I

71 6 7
                                    


Cierta vez, un hombre, cansado de su vida y de sus desgracias, gritó al cielo exigiendo una explicación, un por qué, "¿qué es lo que he hecho mal?" gritaba en silencio y con lágrimas en los ojos, ya cansado de tanto llorar.

Quizás fue Dios, o la vida, o el cosmos, no lo sé, pero aquella noche de enero, fue como si una extraña fuerza le diera su respuesta, en forma de un sueño, cuando el Desgraciado al fin se quedó dormido.

En su sueño, todo era oscuro, ni una luz, sólo oscuridad infinita, surgió un dolor desgarrador en su pecho y una sensación de nostalgia y pena en su alma. El Desgraciado comenzó a temblar mientras oía miles de voces gritando su nombre, voces acercándose a él, voces de mujeres, niños, hombres. Eran las voces de todas las personas que hasta entonces el Desgraciado había conocido, todos tenían un tono distinto, la voz de su madre, denotaba ternura, la voz de sus amigos denotaba lástima, pero los más tenebrosos, eran las voces que denotaban ira u odio; el Desgraciado no las reconoció, pero le hicieron estremecerse.

Quiso despertar, y desesperado comenzó a golpear la pared invisible de la oscuridad, y de ésta brotaron chispas verdes con cada golpe que el Desgraciado daba contra este muro imperceptible por la vista, mas estas chispas no lograban iluminar ese espacio de oscuridad, ni siquiera cuando el Desgraciado golpeaba la pared con más fuerza y las chispas se hacían más grandes. Entonces las chispas se salieron de control y se prendió una fogata verde frente al Desgraciado, la misma que tampoco logró llenar ni de la más mínima luz aquel extraño lugar, el Desgraciado se aproximó más a la hoguera verde y esta lo hipnotizó y lo trasladó en tiempo y en lugar, fuera de ahí.

Era un parque curvo limitado con la curva de una autopista asfaltada, el Desgraciado se encontraba sentado en la única banca de madera mirando hacia el frente de la avenida, donde se podía distinguir la figura de una joven de pelo negro y sonrisa dulce, ella esperaba el momento preciso para cruzar pues los coches que transitaban la avenida iban muy rápido; logró cruzar al fin, él se paró y la abrazó y pudo sentir el aroma de su cabello negro... aquel aroma realmente exquisito percibido por el olfato de una de las personas que más la amaba, aquel aroma que quizás de alguna forma transportó al Desgraciado a otro tiempo y lugar sin que se diera cuenta, pues había cerrado los ojos, para sentir su calor y su amor grabados en aquel abrazo que parecía infinito.

Unas suaves gotas de lluvia en sus párpados cerrados le hicieron estremecer, y al notar que el pelo de su amada estaba mojado, abrió los ojos, estaba lloviendo y quizás el Desgraciado lloraba, no lo sabía, pero aquel abrazo, ya no demostraba amor ni cariño, más bien, hastío, culpa y lástima, un abrazo cruel, un abrazo que moría.

Los brazos de su amada se soltaron del cuello del Desgraciado y éste pudo ver por última vez sus hermosos y grandes ojos café oscuro, después, bajo el cielo cubierto de nubes grises y una potente lluvia de enero la vio avanzar por aquella misma avenida de asfalto y entrar en un taxi blanco, alejándose de su vida, quizás para siempre...

El Desgraciado despertó de aquel sueño que había durado no más de cinco minutos en tiempo real, mas a él le pareció mucho más tiempo, ocho meses quizás, sí, ocho meses, ocho meses en los que conoció algo parecido a la felicidad, ocho meses que el Desgraciado podría calificar como perfectos, sin embargo, ahora que lo pensaba bien, fueron ocho meses de su bienvenida al más oscuro de los abismos, donde sólo se encontraba dolor y soledad.

Ahí estaba el Desgraciado, en su pequeña habitación, con ese horrible dolor en el pecho, un dolor indescriptible, sus manos temblaban sin razón alguna, y tenía esa sensación de estar apareciendo y desapareciendo en intervalos de un segundo o menos, como si parte de él quisiera desaparecer de aquel mundo.

Llorando, sin embargo, no sabía por qué lloraba; quizás era por aquel sueño, aquel recuerdo, aquellos ocho meses y porque a medida que se quedaba mirando el techo en su cama, con esa sensación de aparecer y desaparecer, iba recordando todas sus desgracias; o tal vez lloraba simplemente por el horrible dolor de su pecho; o quizás porque en el fondo, el Desgraciado sentía que aquel dolor en el pecho se debía a sus desgracias. Pero aquella noche no se puso a analizar aquel extraño dolor, había pedido una respuesta y debía haber algo en su pasado que explicara sus desgracias, no creía que simplemente fuera mala suerte.

Fue entonces que decidió abrir la Caja Prohibida...

EL DESGRACIADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora