JungKook, un chico de 16 años que, tras la muerte de sus padres, pasará de vivir en la ciudad a vivir en una región rural en la casa de su abuela. Un buen día, ante la ausencia de su abuela en el hogar, decidirá comprar un gatito en una tienda basta...
Y aquí estoy yo, observando cómo uno de los sujetos de la mudanza se llevaba la última caja, dejando la casa vacía, al igual que mi corazón. Me encontraba sentado al lado de la entrada, observando el vacío, llenándome de recuerdos, lo peor es que nunca tuve momentos geniales con mis padres, siempre que estaban en casa, no era conmigo, sin embargo, hoy los extraño más que nunca: a mamá sentada en el sofá y a papá en la mesa del comedor, trabajando.
Un camión de carga bastó para arrebatármelos, si no mal recuerdo, dijeron que el conductor iba conduciendo en estado de ebriedad, se pasó un alto y... Se estrelló contra el auto de papá.
Tras recordar aquello, dejé de ver algo en especial, mis ojos solo vagaban en la nada de aquel vacío hogar, y yo sosteniendo el cuadro con el retrato de mis padres, a pesar de que habían pasado ya seis días desde su entierro.
-Kookie... Mi'jito, es hora de irnos- Escuché decir a mi abuela con suavidad, creo que pensaba que cualquier cosa que pudiera decirme, me destrozaría igual que a un frágil y delgado cristal cuando cae al suelo. Le dirigí la mirada sólo por un segundo, así me levanté del suelo y ella salió de la casa, yo me detuve a mirar el interior de esta por última vez, y así seguí a mi abuela, mirando hacia el suelo y aferrándome al retrato de mis padres mientras subíamos al auto de ella, mis ojos comenzaron a humedecerse de manera muy intensa, no pude evitar lagrimear y sollozar durante el camino.
Mi abuela vivía en una región rural, en el campo, un lugar bastante alegado de la ciudad, realmente era tranquilo aquel sitio, pues los lugareños trabajaban sus tierras y el ganado en el día, por lo que era muy pacífico, y en las noches sólo se escuchaban los cantos de los grillos. Amo ese lugar, mamá también lo hacía.
Como era bastante alejado, tras unas horas de haber llorado constantemente caí dormido.
"¿Mamá? ¿Papá? ¿Dónde están? No los puedo ver... Mamá, ¡mamá! ¡Papá!"
Me desperté de golpe, pegando un grito, respiraba alterado y mis mejillas estaban mojadas al igual que mis ojos, sudaba, y mi abuela, que iba en el asiento del copiloto permitiendo que su ayudante manejara, le ordenó que se orillara mientras mantenía la vista en mí, tocando mi rodilla con su mano, mirándome preocupada, diciendo con toda la dulzura posible: "Está bien cariño, ya pasó". La verdad es que desde que mis padres murieron no he dejado de tener pesadillas, bueno, la misma pesadilla desde hace seis días, donde todo es oscuro y no puedo hacer nada más que escucharlos decir mi nombre, y al intentar buscarlos, sentir como si me asfixiara, como si me estuviera ahogando, el cerrar los ojos para mí se había convertido en el infierno, mi infierno.
Aunque mi abuela viviera en el campo, tenía bastante dinero, por lo que su casa era grande y estaba en un lugar muy lindo, con el jardín cuidado, habían un par de ayudantes en la casa de ella, una es Judy, la chica que conducía, y el otro el señor James, quien era el encargado de cuidar la parte externa de la casa y Judy de la parte de adentro.
Finalmente bajé del auto, observando detalladamente la casa blanca con grandes ventanas, dirigí mi mirada a los lados, y los arbustos con hermosas siluetas eran protegidos dentro de la residencia por una reja blanca. Saqué la copia de la llave de la entrada que la abuela me había regalado hace un par de días y la usé para entrar, mi abuela se había quedado en el auto junto a Judy para guiar a los de la mudanza, quienes no llevaban más que unos muebles de la otra casa tales como sillones y un par de baúles.
Subí una de las dos escaleras que daban a la segunda planta, la que tiene una ventana, ya que al cruzar a la izquierda daría con las habitaciones principales, que eran la de mi abuela y una donde me quedaría yo, pero al lado opuesto el pasillo estaban otros tres cuartos, uno donde dormía Judy y el otro lo ocupaba el señor James, aunque el tercero siempre estuvo bajo llave y realmente desconozco lo que guarde dentro, y justo en estos momentos era algo que no me interesaba.
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Caminé hasta mi pieza, la cual tuve que abrir con la llave original de ese cuarto, que ahora era mía, entré en la gran habitación que tenía una ventana bastante grande, la cual abarcaba casi toda la pared, teniendo unas cortinas blancas y color hueso, sujetadas de una parte por un listón rosado para que la luz alumbrase la habitación, y los rayos de luz penetraban perfectamente hacia mi cama, la cual era matrimonial, con unos edredones esponjosos de color blanco; y en cada lado de la cabecera había un par de noches de mesa, cerca de la puerta había un pequeño mueble donde estaba mi consola y varios juegos con una pantalla colgada en la pared y un puf de baloncesto al lado del mueble para cuando quisiera jugar, y del lado opuesto de la ventana estaba la puerta que daba al cuarto de baño que consistía de una regadera, un retrete y una tina.
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Coloqué cuidadosamente el retrato de mis padres en una de las mesitas de noche y me senté en la orilla de la cama para poder observar cómo la luz del atardecer iluminaba el rostro sonriente de mis padres, de hecho, ésa es una de mis fotos preferidas, donde estamos los tres, mamá sosteniéndome entre sus brazos y mi padre abrazándola a ella, ambos sonriendo, felices, y yo dormido, tan sólo tenía unos meses de nacido, tan pronto sentí calidez en mi corazón al pensar en la risa de mi madre, inmediatamente me estremecí al recordar lo terrible que les había sucedido, y mis ojos se cristalizaron, comencé a ver borroso el rostro de mis padres, comenzaba a sentirme mal nuevamente, pero ya no quería llorar más, así que me levanté, sequé mis ojos, saqué de uno de los cajones del ropero mi pijama y me dirigí al baño, cerrando la puerta con llave, largando el agua caliente que lentamente llenaba la tina, así comencé a retirarme el traje negro hasta quedar desnudo, una vez la tina llena a tope, cerré el agua y me metí rápidamente importándome poco si el agua mojaba todo el piso del baño, solo quería un silencio distinto, el cual no pudiese ser interrumpido por el ruido de mis pensamientos, pero sí por el palpitar de mi dolido corazón.