El campo se abría al paso del cuerpo espectral.
La oscuridad profunda de la noche sin lunas impidiendo averiguaciones del camino y el estado que recorrían los pies desnudos. Como un ciego, la figura corría sin saber a donde la llevaría cada vuelta o cambio de dirección. Lo único que estaba claro era el pensamiento de correr sin detenerse un ápice, porque ante la mínima pausa podía reconsiderar lo que hacía y volver sobre sus propios pasos, a los gritos que le llamaban en un ruego desesperado de salvación. Ni el dolor de sus articulaciones cansadas tenía el derecho de alcanzar la mente saturada de miedo, angustia y, a medida que los gritos de humanos y perros se apagaba, la inminente sensación de éxito.
¿Llevaba corriendo horas o minutos? ¿Se dirigía al Este o al Oeste? ¿O al Norte, al Sur?
El roce de los arbustos, los desgarros que producían en sus manos y vestido, eran de lo único que estaba segura por completo. Como un fantasma, sus jadeos resonaban en la infinidad de la sábana; los animales y el viento guardando respeto a su paso, silenciosos y ausentes a esas horas de la noche. Si había pasado un punto conocido, era imposible saberlo en la infinidad de la negrura. El agotamiento de su mente ayudaba a convertir ese paisaje oscuro en una posible eternidad, donde sus pasos jamás se detendrían y la esperanza del amanecer de su salvación se volvería vana.
Sin embargo, el alma de la mujer no tenía miedo. Quizás porque nunca fue especialmente racional, ahora enfrentarse a lo desconocido le fortalecía más de lo que la debilitaba. Porque en ese por siempre negro, era libre. Incluso si la luz le había sido arrebatada de forma definitiva, sus alas se habían abierto y estaban listas para volar contra el tejido oscuro, buscando la luna y las estrellas escondidas de la presencia poderosa de esa mujer renacida. Pese a sus pies sangrantes y brazos arañados, la felicidad de ese momento no podía ser fácilmente eliminada de su corazón cual guerrero triunfante de una cruenta batalla. El vestido destrozado era su armadura, los grilletes en sus extremidades las decoraciones de orgullo. En la oscuridad había encontrado la luz y nadie ya podía llamarla esclava, pues su corazón era libre.
Una sonrisa secreta cruzó las facciones de la mujer, mientras lágrimas de gozo llenaban las mejillas negras como el cacao recién cortado. En un acceso de energía, los pies heridos dieron un salto de inicio a una danza improvisada, inspirada en aquellas sombras que habían plagado los días de fiesta de su lejana infancia. Los brazos acompañaban la composición de su cuerpo; ese baile dedicado a aquellos compañeros muertos en el fatídico viaje de llegada a esas tierras, a la familia dejada atrás en el secuestro y a los amigos que la habían auxiliado para su escape del cruel dueño que la había comprado tras el fallecimiento de sus buenos amos.
Era ese nuevo mundo el que estaba recreando en su danza, la existencia conformada solo de aquellos que le habían mostrado su comprensión, cariño y compasión, sin pensar en el color de su piel o el origen de su humanidad. Las articulaciones clamaban a gritos un breve descanso tras el corto baile, pero ya había perdido demasiado tiempo en cavilaciones y autocompasión, por lo que continuó el camino a paso ligero. Debía aprovechar las horas que la oscuridad le regalaba como su máximo cómplice en ese tramo final del escape.
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Flores a mi asesino - DISPONIBLE EN FÍSICO
Historia Corta«Con una sonrisa de tus labios, mi alma podría salvarse. Sin embargo, el destino te dio el papel de ser mi verdugo.» Doce historias de amor trágico. Desde hijos abandonados a amantes asesinados, la cara t...