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Toda su vida había sido preparado para este momento.

Un héroe no nace, se crea. Eso es así.
Desde que tenía memoria había tenido claro lo que quería hacer con su vida. Siempre había sido el mejor. Nadie de su edad estaba a su nivel. Era un hecho que destacaba por encima de los demás. A veces la gente decía que había tenido suerte y eso era todo, pero él sabía la enorme cantidad de sudor que había derramado para estar donde estaba en ese momento.

Con el tiempo la gente había acabado asumiendo que, en efecto, él estaba destinado a llevar a cabo grandes proezas. Su pueblo llevaba siendo amenazado por monstruos desde hacía tanto tiempo que nadie era capaz de recordar un tiempo completamente seguro. Nunca había masacres, pero cada cierto tiempo había bajas puntuales.

Por supuesto, había un culpable.
Desde que el nuevo rey había ascendido al poder las cosas habían cambiado. Nadie podía probarlo, pero todos sabían que él era el culpable.
Con el objetivo en mente de ser él el que diese muerte a tan pérfido personaje y liberase el mundo, se encontraba allí ese día.

Entre todo el pueblo, con las esperanzas depositadas en él, habían comprado una de esas espadas que tienen nombre propio y lograron hazañas imposibles en las manos de personas que, más que personas, son su propia leyenda, así como un escudo, un arco y flechas suficientes para lo que pudiese necesitar a lo largo de su periplo.

Para él, aguantar hasta ese punto había sido muy difícil, también.
Muchas veces se había visto retenido por el sentido común, a pesar de que, por dentro, hervía de rabia cuando alguno de sus amigos o familiares era al que le había tocado morir en uno de los asaltos de dichos monstruos.
Sin embargo, el tiempo siempre recompensa a quien sabe esperar, y él había sabido desde el principio que su momento de vengarse terminaría por llegar.

Y ahí se encontraba ahora. Equipado al completo. Dispuesto a terminar con esa situación tan absurdamente injusta que había sufrido durante tanto tiempo. Por fin pondría fin a los abusos y prevalecerían los ideales de paz con los que siempre había soñado.

Cargaba con una gran responsabilidad y lo sabía, pero no la consideraba pesada en absoluto, sino que la recibía con felicidad.

Se despidió de todo el mundo y se dispuso a salir a campo abierto, donde empezaría por librar a su pueblo de los monstruos circundantes para, una vez terminada esta tarea, dirigirse al castillo del que emanaba todo el mal que asolaba la tierra.

Salió. Empezó a recorrer el camino empedrado dirigiéndose directamente hacia el monstruo más cercano. Desenvainó la espada. El acero reflejaba la luz del sol, como ensuflándole una energía sobrehumana. El monstruo lo miró con curiosidad. Portaba una gran cimitarra, pero apenas llevaba más armadura o equipo. Era más grande, y seguramente más fuerte que nuestro héroe, pero él era más inteligente y más ágil. Empezó a correr hacia él. Un tajo limpio cortó el aire. Todo estaba en calma. Una calma atenazante e incómoda, de esa que intentas romper por todos los medios.

El héroe cayó al suelo, con un sabor a sangre en la boca, y, mientras se desangraba en el suelo partido en dos y el monstruo se daba la vuelta lamiendo su cimitarra, se dijo en un último esfuerzo:

-Empiezo a notar el peso de la responsabilidad.

Acto seguido, murió, aplastado por esa responsabilidad que había adorado portar.

Si es que alguna vez había estado vivo, porque los héroes no existen y eso es algo que todo el mundo sabe.

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⏰ Última actualización: Mar 27, 2017 ⏰

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