prendía y hacía presencia en mi pecho, moviéndose mi corazón con entusiasmo.

Eras tú, siempre eras tú.

¿Y qué más podía yo pedir? Más que un sí, o un beso. Yo quería sentir tus manos junto a las mías, y tu corazón moverse junto al mío igual que mi boca y la tuya, y nuestros ojos, que se miraran como eternos amantes.

No sería imposible. Aquél día, aquél último día, mis ojos fueron testigos de aquella boca tuya, cual se extendió contra mis labios y se chocaron, y aquél caos que se formaba con sólo tu mirada, pude advertir que era más fuerte con tus labios, con tu lengua, con tu boca.

Entonces, te fuiste. Y yo me fui también. Tan fuerte, tan seco, tan yo sólo. Había vuelto a caer en aquella soledad insondable, sin tus abrazos o tus palabras llenas de comprensión.

Había vuelto a caer.
Y no podía volver,
no, no iba a poder volver.

En mis labios sigue tu sabor,
y sí, después de mucho tiempo,
tu boca es mi favorita.
Esa boca, tan tuya, tan mía.
Tan brillante, tan etérea.
Jimin, déjame volver a probar esa boca.