Capítulo 7 - Los relojes de la sirvienta

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Todas parecían haberse sorprendido por la afirmación, aunque más sorprendida estaba yo. Era tan evidente que pensaba que cualquiera se habría dado cuenta de que esta escena era toda una pantomima. Lady Scarlet me pidió que no dijese nada, quiso que le diera algo de tiempo para escudriñar la habitación de Meiling y ver si podía descubrir por su cuenta aquello que faltaba. Me parecieron interesantes sus observaciones: las salpicaduras de caramelo eran demasiado finas para haber sido originadas por el goteo natural, fuese el envase en el que estuviera; se parecía más a las salpicaduras que dejarían las cerdas mojadas de una brocha al agitarlas. También contempló que por encima de las sábanas no había ninguna mancha, algo que resulta raro dado que no hay ningún otro asiento y lo más común es que quien llegase a la habitación se sentase allí. Las únicas posibilidades eran que la culpable se hubiera sentado en el suelo o se lo comiese de pie, pero no dejaba de ser un detalle curioso digno de mención. Definitivamente tenía madera de detective.


Además de analizar las manchas, registró el cajón de la mesilla, lugar que no me había parado a mirar. Una sonrisa brotó en el rostro de la vampiresa y alzó un dulce trofeo.


— ¡Mira lo que tenemos aquí! ¡Un plato con restos de pudin! —aunque más que restos eran sobras pues quedaba una cantidad considerable—. Puede que la escena haya sido manipulada, pero es innegable que el pudin estuvo aquí. ¡Más motivos para sospechar de China!


— ¡Pero si eso no es mío! —protestó la guardiana.


— Coincido con Meiling, ese plato no puede ser suyo —intervine.


— ¿Y ahora por qué no puede ser así? —discrepó Lady Scarlet.


— Por sentido común. ¿Para qué necesitaba la guardiana comer más pudin si ya tuvo suficiente cuando comió en el corredor principal? Además, con el inmenso tamaño del pudin me resulta inimaginable que Meiling haya podido comer semejante cantidad. ¿En serio pensáis que esto sería lo único que sobró? Ya no solo se trata de cantidad, también estaríamos hablando de tiempo. No pudo haber tenido suficiente tiempo para comérselo todo sin ningún tipo de ayuda.


— En realidad China tiene mucho apetito. Y come rápido —comentó Flandre.


— Es cierto. Tal vez sea porque siempre espera con ansias su comida diaria —completó Lady Scarlet. Meiling me empezaba a dar pena, se mire como se mire no dejaba de ser la víctima de todos los problemas. ¿Esta noche se tomó su venganza?


— Aún así lo veo muy difícil. Los hechos y las circunstancias me parecen demasiado forzadas, además hay que añadir el objeto crucial que falta: el carro en el que se transportaba el pudin. ¿Acaso no debería estar por aquí?


— Es cierto que no está; pero, ¿no podría haberlo ocultado en otro lugar? —rebatió Flandre.


— De hecho pienso que fue así, el carro no está aquí porque se llevó a otro lugar.


— Entonces no lo entiendo. ¿Qué más da que esté el carro o no? ¡El hecho de que China se comió el pudin sigue sin cambiar! —exclamó Lady Scarlet.


— Todo lo contrario, que el carro no se encuentre aquí demuestra que Meiling no tuvo nada que ver con este revuelo. Por mucho apetito que digáis que tiene, ya demostré que no pudo comérselo todo. Entonces el pudin restante tuvo que guardarse en algún lugar, y ese lugar no puede ser otro que el carro.

Hatate Holmes y el caso del pudin zampadoWhere stories live. Discover now