Capítulo 27

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Pasaron seis meses, y Eve seguía viva. Los meses fueron siete. Después, ocho. El
primero de mayo, los Gemelos nos invitaron a Denny y a mí a cenar, lo que era
inusual, porque era lunes y yo nunca lo acompañaba en sus visitas de días entre
semana. Nos quedamos de pie, incómodos, en la sala de estar, con su cama de
hospital vacía, mientras Trish y Maxwell preparaban la cena. Eve no estaba a la vista.
Me interné en el pasillo para investigar y me encontré a Zoë jugando sola y en
silencio en su dormitorio. La habitación que Zoë tenía en casa de Maxwell y Trish era
mucho más grande que la de la nuestra, y estaba llena de todas las cosas que una
niñita pueda desear: muñecas y juguetes, ropa de cama con puntillas y nubes pintadas
en el techo. Absorta en su casa de muñecas, no me vio entrar.
Vi unos calcetines enrollados en el suelo. Debían de haberse caído del montón de
ropa limpia que había sobre su cómoda. Los tomé y los deposité, juguetón, a los pies
de Zoë. Los moví con el morro antes de dejarme caer sobre los codos, con las patas
traseras levantadas y el rabo erguido. Estaba diciendo «¡juguemos!» en el lenguaje
universal de signos. Pero me ignoró.
Así que volví a intentarlo. Tomando los calcetines, los tiré al aire y los golpeé con
el hocico antes de atraparlos y depositarlos a los pies de Zoë. Estaba listo para el
apasionante juego de Enzo-busca. Ella no. Apartó los calcetines con el pie.
Ladré, expectante, en un último intento. Se volvió y me miró, seria.
—Ése es un juego de bebés —dijo—. Ahora tengo que ser grande.
Mi pequeña Zoë. Grande a tan corta edad. Qué triste.
Decepcionado, fui con lentitud a la puerta, mirando a Zoë por encima del hombro.
—A veces pasan cosas malas —se dijo a sí misma—. A veces las cosas cambian y
nosotros también debemos cambiar.
Repetía palabras ajenas, y no sé si las creía, si las entendía siquiera. Quizá las
estuviese memorizando con la esperanza de que ocultaran alguna clave sobre su
incierto futuro.
Regresé a la sala de estar y esperé con Denny hasta que, al fin, Eve emergió del
pasillo al que daban dormitorios y cuartos de baño. La enfermera que se pasaba el día
tejiendo obsesivamente con unas agujas de metal cuyos chirridos y golpeteos me
enloquecían la ayudaba a caminar. Eve brillaba. Iba enfundada en un hermoso vestido
largo, azul oscuro, muy bien cortado. Llevaba la bella sarta de pequeñas perlas de
agua dulce japonesas que Denny le regalara para su quinto aniversario de bodas.
Estaba maquillada a la perfección, y el cabello, que le había crecido lo suficiente
como para poder hacerle alguna clase de peinado, iba muy bien arreglado. Estaba
radiante. Aunque necesitaba ayuda para andar, lo hacía como una modelo en la
pasarela y Denny la aplaudió de pie.
—Hoy es el primer día que no estoy muerta —dijo Eve—. Y vamos a festejarlo.
Vivir cada día como si se lo hubiésemos arrebatado a la muerte. Así quisiera vivir
siempre. Sentir el gozo de estar vivo, como lo sentía Eve. Tomar distancia de las
cargas, angustias y temores que encontramos a diario. Decir estoy vivo, soy
maravilloso, estoy, soy. Existo. Es algo a lo que hay que aspirar. Cuando sea humano,
viviré así.
La fiesta fue alegre. Todos estaban felices. Si alguno no lo estaba, lo fingía con tal
convicción que nos persuadía a todos. Hasta Zoë lució su habitual buen humor,
olvidando por un momento, al parecer, que ahora debía ser grande. Cuando llegó la
hora de marcharnos, Denny le dio un largo beso a Eve.
—Te amo tanto... —dijo—. Ojalá pudieras venir a casa.
—Quiero regresar a casa —respondió ella—. Y es lo que haré.
Estaba cansada, así que se sentó en el sofá. Me llamó y dejé que me acariciara las
orejas. Denny estaba acostando a Zoë mientras los Gemelos, por una vez, mantenían
una respetuosa distancia.
—Sé que Denny está decepcionado —me dijo—. Todos lo están. Quisieran que
fuese la nueva Lance Armstrong. Y si se tratara de algo que pudiera controlar de
alguna manera, quizá lo sería. Pero no es algo que pueda tener en mis manos, Enzo.
Es más grande que yo. Está en todas partes.
Oíamos a Zoë jugando en el baño, a Denny riendo con ella en la habitación, como
si en el mundo no hubiese preocupaciones para ellos.
—No tendría que haber permitido que las cosas ocurrieran así —dijo en tono de
arrepentimiento—. Debí haber insistido en que fuésemos a casa para estar todos
juntos. Es mi culpa. Pude haber sido más fuerte. Pero Denny dice que no nos
podemos preocupar por lo que ya pasó, así que... Por favor, cuida a Denny y Zoë por
mí, Enzo. Son tan maravillosos cuando están juntos...
Meneó la cabeza como para alejar los pensamientos tristes y me miró.
—¿Has visto? Ya no tengo miedo. Antes quise que te quedaras conmigo porque
necesitaba que me protegieras. Pero ahora ya no le temo más a lo que ha de venir.
Porque no es el fin, estoy segura.
Rió con la risa de la Eve que yo recordaba.
—Pero tú ya lo sabías. Tú lo sabes todo.
No todo. Pero sí sabía que lo que había dicho respecto a su propia situación era
cierto. Aunque los doctores pueden ayudar a mucha gente, en su caso lo único que
habían hecho era decirle que no podían curarla. Y sabía que, una vez que
identificaron su enfermedad, una vez que todos aceptaron el diagnóstico y lo
confirmaron y se lo repitieron una y otra vez, no había forma de detener las cosas. Lo
visible se vuelve inevitable. Tu coche va a donde van tus ojos.
Denny y yo nos marchamos. Camino de casa, no dormí en el coche como de costumbre. Miré el hermoso parpadeo de las brillantes luces de Bellevue y Medina.
Al cruzar el lago por el puente colgante, vi el resplandor de Madison Park y Leschi,
los edificios del centro, que asomaban por detrás del cerro Baker. La ciudad aparecía
nítida y limpia. La noche ocultaba la mugre y la edad.
Si algún día me encuentro frente a un pelotón de fusilamiento, me enfrentaré a
mis verdugos sin venda en los ojos y pensaré en Eve. En lo que dijo. No es el fin.
Murió esa noche. El último aliento se llevó su alma, lo vi en sueños. Vi cómo su
alma abandonaba el cuerpo en esa exhalación, y después no tuvo más necesidades,
más razón; quedó libre de su cuerpo. Y, una vez libre, siguió viaje hacia algún lugar
en lo alto del firmamento, donde las almas se reúnen y se ocupan de sueños y gozos
que nosotros, los seres temporales, apenas podemos concebir. Son cosas que están
más allá de nuestra comprensión, pero no de nuestro alcance, si escogemos
alcanzarlas. Y, créeme, en verdad podemos hacerlo.

El arte de conducir bajo la lluviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora